jueves, 24 de mayo de 2018

ANA CUEVAS: ¡ALLÁ VA LA DESPEDIDA!

  A quien viene firmando excelentes artículos en este DdA durante buena parte de su trayectoria, que ya va para quince años, la leyó este Lazarillo por primera vez en las páginas del diario El País (sección de Cartas al director), donde entonces era posible la intensa libertad crítica que sazona los textos de Ana Cuevas Pascual. A partir de ahí, la hice mía, esto es, pasó a colaborar en este modesto blog, al que, gracias también a su concurso, accedió asimismo una de las personas a la que más he admirado, el profesor de filosofía Antonio Aramayona. Ayer Ana ha decidido poner fin a sus periódicas colaboraciones -espero que temporalmente-, porque quiere dedicar por entero su tiempo de escritura a un proyecto del que esperamos tener pronto buenas noticias. Lo lamentamos quienes la hemos venido leyendo y no podemos eludir la esperanza de que, muy de vez en cuando, Ana se asome por aquí y por allá con alguno de sus elocuentes y apasionados artículos, porque esta mujer, a la que quiero y valoro mucho, escribe como respira, y este diario se llama como se llama.

Ana Cuevas

Desde que tengo recuerdos hasta los dieciocho años siempre andaba escribiendo cuentos y poesía. Un material que escondía meticulosamente de los ojos de los demás y que únicamente, de forma fortuita y por el empecinamiento de mi profe de literatura Clemente Alonso, llegaron a ser galeradas de la legendaria publicación "ANDALÁN". Luego pasaron cosas tristes y recogí mis sueños en un táper hasta que la vida tuviera a bien darme un respiro. Pero ni a la vida, ni a servidora, nos falta habilidad para enredarnos.
Así que durante décadas compatibilicé el trabajo con el activismo ecologista y social, criamos dos maravillosos hijos y solo escribía en la intimidad, algo parecido a lo de Aznar con el catalán, pero lo mío de verdad. Como terapia para no perder del todo el norte en un mundo tan confuso. Como bálsamo para curarme las heridas.
Volví a escribir de manera regular hace diez años, en el comienzo de la crisis. Y a enviar masivamente cartas a todos los periódicos como una acción más. Con el propósito de dar otra perspectiva, de expresarme libremente. De la misma manera que me colgaba de puentes, me enterraba en cemento o subía a la torre de una central nuclear. Incidiendo en una vieja creencia: que otro mundo es posible y necesario. Y que había que luchar pacíficamente por lograrlo por todos los medios.
Desde el 2008 han sido muchas las publicaciones que me han hecho el honor de contar con mis artículos pese a saber que solo soy una juntaletras asilvestrada que pone más pasión que cerebro en lo que escribe. Ésta es una de ellas. Solo puedo darles las gracias por dejarme contar mi visión de la etapa que vivimos sin cortapisas ni censuras. Algo muy valioso y raro hoy en día.
Aunque nunca he cobrado un euro por mis textos, me siento muy bien pagada. Me llevo grandes amigos de esta aventura que espero sean para toda la vida. Alguno de ellos, como Antonio Aramayona, ya se ha quedado marcado en mi adn. La persona más valiente que he conocido. Mi mejor amigo. Ahí quedan sus artículos. Su generoso testimonio de coherencia vital. Desafiando a la nada y a la muerte.
Pero no crean que estoy triste. Si les he dado la brasa es porque he pensado que ha llegado la hora. Que ya vale de darles la tabarra como una Pepita Grilla o un orate enajenado en medio de los Monegros. Servidora, al contrario que la Cifu, se va, no se queda, se larga. Y no porque me hayan pillado robando dos botes de crema o haya comprado en los chinos el título de bachiller. Quiero explorar otros caminos. Quizás una novela negra. Solo tengo que plagiar la realidad que nos rodea. Aunque al pasarla a la ficción, puede que no resulte creíble.
 Porque nuestra querida España, Cataluña incluida, sigue revolcándose en el esperpento. Escondiendo la basura debajo de la alfombra. Saqueando y privatizando las riquezas del pueblo mientras se nos descojonan envolviéndose en banderas y nacionalidades.
Yo no entiendo más patria que la buena gente que me cruzo cada día en la calle, en el trabajo, en la escalera. Mujeres y hombres que quieren vivir en paz y que son capaces de sentir una mínima empatía por el prójimo. La inmensa mayoría.
Si hablamos podemos entendernos. Hace falta no dejarse embaucar por los cantos de sirena, vengan de donde vengan. Tomar conciencia de que somos los peones útiles, pero absolutamente reemplazables, en el tablero maldito donde se juegan los cuartos cuatro tiburones.
A mis queridos trollls oregoneses a los que tanto les gusta compararme con Hitler y otros encantadores sátrapas y exterminadores en masa: ¡Que os den! Es vuestra última oportunidad de descargar la balacera. Os echaré de menos. Nadie se ha tomado tantas molestias en leer a alguien que le desagrada tanto como ellos. A vosotros os debo gran parte de mi pírrico éxito.
Seguiré luchando a mi manera. Siempre encuentras la forma o es ella quien te encuentra. Seguiré apostando por el género humano. Por mi patria. Y porque esa tierra llamada libertad sea posible algún día, aunque algunos ya no estemos por aquí para verla.
Este no es mi mejor artículo. Pero he puesto el corazón al desnudo como en ningún otro. Perdonen pues mi torpeza.
Adiós. Pensando en esa patria libre que no encierra raperos mientras deja libres a quienes nos roban el pan y la esperanza, en esa España de la gente buena, me despido con unos versos de mi poeta de cabecera, Miguel Hernández.
 Salud y un fraternal y colectivo abrazo. Nos veremos en las calles.

¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?


DdA, XIV/3858

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