La
verdadera causa antropológica de nuestro retraso respecto a la Europa Vieja está
en la historia, en el destino, en la fatalidad y en una férrea voluntad
reaccionaria permanente en la gobernanza.
Jaime Richart
En otros países calmos, seguramente habrá
también en la política corrupción y engaños: el ser humano, el político y la
sociedad de la que proceden son éticamente endebles por definición. Pero son,
aquí sí, casos muy aislados y generalmente de poco fuste en comparación con
los incontables casos españoles. Pero sobre todo son de escaso impacto en la
población que no por ellos, que se sepa, sufre penurias significativas. El bochorno allí suele ser circunstancial y pasajero,
pues todo suele saldarse pronto con una dimisión. En esos países europeos a los
que nos miramos como en un espejo, de pronto un buen día sabemos del plagio de un político
desaprensivo, de las andanzas de un gobernante corrupto
o de la traición de un descarriado. La noticia salta a todos los periódicos,
radios y televisiones del planeta. Pero transcurrido un tiempo, todo el mundo
lo olvida y pasa a la normalidad.
En España, en cambio, llevamos al menos diez
años sin reposo de escándalo en escándalo. La malversación, el nepotismo, la
prevaricación y los delitos tributarios se enseñorean de los juzgados, de las
denuncias, de las tertulias, de los mentideros... Y es que es tan inevitable
como palpable que la historia de las naciones decide. Y la historia de los
últimos 100 años en España -guerra civil, dictadura y Transición maquinada
incluidas-, aparte los hechos sangrientos de toda la historia anterior, es lo
bastante diferente de la historia de esos países europeos como para sentencia
y sin temor a equivocarnos, la gran distancia en ética y en voluntad de
convivencia estable y pacífica que media entre esos países y España. Pues
no es lo mismo haber sufrido dos guerras mundiales casi consecutivas con toda
suerte de vicisitudes dramáticas y trágicas entre extranjeros, que una
guerra intestina en el mismísimo siglo XX librada entre millones de españoles
forzados a convivir bajo una bandera que en la historia sólo ha representado
a los poderosos y a las clases sociales más favorecidas por sí mismas, sin haberse cicatrizado todavía las profundas
heridas de aquella guerra.
Así es cómo ya sabemos dónde se aloja la
verdadera causa antropológica de nuestro retraso respecto a la Europa Vieja:
en la historia, en el destino, en la fatalidad y en una férrea voluntad
reaccionaria permanente en la gobernanza, contagiada ahora incluso a quienes
hace treinta años abanderaron entusiasmados la causa de la progresía.
DdA, XIV/3881
No hay comentarios:
Publicar un comentario