domingo, 6 de mayo de 2018

JEAN ZIEGLER: ES OBLIGADO EXPLICAR A NUESTROS HIJOS EL ORDEN CANÍBAL QUE GOBIERNA EL MUNDO


La insurrección colectiva de las conciencias, germen de una revolución civilizadora, está próxima
Félix Población

Jean Ziegler (Thun, Suiza, 1934), doctor en Derecho y Ciencias Económicas por la Universidad de Berna, ha sido relator especial de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación entre 2000 y 2008 y es hoy en día, desde 2009, vicepresidente del comité asesor del Consejo de Derechos Humanos. En su nuevo libro, Hay que cambiar el mundo (Akal, 2018), Ziegler reserva una capítulo para reflexionar sobre su trayectoria. Lo hace desde su residencia en un pueblo de viñedos situado sobre una morrena soleada, en el extremo occidental del cantón de Ginebra. Dice despertarse cada día mientras observa el sol saliendo por detrás de las cimas centelleantes del Mont Blanc.  Lo hace con un sentimiento profundo de reconocimiento: por esta vida -según sus palabras- que me ha preservado de la enfermedad, del odio, de la soledad, de la miseria y la humillación. También tiene Jean un reconocimiento para Jean Paul Sartre y Simone de Beavoir, a quienes considera una de las influencias más importantes en su pensamiento. Dice tenerlos ahora más presentes que nunca.  
Desde hace unos cuantos lustros, quien fuera profesor de Sociología de las Universidades de Ginebra y La Sorbona de París no ha dejado de luchar por los parias de la Tierra, contra el hambre y la malnutrición, en favor de los derechos humanos y la paz. Todo empezó con su primer libro, Le Bonheur d’être suisse (La suerte de ser suizo), que data de 1993, donde además de evocar su niñez, sus decisiones políticas y sus años de formación en el Congo y Brasil, se inició contra la dictadura de las oligarquías con lo que Ziegler llama el bandidismo bancario helvético.

-Cuando se utilizan títulos como los de sus libros se podría pensar que lo que Jean Ziegler postula es un cambio revolucionario para el que no parece muy abocado la sociedad occidental. ¿Qué valoración hace usted del grado de conciencia de esa sociedad ante esa tercera guerra mundial de la que son víctimas los pueblos del hemisferio sur?

-Cada año, el Tercer Mundo pierde en silencio un número de personas equivalente al de los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial. 54 millones de muertos sólo en 2016. Frente a esta realidad, existen hechos que son totalmente aberrantes e inmorales. Por ejemplo, ¿cómo explicar que los conglomerados farmacéuticos puedan limitar por motivos de carácter estrictamente mercantil la posibilidad de erradicar enfermedades, y que consientan que las epidemias diezmen a los más vulnerables? ¿Qué hacer ante esto?

Pues bien, el revolucionario tiene que ser capaz de escuchar crecer la hierba, decía Marx. Cada uno de nosotros según nuestras propias capacidades, puede contribuir al despertar de la conciencia colectiva. La realidad que vivimos es terrible, sin duda. Pero incluso en el muro del orden caníbal impuesto por el capital financiero existen fisuras, por ínfimas que sean, que nos permiten avanzar hacia la humanización. En todo el mundo, vemos cómo la sociedad civil global se moviliza, cada vez más, creando estructuras de solidaridad, altruistas, de reflexión. La insurrección colectiva de las conciencias, germen de una revolución civilizadora ineludible, está próxima.

-Dice usted en el prólogo del libro que cuanto más dominan el horror, la negación y el menosprecio hacia el prójimo, más crece la esperanza, y que la insurrección de las conciencias está próxima, otra vez. ¿En qué se basa para augurar la cercanía de esa insurrección y a qué otra vez se refiere?

