Franco, Oliveira Salazar y el ministro Martín Artajo en 1949
Félix Población
Una de las medidas que mediáticamente más se hizo notar, a la llegada
de Pedro Sánchez a La Moncloa, fue el anuncio de la exhumación de los
restos de Franco del Valle de los Caídos, que será decreto ley este
viernes. La noticia dio paso, nada más conocerse, a una serie de
reacciones por parte de los sectores afines al viejo régimen, que
tuvieron su colofón en un manifiesto publicado en el diario La Razón y
suscrito a posteriori por hasta seiscientos militares retirados y
algunos más en situación de reserva.
Contra ese manifiesto se dio a conocer recientemente otro, suscrito
por tan solo veinte militares retirados, que denota según uno de sus
firmantes la preocupante relación que ahora mismo se da a favor y en
contra de Franco en el interior de la Fuerzas Armadas, como consecuencia
de la mala educación democrática recibida en los últimos cuarenta años
en las academias, en opinión de este mismo firmante (el capitán Maira).
Llama la atención que el necesario pero insuficiente desalojo de su
mausoleo de los restos del dictador (el Valle de los Caídos es una gran
fosa común donde yacen miles de sus víctimas), haya hecho aflorar en
determinados platós de televisión voces redivivas del ideario
franquista, como si los encendidos debates que se suscitan entre sus
defensores y sus antagonistas incidieran positivamente en los índices de
audiencia. Podría ser así en razón a la peculiaridad gritona y airada
del espectáculo, a pesar del bochorno que suscita este por las
barbaridades que propalan los devotos del viejo régimen.
Si ocurre esto, tendríamos que sentir, además de la vergüenza que
comporta mantener y conservar durante cuatro décadas el mausoleo de
Franco (caudillo por la gracia de Dios), una cierta indignación ante
determinados medios y un periodismo que ni en Alemania, Italia o
Portugal concedería imagen y palabra a quienes exaltaran a sus
respectivos y fallecidos dictadores. En ninguno de esos países,
ciertamente, cabe imaginar la permanencia de un monumento en homenaje a
cualquiera de ellos después de cuatro décadas de democracia.
En lo que respecta a Portugal, habla la historia de la relación de
conveniencia que mantuvieron durante sus respectivos y semejantes
regímenes el general Franco y Antonio de Oliveira Salazar, con un apoyo
decidido de éste al golpe de Estado de 1936. El dictador portugués
autorizó que pasara por su país la ayuda prestada a Franco por Hitler y
Mussolini. Nicolás Franco, que fue embajador de España en Lisboa desde
1938, ocupó ese cargo durante veinte años y coordinó desde la capital
portuguesa las ayudas financieras de aquellos banqueros partidarios de
su hermano.
También es de subrayar que el gobierno de Oliveira Salazar mandó
cerrar la frontera para impedir una avalancha de refugiados procedentes
de España y evitar que Portugal se convirtiera en un corredor hacia el
territorio republicano o hacia los países dispuestos a dar asilo a los
perseguidos. Insensible a todo argumento humanitario, la dictadura de
Oliveira devolvió incluso a una muerte segura a quienes habían
conseguido burlar el cierre fronterizo y fueron hallados en suelo
portugués, como leemos en Franquismo y Salazarismo unidos por la frontera: cooperación y entendimiento en la lucha contra la disidencia,
de Juan Chaves Palacio. Es de recordar que Miguel Hernández fue
detenido en el sur de Portugal y entregado a las autoridades franquistas
después de haber sido interrogado por la PIDE (Policía Internacional de
Defensa del Estado), que le abrió un expediente carcelario por
indocumentado, descubierto hace un año por el escritor onubense Augusto
Thasio. El poeta murió poco después en la prisión de Alicante.
Oliveira Salazar fue el fundador del Estado Novo, un régimen que
presidió desde 1932 hasta 1968, sin que en Portugal se diera la gran
sangría de un conflicto armado como el que desató el golpe de Estado de
general Franco en España y llenó de muerte las cunetas y fosas comunes,
en las que siguen hasta hoy más de cien mil republicanos. Se trataba,
como la española, de una dictadura personal de partido único, la Unión
Nacional, basada en el corporativismo -a imitación del fascismo
italiano-, y que contaba con el apoyo confesional de la iglesia católica
y la poderosa y expeditiva mano represora de la PIDE, capaz de sofocar
todo asomo de oposición o disidencia.
Tumba del dicador portugués en su localidad natal
A pesar de tan larga y similar dictadura, sería inimaginable en el
vecino país, y más a estas alturas, que los canales de televisión
abriesen sus platós a los nostálgicos de aquel viejo régimen. Mucho
menos, que hasta seis centenares de militares retirados apoyasen un
manifiesto de exaltación a Oliveira Salazar publicado en uno de los
diarios nacionales. Cerca de Lisboa no hubo nunca un monumento en el que
estuviera enterrado su dictador. Los restos de Oliveira Salazar,
fallecido en 1970, están enterrados desde entonces junto a los de sus
padres en una sencilla tumba, ubicada en el cementerio de Vimieiro, en
Santa Comba Dao, la localidad en donde había nacido en 1889.
Hoy leemos en
eldiario.es
que el único militar en activo (cabo) que ha firmado el citado
manifiesto antifranquista viene oyendo desde hace 19 años, al romper
filas, el grito ¡Arriba España!, obligatorio durante la guerra entre los militares golpistas.
DdA, XIV/3934
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