Jaime Richart
La ideología y el ideólogo manejan emociones, creencias e ideas colectivas, unas
sin paternidad conocida y otras impulsadas generalmente por grupos. Por consiguiente las del ideólogo son ideas
de otros. El ideólogo no hace más que transmitir ideas ajenas y argumentar con
premisas prestadas de una idea cuyo
origen puede estar determinado pero suele ser lejano, muy lejano o traído a la
modernidad por quien ha revisado y actualizado la idea madre. No hay nada nuevo
bajo el sol. La ideología y el ideólogo, en fin, describen y postulan modos de
actuar sobre la realidad colectiva tratando de acercar lo más posible el
modelo existente al modelo suyo pretendidamente ideal.
En el campo sociopolítico,
una ideología los propulsa y al mismo tiempo está detrás de los
partidos políticos en las democracias burguesas de partido. Y una ideología
está en el centro de las democracias llamadas por las otras populares. La
sociedad, sus gentes, buscan y cultivan permanentemente ideologías para su vida
social y práctica, al igual que el provecto se envuelve en religión o en
filosofía en el último tramo de la suya.
Ejemplos de ideología en sociopolítica son el socialismo: “la mayor
eficacia está en socializar los medios de producción” (Marx); el
neoliberalismo: “privatizar lo público es la solución” (Margaret Thatcher y
los Kaplan; el feminismo: “la mujer es socialmente igual al hombre” (Incontables).
En la democracia de partidos el partido gobernante materializa la idea
madre llevándola a la práctica y la difunde en la enseñanza o donde puede. Es
lo que viene sucediendo en los últimos cuarenta años con la hegemonía del
neoliberalismo y la privatización salvaje de los bienes y servicios públicos en
todos los países occidentales. En las democracias populares la ideología la
asienta el partido único.
El ideólogo, por su parte, aunque
a menudo quisiera medirse con él y se confunde con él, es lo más opuesto a “lo intelectual”. El ideólogo
no tiene dudas, como no las tiene el profeso de una religión fundamentalista.
Se está con él o contra él.
El ideólogo y la ideología funcionan en la sociedad civil como un ariete
militar.
Pero independientemente de la
ideología está la lógica formal como herramienta primaria de todo
razonamiento. Una lógica que abarca a todo el pensamiento occidental a su vez
compuesto de ingredientes grecolatinos y judeocristianos fundamentalmente, que
luego se diversifica en los distintos planos de la realidad individual y
social. Pues hay una lógica política,
una lógica económica, una lógica jurídica, una lógica científica, una lógica
ética, una lógica médica, una lógica numérica... y una lógica
común del ser común que suele abstenerse de pronunciarse
acerca de lo que convencionalmente pertenece a esas lógicas particulares, aun
cuando en ocasiones sospeche que lo predicado como “ilógico” es sencilla y únicamente
porque no concuerda con un patrón que a veces convendría revisar. Y por
ejemplo, así como la lógica ética va asociada a sentimientos humanistas, la lógica
política está
construída con retazos de la ideología que envuelve el pensamiento, antes
diverso y ahora “único”, de las sociedades de Occidente. Lo que no quiere decir que no haya
otras lógicas en la sociedad humana aparte de la que maneja Occidente. En
cualquier caso toda lógica se construye a partir de unos fundamentos que, en
cada área de pensamiento, han sido levantados por consensos sucesivos de unas
minorías consideradas académicas, y todo cuanto no quepa en la lógica decidida por esas minorías (de cada época)
es heterodoxo y a menudo perseguible hasta anularlo u obligar a que se olvide.
Esta acción se ejercita generalmente desde la ideología o desde la religión
que inspiran los códigos y las leyes. En este sentido, pues, la lógica política
es ideología.
El intelectual, que de la
política propiamente dicha piensa y habla muy poco pues el consejo del filósofo Epicuro ¡lejos
de la política! le disuade, deja esa tarea en manos del “experto” o de tantos periodistas
que hoy día rivalizan con él.
En todo caso, el intelectual,
tomando la máxima distancia de ellos, contempla los hechos sociales desnudos
tratando de clarificarlos, primero en el plano sociológico y en el cuasi filosófico
después. Se vale de los mismos recursos que el astrónomo que observa y estudia
un astro. Pero de una manera peculiar: el telescopio para situar los hechos
como si se produjesen a una distancia considerable y conseguir ls perspectiva,
y la lente ocular luego para amplificar el detalle. La vertiente política de
los hechos queda diluída en la sociológica, y la sociológica en forma de
reflexiones, filosóficas o no.
Asegurándose de que los datos de que dispone provienen de
fuentes fiables, expresándose con los menos adjetivos posibles y empleando
para ciertos enfoques el tiempo condicional del verbo por razones de elemental
prudencia, relativiza ordinariamente las conclusiones que eventualmente adoptan
la forma de denuncia indirecta de las lacras reconocidas universalmente como
tales, sea sobre reflejos de la naturaleza humana, de grupos sociales, de una
sociedad en concreto o de todo el sistema. Si, además de poner en orden sus
propias ideas, espera ser persuasivo, en su análisis procurará ver por encima de
los actos políticos sólo
“hechos sociales”. Pero si estos comportan actos notoriamente felones, destaca
la catadura moral de sus autores obviando su nombre y termina relacionándolos
con la debilidad y la necedad eramista propias de la condición humana. Lo que
no significa que, impasible o
enardecido, no sea implacable con los comportamientos indeseables del poder, o
de los poderes, atententarios de la integridad y dignidad del ser humano. Del
intelectual que presta atención a estas circunstancias suele decirse que está
“comprometido”
Por último, la gente común
habla y razona ordinariamente de acuerdo a una ideología y una lógica de
coyuntura a su vez conforme a ella. La simplificación es el sello. Por el
contrario, el intelectual fabrica ideas, intenta despejar la complejidad de
las cosas o hace por recreo más complejo lo simple. Así es que todo ser humano, notable o no, que reflexiona
y analiza la realidad individual o social con intención de influir en ellas,
es intelectual. Pero ello es a condición de que las ideas sean propias, de su
cosecha. En caso contrario, es ideólogo o alguien del montón…
DdA, XIV/3927
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