Hasta hace poco las catástrofes, como el hambre y la miseria, se vivían con un cierto fatalismo como si fueran acontecimientos inevitables. Hoy sabemos que esto no es así, que muchos de los males que afectan a nuestra sociedad, con voluntad, pueden evitarse. Pues bien, no cabe duda de que esa conciencia, que lleva a la insurrección, cada vez es más amplia y poderosa. El movimiento de los indignados en España es un buen ejemplo de lo que digo. A lo largo de la historia existen muchos otros ejemplos de esa toma de conciencia colectiva que supone la determinación de no soportar más lo insoportable.

-La Agenda 2030 de la ONU se ha fijado entre sus objetivos subvertir el orden caníbal que gobierna el planeta a través de la práctica mortífera de los llamados “fondos buitre”. ¿Será otro objetivo frustrado como el del Desarrollo del Milenio?? ¿Qué dificultades comporta ante la densidad y la magnitud del problema generado por la poderosa dictadura financiera global?

De nuevo, existe esa idea de que todos los objetivos que nos fijamos a nivel global acaban sin cumplirse. ¿Por qué nos resignamos a ello? Les propongo mirar más allá de los meros hechos, ir al origen del problema. ¿Por qué estos objetivos se frustran una y otra vez? ¿A quién beneficia la desigualdad, la pobreza, el sometimiento, la ocupación, la deshumanización de las personas, del trabajo? A las oligarquías financieras, a los depredadores que buscan maximizar el beneficio sin importarles el precio a pagar por ello. El sistema capitalista basa su progreso en la deshumanización de las relaciones, en la explotación. En el juego del mercado, donde todo vale, la persona se ve relegada a un papel secundario, pierde su singularidad y es tratada como una mercancía. Pero ese paradigma no es sagrado. Puede cambiar. La Agenda 2030 sienta las bases para ello.

-La Sociedad de Naciones se creó tras la gran carnicería de la Primera Guerra Mundial y la ONU tras la aún mayor masacre de la segunda gran guerra, con 57 millones de muertos, y usted considera que la ONU actualmente se encuentra en un estado agónico. Ante conflictos tan graves como los de Oriente Medio y un presidente del Imperio tan inquietante como Trump, ¿cabe la posibilidad un tercer gran conflicto armado de imprevisibles consecuencias, habida cuenta el potencial nuclear?

Esa posibilidad siempre existe. No olvidemos que la tragedia de la guerra se ha normalizado en la vida de muchas personas. La progresiva deshumanización del mundo que vivimos, la banalización del mal y del sufrimiento humano, la perpetuación de la ocupación y de la explotación, la distorsión de la realidad, sin duda, pueden llevarnos a la catástrofe.
Es cierto que la ONU se encuentra agónica. Precisamente ése es el motivo por el que se encuentra con esa lamentable incapacidad para solucionar las grandes crisis, como el sangrante conflicto de Siria o la lamentable situación del pueblo Palestino. Sin embargo, con mi libro he querido transmitir más bien un mensaje de esperanza. Existen proyectos de reforma que están en la mesa y que abogan por sacar a la organización de la parálisis en la que se encuentra. Hay que democratizarla, dotarla de medios para detener las masacres de los conflictos armados, los crímenes de guerra. Está claro que necesita mayor identidad y autonomía financiera, reducir drásticamente su burocracia, eliminar las reminiscencias de la dominación colonial que aún hoy condicionan las relaciones interestatales. Pero muy a pesar de sus defectos, estoy convencido de que, al día de hoy, la ONU constituye la organización que mejor encarna el interés común de la humanidad.

-Cuenta en el libro que a sus colegas del Consejo de Derechos Humanos les obsesiona hasta cierto punto el fracaso de la Sociedad de Naciones, como si vieran inevitable el desmantelamiento de la ONU. Usted se resiste a ese pesimismo. ¿A qué se debe el pesimismo de sus compañeros y cómo lo rebate mediante su propio optimismo?

Del fracaso de la Sociedad de Naciones pueden extraerse lecciones muy útiles. La ONU podrá resistir y adaptarse a los nuevos tiempos. La humanización progresa. La idea de una nueva sociedad civil global, la multiplicación de los movimientos sociales y de los frentes de resistencia, que también se está produciendo en Occidente, demuestran que todavía es posible despertar una identidad colectiva que defienda el interés general frente a la alienación. La guerra se gana con pequeñas batallas. Por eso yo me resisto a ser pesimista. 

