Félix Población
Como es bien sabido,
un torturador en toda regla, esto es, un individuo que se dedicó
profesional y sádicamente a causar dolor físico a quienes en su lucha contra la
dictadura eran detenidos por la policía, tenía en su haber cuatro medallas, gracias a la cuales su
pensión disponible aumentaba un 50 por ciento, pagada por todos nosotros (los torturados también).
La primera de esas medallas le fue
concedida a Billy el Niño en 1972, lo cual no es de extrañar, habida cuenta que
en los estertores del franquismo se dieron muy crueles episodios, como la
ejecución en octubre de 1975 de cinco activistas. Sí resulta indignante que la última se le dieran en marzo de 1982, con Leopoldo Calvo Sotelo en La
Moncloa. Antonio González Pacheco no llegó a cobrar por esta segunda condecoración
hasta que la reclamó por vía judicial en 2010.
El hecho de que un torturador, o
sea, un profesional con arraigo en los tribunales inquisitoriales de siglos
precedentes, haya podido vivir hasta ahora con esos privilegios, tiene su
correspondencia con un monumento erigido en memoria de la cruzada franquista
que aún permanece tal cual fue construido por destacamentos de presos
republicanos en la posguerra, y del que ahora, por fin, parece que van a ser
desalojados los restos del dictador.
Si al torturador se le va a privar de sus
privilegios, cuarenta años después de ser considerado el nuestro un país democrático -a pesar de esas lacras-,
y si los restos del dictador van a dejar de estar en su mausoleo, es de
subrayar que uno y otro hecho ocurren luego de más de veinte años de gobiernos socialistas y
porque el de ahora, con Pedro Sánchez al frente, ha sido posible gracias a un joven partido y a sus confluencias, cuyo papel debe ser decisivo en materias más arraigadas en el vivir cotidiano de la ciudadanía. Y si no, ya sabemos lo que nos espera.
DdA, XV/3946
2 comentarios:
Nada más que añadir, salvo las gracias por la claridad. Salud y risas!
A ti, Luis.
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