
Jaime Poncela
Artículos de Saldo
A causa de alguna extraña alineación planetaria,
justicia poética o simple y pedestre casualidad, dos grandes expertos en
asuntos mafiosos fueron noticia al mismo tiempo. Martin Scorsese
recibía el premio Princesa de las Artes, y, casi a la vez, Cristina
Cifuentes entregaba la chapa tras haber superado la dosis de chorizadas
permitidas en la calle Génova. Lo que pasa es que Scorsese es un experto
en contar la mafia con glamour e inteligencia, con humor negro y
grandes actores, mientras que Cristina Cifuentes representa a esa mafia
castiza y estraperlista que tiene roña entre las uñas y que acaba
cacheada en la trastienda de un Eroski por robar crema de las manos, o
pescada falsificando títulos universitarios muy chapuceramente con un
bolígrafo Bic.
No son lo mismo los gangs de Nueva York contados por
Scorsese con puños y navajas, que las bandas navajeras que se destripan
dentro del PP y que responden a los perfiles zafios de Cifuentes,
Hernando, González o el capo Mariano. Claro que tampoco es lo mismo
dejarse ver con Joe Pesci que con Bárcenas, ni subirse a un taxi
conducido por Robert de Niro que tratarse con Esperanza Aguirre cuando
aparca en doble fila.
Para tratar con la basura que produce la sociedad es
necesario elevarse muchos metros por encima de ella para desentrañar sus
claves y educar visualmente a toda una generación acerca de los
resortes que mueven la avaricia, la ira, la violencia o la venganza.
Scorsese ha tejido obras maestras con la esencia de estos mimbres de la
bajeza humana que, de por sí, dan miedo. Cifuentes y su peña solo
consiguen dar asco por su falta de estilo hasta para ser unos
estafadores. La miseria humana retratada por Scorsese a través de tipos
con trajes de seda y gatillo fácil produce vértigo, curiosidad,
compasión o morbo. Cuando esa misma miseria la practican políticos como
Cifuentes y sus gangs of Madrid, solo producen exasperación, vómito y
mucho aburrimiento. Es la diferencia entre un artista y un macarra,
entre el talento y la zafiedad, entre la inteligencia y la desfachatez.
Seguro que el director de cine neoyorquino no tiene ni idea de quien es
la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, aunque puede que él fuera el
único (tal vez Coppola también) capaz de darle un poco de dignidad
cinematográfica a la narración de todo lo que pasa en el PP, partido que
cada vez se parece más a una versión descolorida y poligonera de “Uno
de los nuestros” en la que las chonis son aún más chonis que Cifuentes y
sus cremitas, y los capos también llevan un palillo en la boca aunque
vistan como si estuvieran en la boda aznarita del Escorial.
Scorsese retrató también con maestría la figura del
púgil sonado en blanco y negro. Ese “toro salvaje” hinchado y
desfigurado siempre tendrá más dignidad en su caída que Cristina
Cifuentes y los de sus casta de delincuentes de medio pelo cuando les
pilla el carrito del helado. Estos no tienen ni una película.
DdA, XIV/3831
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