Parque de Helsinki
Jaime Richart
Hay otros factores a tener en
cuenta, como es la esperanza de vida. En Finlandia 81 y en España actualmente
de 82 años. Pero este dato y el famoso sol son engañosos a la hora de hacer una
valoración global del nivel de satisfacción de la sociedad española. Pues la
tasa de longevidad todavía es alta gracias a los millones de personas de la “sociedad
tranquila”, y el sol, que empieza a ser excesivo, los abundantes incendios y
la falta de humedad pueden ser factores peligrosos no muy a largo plazo. El
caso es que el futuro que se perfila para las siguientes, una vez
desaparecidas las generaciones entre 65 y 90 años, no es precisamente muy
halagüeño si no cambian las condiciones generales de vida...
La sociedad tranquila es la
sociedad de los jubilados y la del funcionariado. El resto vive desesperado.
Pero la “desesperación” en este caso tiene dos caras. Una injustificada y
otra demoledora. La primera es la de los que teniendo mucho o suficiente no
viven tranquilos y duermen mal porque no les basta y quieren ganar más, a toda
costa y a costa de lo que sea y de quien sea.
La segunda es la de los que careciendo de todo se pasan la vida
buscando trabajo, se domicilian en casa de sus padres o abuelos y, pese a
estar ayudados por ellos, viven angustiados. Viven angustiados, porque no
consiguen estabilidad, y temen no conseguirla nunca, porque saben que no van a
poder formar una familia con dignidad, porque saben que no van a poder comprar
nunca una vivienda... porque su triste y única esperanza está
en la herencia del piso de sus padres. Así es como vive la mayoría de la
población en España que no es rica y tampoco pertenece a la “sociedad
tranquila”...
Me sospecho que es el signo de
los tiempos, al menos en occidente. Pero aparte la pensión de los mayores y la
retribución regular del funcionariado, ya no hay más seguridad que la que
puedan dar las policías frente a los terroristas. El día a día es incierto para
grandes partes de la población trabajadora, lo que le acarrea un estado mental
y psicológico inestable. Son demasiados los que, instalados entre la
interinidad y el desempleo crónico viven acosados por la ansiedad o por la
depresión.
España, tras ese sol del que
presume y tras esa tan a menudo alegría ficticia, respira una decadencia
palpable, una imposible creatividad que en el español sólo aflora fuera de
España. Las tres configuran una sociedad triste por dentro, cuya íntima
tristreza y frustraciones las compensa con mucho ruido, con mucho bullicio,
con mucho fútbol, con muchos toros, con muchas copas y con muchas noticias, la
mayoría lamentables y moviendo a indignación.
Es cierto que como contrapartida,
ahora cualquiera puede tener un coche aunque sea de tercera mano, que
cualquiera puede tener cualquier capricho convertido en “necesidad” por
poquísimo dinero. Pero aun así la masa poblacional principalmente joven, vive una vida absurda, sin esperanza y sin
ilusión. Quien no comprenda y actúe en consecuencia que la mejor manera de
hacer frente a las carencias es no crearse necesidades, vivirá más angustiado.
Y en tales condiciones no puede conocerse qué es el sosiego y la
serenidad imprescindibles para la sana imaginación y la creatividad que
parecen haberse agotado...
Ya sé que esos españoles de tronío
y de bandera en el balcón o de banderita en la muñeca y magras cuentas
corrientes, están pensando que todo lo dicho aquí es derrotista o se corresponde
con la leyenda negra que tanto exasperaba al franquismo que decía había sido
cocinada por los enemigos de España. Me
da igual. Si España, como se hace o se está ensayando en otros países del
mismo sistema, asegurase a la población juvenil y en edad laboral que vive sin
soporte alguno que no sea circunstancial o familiar, su manutención y una
mínima vida digna sin estresarse, se recuperaría un estado satisfactorio en la
vida general, pues entre la abundancia de alimentos, la abundancia de viviendas
vacías y las tecnologías haría superflua y detestable esa ideología miserable,
esa filosofía del mantra: “el que no trabaja es porque no quiere”. Pues toda persona de normal
constitución orgánica y con una salud normal quiere estar activa. Lo que no
significa que haya que confundir el deseo de ser activo con el hecho de
afrontar un trabajo obligatoriamente para un tercero, casi siempre penoso y a
cambio de un pago inseguro, incierto y miserable...
Sabiendo que un país como Finlandia es “feliz”, si la lógica y
la racionalidad colectiva al servicio del ser humano fuesen los primeros bienes
a abrazar, España, sus empresarios, sus ricos y sus dirigentes ya saben lo que
tienen que hacer: esforzarse con sus intereses y sus políticas en seguir las
directrices que conducen a crear las condiciones necesarias para el igualitarismo
generado pacíficamente en Finlandia por vías de una inteligencia colectiva
superior. Pues en aquel país, indudablemente todo el mundo ha de vivir
tranquilo. Al menos, sin otra intranquilidad que la que acaso proviene de lasrelaciones interpersonales, de la soledad o del azar.
DdA, XIV/3923
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