-Tanto los gobiernos de Washington como de Tel Aviv han cuestionado su trabajo en la ONU, postura que comparten algunas organizaciones aparentemente no gubernamentales  creadas bajo el auspicio de esos gobiernos. Se ha visto incluso obligado a responder a sus campañas de difamación. ¿En qué se basaron para esas campañas y cuál ha sido su réplica de modo resumido?

Como he dicho cosas que no les ha gustado, ambos gobiernos han orquestado campañas de difamación que han buscado destruir mi credibilidad, cuestionando mi independencia como Relator Especial de la ONU. Con motivo de la presentación de mi segunda candidatura al Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos en 2013 fui objeto de una campaña especialmente virulenta y odiosa que la Embajadora de los EEUU en Ginebra dirigió personalmente. En el libro relato algunas de estas anécdotas. Tales episodios han servido para reforzar mi determinación por ser la voz de los más vulnerables ante los abusos y la hipocresía de los más poderosos. Por supuesto, que también he tratado de defenderme de las muchas mentiras que se han propagado sobre mi persona.

-Existen dos estrategias políticas, según usted, que dominan a escala internacional y que se oponen entre sí: la estrategia imperial de Estados Unidos y la diplomacia multilateral, promovida por la ONU. La primera, desarrollada por Kissinger en una tesis doctoral fechada en 1957, sostiene que la diplomacia promovida por la ONU no produce más que el caos, de ahí acaso lo de America first de Trump. ¿No va venciendo Estados Unidos en esa confrontación cada vez con más rotundidad?

Creo firmemente que el multilateralismo es la vía a seguir. Estados Unidos es un país poderoso. Pero no es el único. Al día de hoy 193 Estados son miembros de las Naciones Unidas. Quizás el día en el que dejemos de considerar ese país el ombligo del mundo podamos igualmente desvincularnos de ese capitalismo atroz que su política promueve. Trump gracias a su “América First” quizás nos esté ofreciendo involuntariamente la clave para esa emancipación.

- A lo largo de 2013 y en medio de la crisis que de modo tan drástico ha afectado algunos países europeos, los accionistas de las sociedades multinacionales y los grandes bancos han recibido más de un billón de dólares como dividendos. Nunca antes en la historia –dice usted- el capital de los más ricos había conseguido tal remuneración. Parece como si la crisis se hubiera planificado para cumplir ese objetivo y recortar de paso los derechos cívicos y sociales propios de países democráticos, con una grave lesión de sus fundamentos. ¿Qué opina al respecto?

Totalmente de acuerdo. Las conquistas en materia de derechos humanos son irreversibles. Sin embargo, la evolución de las cosas demuestra que las democracias occidentales han optado por políticas regresivas que han dejado a muchas personas al borde de la miseria y a las sociedades endeudadas por muchas generaciones. Las medidas de austeridad, los recortes, el retroceso en el disfrute de los derechos económicos y sociales de los ciudadanos resultan aberrantes ante la total impunidad con la que campan en este contexto los artífices de la crisis.


-Ha dicho usted en una entrevista, ante el surgimiento del movimiento 15-M que se dio en nuestro país hace seis años, que la insurrección de las conciencias se iba a dar en Europa y concretamente en España. ¿Lo sigue manteniendo? ¿Cómo observa la disputa que se da en este país entre los partidos adscritos al régimen de 1978 y aquellos que como Unidos Podemos proponen un cambio constituyente y una radical regeneración democrática?
Tengo una gran admiración por la democracia española y la capacidad de su pueblo para indignarse ante la injusticia. El movimiento del 15-M representó en su momento el surgir de una nueva conciencia colectiva, dio un aire fresco a la política española. Es una obligación moral y política encontrar fórmulas que permitan mejorar las condiciones de vida de todos aquellos que se han quedado en la cuneta a causa de la crisis.

