Félix Población
Según nos recuerda
Pedro Olalla haciendo memoria de lo que decía Cicerón, en el primer capítulo de
este libro sumamente recomendable y que no llega al centenar de páginas, las
dificultades de la vejez no provienen tanto de la edad como del carácter y la
actitud vital de las personas, pues envejecer -según escribió en su día el
escritor y filósofo latino en su reconocido tratado- es, en un alto grado, un
empeño ético.
Olalla le plantea
en esta enjundiosa carta abierta sin respuesta a Cicerón reflexionar sobre si
el hecho de que nuestra sociedad esté o no esté organizada y facultada
para posibilitar ese empeño ético no hace del envejecer, también, un propósito
político. Subraya en este sentido el autor la circunstancia histórica en la que
vivimos, caracterizada porque en algunos países de Europa más de la mitad de
los ciudadanos superen los cincuenta años, no siendo esa la única razón
para afirmar que nuestra sociedad está políticamente envejecida. Lo está más
nuestra deficiente democracia, al haber perdido el ímpetu transformador que le
conferían sus valores esenciales en su lejana juventud ateniense, de la que
Olalla es buen conocedor como reputado helenista.
Esos valores
tienen nombres griegos, que Olalla consigna, y son la igualdad política, la
igualdad en el uso de la palabra, la virtud de atreverse a emplearla para decir
la verdad, la voluntad de participación en lo común, la vocación de la ley por
la justicia, el sentido de la justicia y el de la vergüenza, la justicia en sí
misma, la supresión de las deudas que conducen a la esclavitud, la piedad, la
educación, la excelencia, la libertad y la felicidad como realización plena de
la persona y razón de ser del Estado.
La democracia ha
envejecido porque ha dejado de ser fiel a su esencia, entendiendo esta como
aspiración fundamental del ser humano a realizarse como animal político.
"La democracia es hoy en día un nombre vaciado de su esencia y usurpado
por los poderosos como una bella máscara con la que ganar la aquiescencia
mientras se sirve únicamente al interés propio". Se refiere Olalla al
nuevo imperio de nuestros días, sin césar, ni rostro de nación, ni fronteras concretas,
ni freno a su ambición, “opuesto firmemente al proyecto democrático de
organizar la sociedad tomando como base la dignidad y la realización del ser
humano, un imperio que avanza conquistando la política para sus propios fines
por medio de la deuda y de la corrupción, un imperio incorpóreo y sutil, que
tiene por fin último convertir la riqueza del mundo en propiedad privada de
unos pocos, y lo está consiguiendo, contando como aliado con la desafección por
lo común y la indolencia de las gentes”.
Considera el autor
que hemos sucumbido al engaño fatídico de otorgar a un puñado de banqueros y
especuladores la facultad de financiar a los Estados y a los pueblos cobrando
intereses reales por un dinero que crean de la nada en forma de deuda. Ni la
sociedad ni la naturaleza han de avenirse a los deseos de los potentados
gestores del dinero, pues es el dinero lo que debe servir a las necesidades de
la sociedad y la naturaleza. El nuevo imperio ha conquistado la política para
privarla de sentido real, entiende Pedro Olalla, y hacer de ella una quimera a
su servicio. Quizá por ello resultan y resulta cada vez más irrelevante la
personalidad de los políticos y el papel que juegan al frente de los
respectivos gobiernos.
Es preciso
reconquistar la democracia porque el ser humano dejará de serlo cuando renuncie
a organizarse para buscar con otros la justicia. Nuestro objetivo ante esa
democracia envejecida debe ser rejuvenecerla con una población también
envejecida para que recupere el ímpetus de sus viejos principios. El
autor juzga como un crimen de lesa humanidad consentir que la inoperancia
redistributiva de nuestro sistema excluya del acceso a los bienes más
elementales para la subsistencia a una de cada dos personas en el planeta.
Las últimas
páginas de este lúcido y conciso librito de Pedro Olalla, tras ocuparse del ars
vivendi y el ars senescendi, están dedicadas al ars moriendi
que completa y consume los anteriores ciclos, con una última reflexión acerca
de la senectus politica que viene a resumir todo lo desarrollado en el
propósito de crecer haciéndonos mejores, pues voluptate anima nulla
potest ese maior: No puede existir un placer mayor para el alma.
En una sociedad donde el poder político tiende a actuar en beneficio propio, si no es espoleado
por las demandas firmes de los ciudadanos, la imagen que estos tengan de la
vejez en sí, y el grado de conciencia que alcancen para hacerla valiosa y
respetada, se le antojan a Pedro Olalla de una importancia capital para una
vida digna. Por eso resultan especialmente reconfortantes las manifestaciones
públicas que cada lunes desde hace varios meses convocan las asociaciones de
jubilados en Bilbao en demanda de pensiones dignas y el movimiento ciudadano
que en torno a esta reivindicaciones se está viviendo en nuestro país.
Si puede
corresponder a una sociedad envejecida el reto de rejuvenecer la democracia,
entiende el autor que se ha de comenzar por reconsiderar el posicionamiento
marginal y pasivo de la llamada tercera edad, resituarla con justicia en la
conciencia colectiva, y descubrir y cultivar en ella su potencial político.
Nuestros mayores son la memoria vivencial, la memoria afectiva, y eso no
debemos olvidarlo ni desaprovecharlo, por más que el sistema pretenda arrumbar
a la tercera edad o deplorar que su vida se prolongue mucho más tiempo después
del acabamiento de su periodo productivo.
Apex est
senectutis auctoritas (La
culminación de la senectud es la autoridad), recuerda Olalla que sentenció
Catón, entendiendo por autoridad no la que dan los años sino la de haber vivido a conciencia, con
voluntad de perfección, pues autoridad y autor encierran la
noción de hacer crecer, ayudar a ser grande: autor es el que
comienza a hacerlo y autoridad la condición de haberlo conseguido.
De senectute
política. Carta sin respuesta a Cicerón. Ed. Acantilado, Barcelona, 2018. 95 páginas.
*Este artículo ha sido publicado en el número de julio-agosto de 2018 de la revista El viejo topo.
DdA, XIV/3908
2 comentarios:
Habrá que leerlo y difundirlo, siendo así. Gracias.
Qué buena pinta tiene. Y qué bien poder volar hacia otras perspectivas al leer estos libros. Una vez más gracias a Acantilado, que nos deja despegar desde tan alto nivel como el de Olalla.
Publicar un comentario