
Jaime Richart
Las reflexiones que siguen son casi una
obviedad. Pero a menudo nos ocurre en la sociedad que lo más obvio es lo más
difícil de ver y lo más difícil de explicar.
La pedofilia es consecuencia del celibato y de
la castidad forzadas. Intentaré razonar lo que ya digo casi es obvio o al menos
lógico de acuerdo a la Lógica formal.
¿Que también hay pedofilia en el seno de otras
religiones, como la luterana y sus
variantes, en las que el celibato no es forzoso? Es superflua la respuesta.
Pues en estas cuestiones sociológicas y de tamaña envergadura lo que la
sociedad en su conjunto valora no son la debilidad e imperfección humanas o la
falta de voluntad ética individual, sino la tendencia y el riesgo de un
determinado comportamiento individual más o menos generalizado que trae su
causa de las circunstancias en que se encuentra habitualmente el individuo...
Si un ser humano pasa hambre, no ha de
extrañar que poco le importe el código penal y nos asalte. Del mismo modo, si
está sano y se ha comprometido con una conducta cuyo cumplimiento estricto va
contra natura, lo más probable es que a la larga lo incumpla o lo esquive con
una conducta desviada o depravada por antinatural. Lo paradójico y contradictorio
de la naturaleza humana presente en un individuo, un colectivo o una
institución se refleja en muchas cosas. Por ejemplo, en un determinado marco
socioeconómico y cultural, desde una perspectiva primitiva se hizo virtud de
la abstinencia vitalicia de un impulso humano natural como es el sexual, pero
desde esa misma perspectiva primitiva, no sólo no se corrige sino que se fustiga
la propensión a explotar individual o colectivamente a la Naturaleza hasta
agotarla... El filósofo de la antigüedad Epicuro distingue
entre placeres naturales y necesarios, placeres naturales pero no necesarios,
y placeres ni naturales ni necesarios. Pues bien, el celibato sacerdotal y la
castidad aparejada respondería a la renuncia de por vida, del placer natural
pero no necesario, sexual. Si esa determinación es adoptada por la plena voluntad
y con absoluta independencia del individuo, bien está y pudiera considerarse
meritorio. Lo mismo que cualquier otra decisión basada en razones religiosas o
filosóficas que pese a no contravenir el curso de la naturaleza, incurre en una
mal entendida higiene mental... El caso es que en el celibato sacerdotal exigido por la Iglesia vaticana a sus pastores de almas para serlo, la decisión de estos está trufada por una trampa mortal. Pues la promesa, el compromiso o el juramento de castidad lo contrae el que habrá de ser sacerdote, después de haber pasado por un seminario aún niño o adolescente en el que fue internado por una dudosa voluntad personal suya, suplida casi siempre por la inducción o el mandato de sus progenitores a su vez en ocasiones seducidos por el eclesiástico con que se relaciona la familia, la padre o la madre del novicio. La prueba de que esto es así es lo que alarma a la institución católica: la progresiva y exponencial disminución de lo que llama vocaciones, al compás de una vertiginosa evolución social y de una no menos vertiginosa madurez mental de las generaciones sucesivas de niños y adolescentes.
Quizá esto que digo pueda parecer una simplificación, pues hay otras causas psicosociales que explican parcialmente esa regresión. Pero en todo caso el punto de partida es que un hombre se “prepara” a edad demasiado temprana para afrontar una vida naturalmente mutilada. Y cuando ha de elegir “estado”, después de haber pasado por un adoctrinamiento metódico recluido en un centro, lo más probable es que consienta en abrazar ese estado asimismo prematuramente...
En tales condiciones, pese a que el voto de
castidad no es un dogma de fe sino un reglamento de la Iglesia, ¿a quién puede
ya sorprender, tras tantos siglos de historia de la opulencia, del abuso y de
la impiedad en la Iglesia Vaticana, que esté infectada de pedófilos, unos descubiertos y muchos otros no?
Cuando el ser humano por activa o por pasiva
no sigue las directrices de la naturaleza, la naturaleza tardo temprano le pasa
su factura. Y si el individuo que actúa
contra ella forma parte de un colectivo o institución, estos acaban contaminados por aquél grave
desarreglo o aquella torpe infracción. Sea como fuere, exigiendo la Iglesia
Católica, la iglesia vaticana, el celibato a sus ministros, la “salida”
necesaria del absceso que es la contención forzosa sexual no puede ser otra
que la transgresión, la autocomplacencia o la desviación, es decir, la
depravación que es la pedofilia...
El caso es
que con esos absurdos votos de castidad y celibato que no resisten el paso del
tiempo, aunque también por otros
motivos, la Iglesia católica está desmoronándose a sí misma a pasos agigantados
en la medida que cada vez tiene menos vocaciones y salen a la luz más casos de
pedofilia estructural escandalosos. Ciertas profecías dicen que este es el
último Papa. Parece que todo se concita en esa Iglesia pese a los estériles
esfuerzos del Papa, para que la profecía se cumpla en todos sus términos....
DdA, XV/3990
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