-Supongo que habrá sido testigo en sus viajes como relator de la ONU de escenas y circunstancias especialmente duras en relación con el azote del hambre y que de seguro habrán incidido en la redacción de su libro El hambre en el mundo explicada a mi hijo (con Gilles Perrault y Maurice Cury). ¿Cuál o cuáles resaltaría y por qué explicarle el hambre del mundo a un hijo?

El origen de ese libro es muy simple: cada cinco segundos muere un niño a causa del hambre y sus consecuencias. Sin embargo, el mundo tiene suficientes recursos para alimentar al doble de la población mundial. Otro dato: en marzo de 2017 el Programa Mundial de Alimentos tan sólo pudo recaudar 270 millones de euros de los 4 mil millones que reclamaba a los países ricos. Existe una contradicción intrínseca entre estas circunstancias que nos lleva a concluir que el orden caníbal en el que vivimos, las políticas estrictamente mercantilistas implementadas por mucho tiempo, no sólo no han conseguido invertir esta dinámica, sino que han empeorado la situación. Tenemos la obligación de explicar a nuestros hijos este escándalo absoluto. De ellos depende el futuro de la humanidad. 

- En el segundo capítulo cita una frase del asesinado presidente Jean Jaurés: La carretera se encuentra plagada de cadáveres, pero conduce a la justicia. Usted dice creer en la humanización progresiva del hombre. ¿Cómo se puede creer eso con el camino tan plagado de cadáveres?

En el libro explico una idea que ya fue avanzada por la Escuela de Frankfurt y que responde muy bien a su pregunta. El hombre vive una doble historia: la que vive concretamente y la que su conciencia reivindica en forma de utopía. Toda persona tiene una conciencia adjunta, que nos ofrece una medida lo que es justo, de cómo deberían ser las cosas, independientemente de la realidad vivida. Es esa conciencia adjudicada la que nos inyecta la fuerza necesaria para seguir luchando por el ideal de la justicia. Precisamente, esto se lo debemos a los que han quedado en el camino. 




Combates ganados, a veces perdidos, pero juntos venceremos

En Hay que cambiar el mundo se nos ofrece un primer capítulo que debería ser materia obligada de estudio y debate entre las jóvenes generaciones: Los oligarcas contra los pueblos. Es tal el apogeo del capitalismo financiero internacional que las oligarquías detentan ahora un poder que jamás ha tenido antes ningún imperio, escapándose de cualquier tipo de control político y con un único objetivo en su horizonte: maximizar el beneficio, a costa de lo que sea, en el menor tiempo posible y sin apenas resistencia. Nos enfrentamos -afirma Ziegler- a un universo de violencia estructural. En cinco años, entre 2010 y 2015, el poder financiero de las 562 personas más ricas del planeta ha aumentado en un 41 por ciento, mientras que los haberes de los tres mil millones de individuos más pobres han descendido en un 44 por ciento.  No hay guarismos que puedan expresar mejor la tiránica dictadura de sobreexplotación que está padeciendo la humanidad y, a su vez, el planeta. (En España, según el FMI, el 20 por ciento más rico gana siete veces más que el 20 por ciento más pobre).


Otro capítulo de especial interés es el que lleva por epígrafe La dulce violencia de la razón, que Ziegler toma de Brecht y que está encarnada en las Naciones Unidas, de cuyo trabajo el que más le conmueve es el que realiza el Programa Mundial de Alimentos, con un plan muy específico de reducir la tasa de mortalidad infantil, la salud de las mujeres embarazadas y luchar contra las carencias de oligoelementos. Es al final de este capítulo donde el autor afirma: “Un intelectual no es nada por sí mismo. No tiene existencia histórica si no se alía con los movimientos sociales, esto es, convirtiéndose en un intelectual orgánico de las fuerzas populares. El intelectual es un productor de bienes simbólicos, de contenidos de la conciencia. Sólo en la medida en que tales bienes simbólicos (conceptos, teorías, análisis) sirven a los movimientos populares, adquieren cierta utilidad”. Cita a este respecto a uno de los personajes de Las manos sucias, de Sartre: “El problema radica en no hacer nada, permanecer inmóvil, apretar los codos contra el cuerpo, llevar guantes”. Por eso el personaje reivindica las manos sucias.


