Un día de julio de
1912, la escritora Friderike von Winternitz pasó una entretenida velada en la
fonda Riedhof de Viena, un local frecuentado por escritores, médicos y
funcionarios, entre los que se encontraba aquella noche Stefan Zweig. Días
después, Zweig recibió la primera carta de Friderike, fechada al día siguiente.
Si se tiene en cuenta que se trataba de una mujer casada, no es raro que la
remitente aluda a lo que la gente llamaba una incorrección. “Creo que no es
necesario que hable usted a nadie sobre esta tonta carta. Y no le escribo para
que me responda, aunque me complacería. En caso de que le apeteciera hacerlo,
dirija la respuesta a María von W.,
lista de correos Rosenburg am Kam”.
Así termina esa primera
misiva, en la que Friderike le adelante al escritor la admiración que le
profesa así como algunos someros detalles de su propia vocación literaria. Será
el inicio de una larga correspondencia que solo concluirá días antes del
suicidio de Zweig y su secretaria y segunda esposa Chalotte en la ciudad brasileña
de Petrópolis en 1942. Por haberse perdido las del escritor, de esa primera
fase del acercamiento únicamente se conocen las cartas de Friderike, entonces
esposa de Felix von Winternitz, y fueron muy pocas aquellas en las que mantuvo
el tratamiento de usted con su destinatario. La última antes del tuteo es la
fechada en Hamburgo el 23 de noviembre de 1912, ante la posibilidad de que
Zweig viaje a la ciudad alemana, para de allí ir los dos a Lübeck: “Llámeme por
teléfono cuando quiera y no tema que le dé más de lo que usted quiera tomar.
Contengo la respiración para no ser para usted más de lo que usted desea. Pero
eso es lo que querría ser en el fondo de mi alma."
Los dos intimaron,
según los comentarios del libro, en el renombrado hotel Stadt Hamburg de Lübeck
en noviembre de 1912. Cinco meses después de la primera misiva, Friderike ya no
se dirige a Zweig como distinguido doctor
sino como querido y también será
frecuentes los apelativos cariñosos, sin que tengamos del escritor más
referencias que las anotadas en sus diarios, donde llega a decir que Marcelle,
su amante francesa y Friderike son las mujeres de su vida, no siendo esta
confesión para la segunda motivo de preocupación, tal como se desprende
asimismo de sus comentarios epistolares.
Al tratarse de treinta
años de correspondencia y ser el epistolario bastante profuso, seleccionado
sobre un total de 1.200 cartas, la editorial Acantilado ha querido preparar una
buena edición con breves notas explicativas a cargo de Jeffrey B. Berlin y Gert
Kerschbaumer, y traducción de Joan Fontcubierta, en consonancia con el
excelente trabajo que esta editorial viene realizando con la obra del autor
austriaco. A lo largo de tan dilatada escritura epistolar, propiciada por los
muchos viajes que realizaba el escritor como autor y conferenciante de éxito,
vamos conociendo las interioridades de su relación, así como las no muy
cordiales de Zweig con las hijas de Friderike y Felix von Winternitz. Tenemos
puntuales detalles de lo complicado que fue el divorcio de Friderike, de las
actividades de la pareja en sus respectivos y frecuentes viajes, los encuentros
con sus amigos intelectuales en distintas ciudades de Europa, los desvelos y
preocupaciones de ambos por la elaboración de sus obras, los problemas para
vender la casa de Zweig en Salzburgo cuando la negra sombra del nazismo se
cernió sobre Europa, la pérdida de algunas las valiosas pertenecías del
escritor –un escritorio y un violín que habían pertenecido a Beethoven-, su
nueva relación con Lotte, las reacciones de Friderike ante esa nueva situación,
el camino del exilio primero a Inglaterra y después a Brasil, etc.
LA PATRIA PARA ZWEIG
Comenta Gert
Kerschabaumer en el epílogo que la directriz seguida para la edición de esta
obra fue publicar la correspondencia moderadamente comentada y sin adulterar, con
todo su contenido acerca del amor, el matrimonio, la familia, el trabajo, el
éxito, la fama, la discordia, la huida, la persecución, la ayuda, la aflicción
y la muerte. Con relación a esta última, según se nos cuenta en las notas de
los editores, el escritor estuvo trabajando en Petrópolis hasta los últimos
días en la Novela de ajedrez, preparó
unas copias mecanografiadas y las envió a sus editores en Río de Janeiro, Nueva
York y Buenos Aires, donde esa novela se publicó por primera vez en alemán.
