El novelista, poeta, diarista y articulista navarro Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950), a quien este Lazarillo sigue con interés desde hace años en los medios donde colabora y en algunos de sus libros, ha publicado uno de esos artículos redondos y certeros que por su agudeza y afilada glosa de unas circunstancias socio-políticas como las sufrientes bien merece una segunda lectura y, por lo tanto, una republicación en este modesto DdA. Es aconsejable, de paso, recomendar a quienes no lo conozcan el blog de Miguel, Vivir de buena gana, donde su autor apunta diversas incidencias: obra en marcha, cuaderno de campo, notas de
lecturas, cosas vistas, cacharrería y cachureo bravo, hallazgos,
tentativas, patiperreos, escolios al margen de otros trabajos, revuelta
mesa de trabajo… Voces detrás de la escena. No siempre un buen artículo tiene el titular adecuado, pero en esta ocasión sí es proporcional en inteligencia y contundencia a lo expresado en el texto. Personalmente se lo daría (el titular), por concretar, a todos los telediarios y a todos los platós de televisión donde se debate a voz en grito sobre la actualidad patria: El asco de no acabar.

Miguel Sánchez-Ostiz
Por lo visto Pedro Sánchez y el trampas
de Pablo Casado se han reunido en La Moncloa no para hablar del desdiós
nacional, sino para sellar su primer pacto de Estado: blindar el
aforamiento de los cargos públicos. Lo que es insólito en el sistema
democrático europeo, aquí es norma: «En España hay 10.000 aforados, en
Francia 21, y en Alemania ninguno», leo al vuelo en un titular del
subversivo ABC.
Solo de esa manera se puede entender que
Hernando se jacte de que el mago de los masters no vaya a ser procesado
por el Supremo, que es mucho jactarse y de paso declare de manera
expresa que, aquí, la relación entre el poder político y el judicial es
algo más que estrecha, pura afinidad ideológica.
En efecto, enjuiciar al Master es hacerlo
con un sistema corrupto hasta las cachas. El político no está solo. En
su paseíllo académico le acompaña, a ritmo del pasodoble Banderita tu
eres roja, banderita tu eres gualda, una cuadrilla compuesta por altos y
bajos cargos académicos, compinches subalternos y hasta monosabios con
muceta de doctores en timbas.
Mientras tanto el juez Llarena impide que
nadie examine la legalidad de sus actuaciones –inspiradas en sus
ideología política– recurriendo a la soberanía nacional hecha fregona
muy usada de aguas servidas y pidiendo amparo al CGPJ, que se lo otorga
claro, pensando sin duda en esa alta norma de justicia inmanente que es
«Cuando las barbas del vecino veas pelar pon las tuyas a remojar» y en
que la justicia política española es mejor no removerla y sí envolverla
en una nube de humo rojigualdo de dignidad y otras ocurrencias. A las
barbas corporativas me refiero… ¿Por qué no examinar la estricta
legalidad de lo actuado cuando el juez está siendo acusado, de manera
reiterada, de prevaricación? Una sociedad democrática avanzada debe
permitir juzgar a sus juzgadores sin triquiñuelas corporativas. Ya sé
que es mucho pedir, pero por pedir que no quede.
La soberanía nacional hace ya mucho que
es un timo para este país que confunde el patriotismo con sus banderas
hechas navajas cabriteras.
Que de eso se trata, de banderas que
cortan. Asombra ver el imparable aumento de agresiones impunes a
independentistas en sus derechos de opinión y expresión pacíficos, y a
quienes no lo son, por unos servicios de orden –como se acaba de ver en
Barcelona– compuestos a todas luces por matones. Porque matón es no solo
el que se presta a pegar por gusto y por dinero, por mucho uniforme que
vista, al dictado del que paga, sino también el que hace lo mismo por
afinidad ideológica: estamos a un paso de las pardas SA. En la cuestión
catalana se buscan y promueven las agresiones por cuenta de los lazos
amarillos para obtener una respuesta que justifique una represión en
gran escala. ¿Tremendismo el mío? Seguro, y apocalíptico también, por
qué no, la hartadumbre lo dicta. En verano estamos, tiempo de vacas,
cohetería y zurracapotes.
Un paisaje ensombrecido por hordas de
subsaharianos, así dicen, sí, hordas, que huyen de la miseria y de la
muerte y prefieren la hostilidad de una sociedad en la que la xenofobia
crece, cuando no fallecen en el intento de llegar a lo que consideran un
refugio seguro. Nadie dice de qué manera esos subsaharianos contribuyen
al enriquecimiento de una sociedad que, de entrada, los explota a
conciencia.
Pero ese es un sombrío paisaje al que a
cambio pone un vivo colorido un patriotismo nacionalista lumpen que
nadie sabe de qué cloaca sale, pero que de su falta de instrucción hace
gala; unas redes sociales en las que se festeja de manera impune el
asesinato de un edil asturiano de IU, por ser comunista, mientras otros
tuiteros son perseguidos por auténticas nimiedades; unos espontáneos del
orden nuevo, que es ya muy viejo, que dan rienda suelta a sus fobias e
inquinas de manera jubilosa, junto con unos medios de comunicación que
ocultan lo que les conviene y sirven en bandeja a los miembros de La
Manada solazándose en la playa, pidiendo subsidios oficiales y, aunque
sea en calidad de monstruos (no siempre), festejados de manera mediática
y así absueltos: el delito cometido va quedando cada día más lejos.
DdA, XIV/3929
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