ESPAÑA PRESENTA EL ASPECTO DE UN TULLIDO DEFORME
Jaime Richart
Partiendo
de la concepción anatómica de la sociedad similar a la de un ser humano, de
Durkheim, España, sociológicamente, presenta
el aspecto de un tullido deforme. Ya profetizaba
Durkheim que las estructuras éticas y morales serían destruidas con el aumentar
de la tecnología y la mecanización. La clarividencia de este antropólogo es
digna de reseñar para entender a la sociedad humana de nuestro tiempo y
especialmente alguna tan usualmente agitada como la española, a la que es
también muy pertinente su idea de que, llegado un momento, hay que elegir entre la sociedad y Dios...
De
Durkheim
hago mis propias inferencias y de ellas salen tres dudas. Una es si España no carecerá de un sentido colectivo como nación. La otra es si no será
que el comportamiento de las instituciones españolas a lo largo de las cuatro
décadas siguientes a otras tantas de la dictadura no habrán
ido empeorando cada vez más un clima psicosocial, que no resiste el
análisis más condescendiente de los países de la
Europa Vieja. Y la tercera, si los tribunales a los que estamos concernidos a
través de nuestra integración en la Unión, por el modo de responder la
justicia española en el asunto catalán y por
el incumplimiento de tantas de sus directivas, no pensarán que en la España oficial
y judicial todavía no han calado realmente ni el concepto ni el sentimiento
democráticos. España usualmente hace caso omiso de las
directivas, y en la cuestión territorial responde
de manera desmañada o torticera a los tantos autos y resoluciones
judiciales promovidos en el curso del conflicto.
Y es que
por más que se empeñen algunos en España en situar ese sentido aglutinado
inexistente en imágenes mentales tópicas utilizadas por la dictadura y que ya
resultan ridículas y casi insoportables para muchos, a España como nación se
la reconoce mucho mejor fragmentariamente por zonas y por teselas que como una unidad nacional. La razón
es que esa España de estereotipo rezuma extravagancia y fanfarronería, y
triste exotismo por eso mismo. Los numerosos valores humanos y creativos en
España son estrictamente individuales. Colectivamente España carece de
inteligencia notable, y la envidia, el defecto nacional por excelencia, hace
suficientes estragos como para que muchos no tengan apego a “lo español” e
incluso se avergüencen de ser español, mientras que la población de la mayoría
de los países europeos proyecta al mundo un conjunto de rasgos sólidos,
estrictos y reconocibles como “serios”. Y es que, aparte su idiosincrasia en
buena medida ese carácter es debido al repliegue de aquellas sociedades sobre sí
mismas y por separado, para robustecer su identidad como nación tras las dos
guerras mundiales y esforzarse luego en facilitarse entre ellas los acuerdos. A
Francia le basta su inequívoco espíritu republicano. A Gran Bretaña su vocación monárquica relamida. A los
países nórdicos su sentido colectivista. A Alemania el rigor. A Suiza su
“arte” federal combinado en cuatro idiomas... Y así sucesivamente.
Por el contrario
España, que no participó en ninguna de las dos contiendas y se enzarzó en una guerra intestina, más allá de la fiesta taurina y
el flamenco (que de todas las hipótesis la que predomina es la de ser de origen
morisco con mezcla de cultura judía), carece de señas de identidad que
compartan todos los territorios que la componen política
y administrativamente en una unión
forzada
(como todas las cosas no integradas sino yuxtapuestas o adosadas) por un
débil adhesivo. Y ese adhesivo débil es una Constitución política redactada con un espíritu no muy diferente al
del dictador que fraguó en un alto horno la unión forzosa
de los pueblos isleños y peninsulares bajo su tiránica potestad, y que
considera prohibido y poco menos que pecaminoso cualquier intento federal.
Algo que da que pensar en un supuesto, el casus belli. En caso de guerra, por ahora de ficción, con otro u otros países, lo más
probable es que unas nacionalidades interiores en España no la hiciesen y otras se aliasen con el enemigo. Los antecedentes de la invasión
napoleónica y la respuesta de la población de aquel episodio, salvo el caso de
los afrancesados... quedan muy lejos para hacer comparaciones, y las
condiciones de convivencia actuales son tan diferentes de otras épocas que la
fenomenología que habría de declararse en semejantes circunstancias no tendría
nada que ver con cualquier otro pasaje de la controvertida historia de esta
España históricamente dispersa.
En los
últimos tiempos, a causa de una muy torpe inteligencia, la situación
territorial, como en otro momento como ocurrió con Euzkadi, se ha agravado. Y
los necios esfuerzos actuales de dos partidos políticos y de porciones de
sociedad próximos, favorecidos todos por la forma de estado exaltan
estúpidamente al monarca y a la monarquía. Y en lugar de conseguir adeptos
producen el efecto contrario de una creciente repulsión hacia la monarquía y la
consiguiente atracción, por la ley de acción y reacción, hacia la
forma republicana. Todo lo que en conjunto expresa para el mundo la existencia
de una nación, la española, en permanente estado de refriega, de ebullición y
de inestabilidad donde sobresale por encima de todo la coexistencia obligada
de rasgos antropológicos heterogéneos y un
espíritu disolvente que sólo pausa en dos trances tan vulgares como ridículos: la pasión primitiva por un equipo de fútbol, “la
roja”, y la impostación respecto a una bandera históricamente cambiante que no
representa más que a la población acomodada que se siente y se comporta como si
fuese dueña de todo y de todos los demás...
DdA, XV/3954
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