El 20 de febrero Stefan
Zweig hizo un viaje a Río para depositar un paquete en la caja fuerte de su
editor. [¿Alguien imagina los que pudo haber pensado y escrito en ese último
viaje? Muy presumiblemente reflexionara en las palabras escritas en sus
memorias: “El día que perdí mi pasaporte, a los cincuenta y ocho años de edad,
descubrí que con su patria el hombre pierde algo más que un trozo de tierra
delimitado”]. La caja contenía, según se comprobó después de su muerte, una
carta fechada dos días antes en la que comunicaba su decisión de suicidarse.
También había unos manuscritos y autógrafos, a los que siempre fue muy aficionado,
así como la partitura de una obra de Mozart, La violeta, destinada a Friderike. Fue a Friderike también a quien
escribió una última carta, el día antes de que él y su esposa pusieran fin a
sus vidas, un 23 de febrero de 1942. “Cuando recibas esta carta –redacta en la
primera línea- yo me sentiré mucho mejor que antes”.
El escritor se refiere
luego a la depresión que sufre, después de haber pasado una temporada buena y
tranquila, y también a la incertidumbre de una guerra que dura ya demasiado y a
la imposibilidad de acabar la que considera su obra cumbre (Balzac), por no disponer de una vida
sosegada y los libros y documentación necesarios. También alude a su fatiga y al no muy buen estado de salud de Lotte [Charlotte Zweig]: “Tú tienes
tus hijas, y con ellas un deber que cumplir –escribe-, tienes múltiples
intereses y mantienes una actividad inquebrantable. Estoy seguro de que
llegarás a ver tiempos mejores y me darás la razón: comprenderás cómo, con mi
negro hígado, no he podido esperar más. Estas últimas líneas son para ti, en
mis últimas horas. No puedes imaginar la plácida alegría que me ha invadido
desde que tomé tal decisión. Exprésales mi afecto a tus hijas y no me
compadezcas…. Ten presentes al buen Josep Roth y a Rieger, y no olvides lo
mucho que yo siempre me alegré por ellos de que no tuvieran que sufrir las
duras pruebas por las que nosotros hemos pasado. Recibe todo mi afecto y
cariño, y levanta el ánimo sabiendo que ahora estoy tranquilo y feliz. Stefan.”
Después de leer esta
correspondencia, quienes hayan tenido la oportunidad de conocer el libro de
Stefan Zweig (El mundo de ayer. Memorias
de un europeo), estarán aún mucho más sorprendidos de que Friderike Burger,
luego von Winternitz y luego Zweig no aparezca en esas páginas. Es lógico
preguntarse por lo tanto, como lo hace Kerschbaumer, por el sentimiento que
experimentaría una mujer que había contribuido decisivamente a que su marido
fuera un escritor de éxito en Europa, traducido a todas las lenguas del
continente y con nada menos que 1.300.000 ejemplares de libros vendidos hasta
1933 en Alemania, libros que con el nazismo nutrirían las hogueras
purificadoras prendidas por el nuevo régimen en calles y plazas.
UNA BIOGRAFÍA DE ZWEIG
POR FRIDERIKE
Según había
diagnosticado su marido, Friderike Zweig mantuvo una gran actividad hasta su
muerte en 1971 a los 88 años, en Stamford, Connecticut, casi tres décadas
después. En 1943 fundó el Writerss Service Center para prestar ayuda a los
refugiados de la guerra. En el membrete de las cartas figuraba impreso el
nombre de su amado esposo con la abreviación St., de tal modo que podía leerse:
Friderika St. Zweig. Ocean Drive West
288, Stamford. Conn. Lo que mucho de los lectores del escritor
desconocíamos hasta leer esta correspondencia es que Friderike hubiera escrito
una biografía de Zweig-
El editor Kerschbaumer
considera impresionante este libro, sin que explique los motivos. Traducida a
siete idiomas y titulado Stefan Zweig.
