Jaime Richart
Los debates acerca de este asunto no tienen punto de
confluencia salvo para los razonadores sin prejuicios, que en Occidente
prácticamente no existen.
En España
los reductos de pensamiento comunista alojados en partidos que con diferentes
siglas han ido desfilando desde el inicio de esta democracia de mínimos, no
han tenido más remedio que ceñirse hasta ahora en su recorrido a un papel
parlamentario casi decorativo y testimonial por el número de quienes
representan ese pensamiento en la sociedad española. Pero eso, en modo alguno
prueba la debilidad intelectiva y argumentativa de las tesis comunistas, pese
a que en otros puntos del planeta es al revés: la opción opuesta propia de las
democracias burguesas carece institucionalmente de valor. Hay otra óptica. Pero en España y en los
países del mismo sistema, lo que ello pone de manifiesto a cuenta de la
paradoja de que a más razón práctica menos razón pura en la gobernanza de la
sociedad, es el gigantesco potencial con el que cuenta una tesis socio económica
que está llevando a la ruina a grandes masas de población en cada nación y al
planeta. Tesis que no brillan por su carga de lógica formal, sino sobre todo
por estar respaldadas por el egoísmo extremo de otras grandes masas y de representantes
suyos que, bien acomodados, cuentan con los instrumentos más eficaces para
imponer su razón y su ley: ejércitos, policías, dinero, riqueza, medios de
información y técnicas de mentalismo; es decir, todo cuanto se precisa para
"persuadir" en la paz, del mismo modo que los ejércitos "persuaden" al
enemigo después de haberle ganado la guerra. Pero no porque el liberalismo sea
en sí mismo persuasivo, no porque las tesis iusnaturalistas (llevadas a unos
extremos aberrantes por el liberalismo económico que se
ha instalado en Occidente para quedarse) no carezcan del sentido profundo y demoledor
que sí tienen las tesis marxistas (argumento éste que está en línea con lo
mantenido en otro artículo del que soy autor acerca de la verdadera realidad
que en la sombra está detrás de la realidad oficial).
El “sistema”
occidental se vertebra exclusivamente en el número, no en el raciocinio de la
justicia social. El número en la estadística (a menudo manipulado), el número
en la economía de los precios, y el número de los que, representantes y
representados en un parlamento, comparten la idea fabricada por ideólogos que
diseñan esa realidad a la que aludo sin contar con cada vez mayores minorías
que la sufren. En el fondo, un modo de razonar perverso y fraudulento; una
teoría y clase de pensamiento de factura similar y con la misma dosis de
"verdad" o de razón que sus custodios dicen encierra “esa” filosofía,
ese partido o “esa” religión, porque tienen éste u otro número de seguidores,
de adeptos o de fieles... Es el número lo que les da toda la razón.
Lo que sí ha
de reconocerse, desafortunadamente para los lógicos, es la debilidad de la
razón pura frente a la razón práctica: lo que hace de la filosofía y de la
lógica formal dos espacios mentales que poco a poco van perdiendo fuelle e
interés; salvo para débiles mentales ilustrados y para quienes buscan consuelo
en la primera... Y es que, en efecto, la razón pura nada tiene qué hacer
enfrentada a la razón práctica de la política,
económica o común. Pues asentada la razón práctica en la retórica, a su vez respaldada por la fuerza material y la maquinación,
por la fuerza del número y en la voluntad de poder, la razón pura podría decirse
que poco menos que fabula.
Sin embargo
y para poner en evidencia que la razón pura también es posible aplicada a la
organización política y económica de la sociedad, ahí tenemos el ejemplo vivo
de China. Vasto país donde esa razón, es decir, el ideal que fue, se transformó
en razón práctica por la revolución. Un país donde la libertad se sacrificó a
la igualdad; un sistema cuya andadura empezó sacrificando las libertades
individuales y públicas que tanto se celebran en occidente, y luego, a lo
largo de tres cuartos de siglo, fue graduándolas hasta llegar a disponer el
individuo de unos niveles de libertad cercanos a los que se supone se disfruta
en Occidente donde la sacrificada es la igualdad. Casi mil quinientos
millones, casi un cuarto de la humanidad, no sienten, o lo sienten levemente,
el aguijón de la injusticia instituida gracias a los planteamientos y
soluciones marxistas.
En nuestras
naciones en cambio la razón, las cuotas de razón tanto pura como práctica, se
reparten proporcionalmente entre el número de escaños en los parlamentos.
Cuantos más escaños más razón, cuantos menos escaños menos razón. De aquí que la única salida a la inversión
del potencial de la razón para que los instrumentos de poder pasen de manos de
las capas sociales dominantes a las secularmente dominadas, es sólo la
revolución. Pues sólo la revolución transfiere automáticamente el dinero, las
finanzas los medios y la riqueza a esas partes de sociedad que ahora son
minoritarias, marginadas y perdedoras. El hecho de que no se lleve a efecto no significa más que estas tres cosas. La primera es que en estas sociedades
los individuos comen aunque
sean migajas; la segunda, es que las tecnologías aturden
las mentes lo bastante como para hacer presas de la molicie a millones de
individuos; y la tercera, que la sociedad occidental se ha civilizado hasta
un grado decadente. Pero todo eso tampoco significa
en absoluto que el marxismo, el comunismo, el socialismo real o el socialismo
desnudo, en sus diferentes concepciones y vertientes, adaptados a las
circunstancias excepcionales que atraviesa el mundo y el planeta, no sean la
solución deseable y urgente para modificar la relación de fuerzas que existen
inveteradamente en la sociedad occidental desde la caverna. No creo exagerar
si digo que si en el siglo XXI las tesis de Marx y de otros comunistas, entre
ellos buen número de padres de la Iglesia católica, no se llevan a la práctica, el neoliberalismo, sus cancerberos y turiferarios,
más los mimetizados en Europa procedentes de las filas de los falsos socialistas
acabarán sin remedio con el propio sistema y con las condiciones habitables
del planeta.
DdA, XIV/3872
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