En Adelante hacia nuestras raíces Jean Ziegler (desconocía que fue Simone de Bouvoir quien le cambió a Ziegler su nombre alemán Hans por el francés cuando se puso a escribir libros) se sirve de la exhortación del filósofo Ernst  Bloch para recordarnos la Carta del Atlántico de 1941 que prefiguró e inspiró la Carta de las Naciones Unidas, en la que el presidente Roosevelt se refirió a las cuatro libertades que dieron nombre a su discurso: libertad de expresión, libertad religiosa, libertad de vivir sin necesidades y libertad de vivir sin miedo. Sin embargo, al día de hoy, Estados Unidos, Australia, Gran Bretaña y otros Estados todavía no reconocen la existencia de los derechos económicos, sociales y culturales. Para ellos sólo existen los derechos políticos y civiles. 


La savia que nutre la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU proviene de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa, pero también de la revueltas campesinas, de los partidos obreros, de las movilizaciones sindicales, de las luchas por la liberación de los pueblos colonizados y de todo cuanto ha surgido para oponerse a los depredadores feudales y capitalistas, en una de cuyas fase más desaforadas estamos.

El libro estudia además la estrategia imperial de Estados Unidos, con un nombre fundamental como gran ideólogo de la misma, el nonagenario Henry Kissinger, a quien Ziegler considera un criminal de guerra según todos los criterios del Derecho internacional, de los derechos humanos, y al que el historiador estadounidense Greg Grandin da el título de padre de todos los conflictos armados provocados por su país desde finales del pasado siglo hasta los inicios del actual. Se da la paradoja, subraya el autor, de que siendo la diplomacia multilateral que encarna la ONU totalmente opuesta a esa estrategia imperial que ahora reinterpreta Trump con temerario énfasis, las Naciones Unidas no existirían sin el apoyo estadounidense. Ziegler pone varios ejemplos de esa estrategia imperial, entre ellos las relaciones entre USA e Israel.


Hay un capítulo dedicado a las guerras en las que ha intervenido la ONU, empezando por la de Corea en los primeros años cincuenta y terminando por la de Irak, cuando Sadam Hussein invadió Kuwait, y otro que trata sobre la justicia universal, a través de la Corte Penal Internacional. Especialmente interesante es el titulado Palestina,  en el que,  después de contarnos el papel que el autor tuvo en la devolución del patrimonio depositado por las familias judías víctimas del Holocausto en los bancos suizos, que estos no tenía intención de devolver como reivindicaba el Congreso Mundial Judío, se refiere a su misión en los territorios ocupados de Palestina como relator de la ONU para el Derecho de la Alimentación. Su informe sobre las penalidades que sufre la población palestina fue recibido con manifiesta animadversión por parte del Estado israelí, que pretendió difamar a su autor acusándolo de antisemita. Y aquel horror prosigue ante la indiferencia de Europa.


Jean Ziegler  considera que el espectro del fracaso está al acecho por los pasillos del Palacio de las Naciones de la ONU y por los rascacielos neoyorkinos sobre el East River, como lo debió estar en su día sobre el porvenir de la organización precedente hasta acabar con la Sociedad de Naciones. Puede que para mitigar tan desoladora perspectiva, el profesor suizo trate de aliviarla trayendo a colación la última edición del Foro Social Mundial celebrada el año pasado en Montreal, del que celebra  su increíble vitalidad y fuerza creativa, capaz de impulsar una fraternidad activa entre la sociedad civil. “Esta sociedad internacional -afirma Ziegler-, dotada especialmente con las armas de una ONU regenerada, abre el horizonte de un mundo por fin humano”. 

F.P.

*Ziegler, Jean: Hay que cambiar el mundo. Combates ganados, a veces perdidos, pero que juntos venceremos. Ediciones Akal, Madrid, 2018.
Entrevista y reseña publicadas en el número de mayo de 2018 de la revista El viejo topo.

                                                                      DdA, XIV/3841                                                                                              

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