Como yo lo viví, no hay que negarle al epígrafe un indudable poder
seductor. En esa obra la autora comenta algo que quizá extrañe en la
personalidad de su marido. Dice creer haber identificado el motivo por el cual
el escritor, familiarizado con las teorías de su amigo Freud, trataba con
dureza a las dos hijas de Friderike: sentía envidia de la juventud que se
divierte libremente y sin preocupaciones, dice. Ignoramos qué otras críticas se
glosan en su contenido, pero cuando fue escrito había dispuesto la autora de
tiempo de reflexión suficiente como para ofrecernos una semblanza bastante
completa de su marido, cuyo interés para sus muchos lectores es indudable. La
primera edición data de 1947 y sería muy de agradecer, tal como he recomendado
a Acantilado, que fuera publicada en español, habida cuenta la atención
dispensada por esta editorial al escritor austriaco, con unas excelentes
traducciones en cada una de sus obras.
“El mundo de mi propia
lengua se hundió y se perdió para mí, y mi patria espiritual, Europa, se
destruyó a sí misma”, había escrito Zweig ante la naciente barbarie nazi que
acabó con el episodio más trágico en la historia de la humanidad. Hay que tener
en cuenta que el término “patria” en alemán (Heimat), según escribe Anna
Marqués en un reciente artículo publicado en la revista Quimera, tiene un significado amplio y difícil de definir. Según
Jaspers, es el lugar donde comprendo y me
comprenden, algo más por lo tanto que un lugar geográfico al que se
pertenece.
El suicidio de Zweig y su segunda esposa, después de sus años de exilio, siempre lo comparé en cierta medida con el de su colega y coetáneo Ernst Toller (1893-1939), con el que quizá coincidiría más de una vez en el Romanisches Café de Berlín, de cuya historia ha escrito Francisco Uzcanga un excelente libro recientemente. De Toller tenemos traducida al español una interesantísima autobiografía, totalmente indispensable para conocer el periodo de entreguerras y el nacimiento y desarrollo del nazismo, Una juventud en Alemania. A este autor también le afectaron durante su exilio en Nueva York, como a Zweig, algunos procesos depresivos previos a su muerte. Un año antes había viajado a la España en guerra, en apoyo de la segunda República, con cuya causa se solidarizó desde los inicios del conflicto. Toller se quitó la vida el 22 de mayo de 1939, nada más enterarse de que las tropas franquistas habían ocupado Barcelona.
El suicidio de Zweig y su segunda esposa, después de sus años de exilio, siempre lo comparé en cierta medida con el de su colega y coetáneo Ernst Toller (1893-1939), con el que quizá coincidiría más de una vez en el Romanisches Café de Berlín, de cuya historia ha escrito Francisco Uzcanga un excelente libro recientemente. De Toller tenemos traducida al español una interesantísima autobiografía, totalmente indispensable para conocer el periodo de entreguerras y el nacimiento y desarrollo del nazismo, Una juventud en Alemania. A este autor también le afectaron durante su exilio en Nueva York, como a Zweig, algunos procesos depresivos previos a su muerte. Un año antes había viajado a la España en guerra, en apoyo de la segunda República, con cuya causa se solidarizó desde los inicios del conflicto. Toller se quitó la vida el 22 de mayo de 1939, nada más enterarse de que las tropas franquistas habían ocupado Barcelona.
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Correspondencia (1912-1942), Stefan Zweig,/Friderike
Zweig. Editorial
Acantilado, Barcelona, 2018.
El mundo de ayer.
Memorias de un europeo, Stefan Zweig. Editorial Acantilado, 2012.
Una juventud en
Alemania, Ernst Toller. Editorial Pepitas de calabaza, Logroño, 2017
El café sobre el
volcán. Una crónica del Berlín de entreguerras (1922-1933), Francisco Uzcanga
Meinecke. Libros del K.O, Madrid, 2018.
*Artículo publicado en el número de noviembre 2018 de El viejo topo.
DdA, XV/4.003
1 comentario:
Muchos debemos a Stefan Zweig habernos abierto mundos a la literatura europea. Su muerte y la de su mujer debería servirnos de lección porque se produjo en el país donde aflora un fascismo elegido por las urnas, como el que affloró en Europa y llevo a Zweig al exilio y a la muerte, como también a otros de sus amigos escritores. Gracias por el artículo.
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