jueves, 8 de febrero de 2018

TRES CRÓNICAS DEL OCTUBRE ROJO EN ASTURIAS*

 Muchas veces he reparado en esta fotografía, una de las imágenes más conocidas de las que se suelen utilizar para ilustrar la detención de miles de revolucionarios asturianos en octubre de 1934. Todos los detenidos que se distinguen parecen ser hombres, pero quien encabeza el grupo es una mujer de edad madura, que parece haber sido sorprendida en su casa en plenas faenas domésticas, a juzgar por el delantal que viste. ¿Quién era esa mujer? ¿Alguien investigó alguna vez sobre ella? ¿Qué nos sugiere su imagen, en cabeza de los detenidos, acerca de aquel movimiento revolucionario en un tiempo en que la mujer acababa de tener por primera vez derecho al voto en las elecciones de 1933, que favoreció el triunfo de la derecha por el llamado sufragio de confesionario y la abstención de los anarquistas?

Félix Población
 
A partir de las elecciones de noviembre de 1933 y del triunfo de la derecha durante la segunda República, con el inicio del llamado bienio negro, se comenzó a transitar un recorrido que acabaría en el movimiento revolucionario de Asturias de octubre de 1934. La CEDA fue el partido más votado en aquellos comicios. Junto al Partido Republicano Radical de Lerroux obtuvo el 45 por ciento de los votos. En esos comicios pesó mucho en la izquierda la abstención impuesta por el importante movimiento libertario y el voto por primera vez de las mujeres, proclives al llamado sufragio de confesionario. Le tocó a Lerroux formar gobierno y gracias a la CEDA lo logró, con la colaboración de otros partidos menores. Se pensaba que con ello se iba a ganar al partido de Gil Robles para el Estado republicano, del que recelaba, pero al cabo de unos meses la impresión era más bien que su líder se inclinaban más por sabotear a la República que por reforzarla. 

La pretensión de la CEDA desde el gobierno era la de girar aún más a la derecha, a imagen y semejanza de lo que ocurría en otros países europeos, habida cuenta las querencias de Gil Robles por el nazismo, al que había observador in situ. Tal como señaló el periodista catalán Gaziel, y recoge Jordi Amat en el prólogo, a los republicanos el régimen estrenado dos años atrás se les estaba escapando de las manos. Ante la perspectiva que ofrecían el nazismo y el fascismo en Europa, un gobierno de ese tenor avivó los conflictos sociales e incubó un caldo el cultivo revolucionario que estalló con el nombramiento de tres ministros de la CEDA el 4 de octubre. 

La convocatoria de huelga revolucionaria para la madrugada del día siguiente triunfaría en Asturias, gracias a la alianza de los sindicatos obreros, pese a fracasar en el resto de España. El balance de la que sería llamada Comuna asturiana, muchas veces comparada con la de París del siglo anterior y ensalzada por Albert Camus en Revolte dans les Asturies, contabilizó al término de la lucha entre los sublevados y las fuerzas gubernamentales un total de mil quinientas víctimas mortales, dos mil heridos y una cifra aproximada de reclusos que ronda los 30.000, encarcelados hasta que con la victoria del Frente Popular en 1936 se aprobó una amnistía.

No fue posible contar lo que ocurrió en Asturias en directo durante las dos semanas que duró el conflicto. El Ministerio de la Guerra impidió que se publicaran las crónicas periodísticas de los corresponsales en los lugares donde se verificaron las operaciones militares. El bloqueo informativo se mantuvo hasta el 21 de octubre. El 23, La Veu de Catalunya anuncia en portada las primeras impresiones de Josep Pla (1897-1981), a quien el periódico califica como el primer enviado especial en Asturias. Al día siguiente aparece la primera crónica, que coincide en fecha con la primera del periodista Manuel Chaves Nogales (1897-1944) para el diario Ahora.

Los dos periodistas tienen puntos de vista similares, si bien los de Pla fueron mucho más duros al referirse a los mineros revolucionarios que los de Chaves, dada su posición ideológica marcadamente conservadora. Pla considera inevitable y necesaria la más drástica represión, tal como sucedió. A Chaves Nogales lo que le preocupa y encorajina ostensiblemente es el peligro que la revuelta comportaba para la sobrevivencia de la propia República. Son también muy duras las críticas del escritor catalán contra los dirigentes del Partido Socialista. 

El cronista madrileño, como profesional de un republicanismo moderado, aun reconociendo que hubo algunas acciones de crueldad excesiva por parte de los obreros, desmiente los actos de barbarie que fueron difundidos con insistencia por la prensa de la derecha con una desmesura que merecería ser tratada y dio lugar a toda una leyenda negra que se prolongó durante la dictadura franquista. Chaves, al contrario que el pesimista Pla, se resiste a pensar, aunque aviste las imágenes de la ciudad de Oviedo medio en ruinas, que estén agotadas las posibilidades de humana convivencia entre los burgueses y los proletarios, entre los que quieren una utópica revolución social y los que tienen el deber de cortarles el paso. Sin embargo, al final de una de las crónicas, se pregunta cómo ha sido posible que llegaran a producirse los hechos y si va a ser factible que pudieran volver a repetirse.

Las crónicas más extensas del libro son las que lo abren y firma José Díaz Fernández (1898-1941), originalmente bajo el seudónimo de José Canel. En su día conformaron un libro titulado Octubre rojo en Asturias, publicado en 1935. Sería la última la obra de este escritor, todavía hoy muy poco conocido y con muy cualificada labor como articulista, al que le sorprendió la muerte a temprana edad, en la primera etapa de su exilio, cuando esperaba viajar a Cuba desde Francia. Díaz Fernández, que llegó a ser diputado en 1936 por Izquierda Republicana, es autor de El blocao. Novela de la guerra marroquí, La Venus mecánica (1929), El nuevo romanticismo (1930), o Vida de Fermín Galán (1931).
El estilo de Canel responde a un género por entonces bastante habitual en los periódicos, marcado por el precedente Ramón J. Sender y sus crónicas de la masacre de Casas Viejas. Se trata del reportaje novelado, muy al pie de lo que el cronista observa o le cuentan, imperturbable ante la dimensión de los hechos, sea cual sea esta, y sin dejarse llevar –como dice Amat- por la hipérbole heroica o idealizadora al reflejar los episodios protagonizados por los mineros, a los que trata con perfiles de un realismo muy consistente. Desde mi punto de vista, el trabajo de Canel es mucho más pormenorizado y periodísticamente más interesante que el de sus otros dos colegas, al margen de la ideología de cada cual. Puede que en ello influya el hecho de que Díaz Fernández sintonice más con la tipología de los insurrectos, pues aunque nació en un pueblo de Salamanca su niñez y juventud discurrieron en Asturias, tal como él mismo subraya en un interesante epílogo, que fue prólogo del libro editado en 1935.

Para Canel no es cierto que los revolucionarios destruyesen Oviedo, pues en esa tarea también intervinieron las fuerzas militares y la aviación. Tampoco, salvo en el caso de los religiosos de Turón, cabe imputar a los mineros episodios de crueldad que no se dieron o fueron muy aislados en todo caso. Asegura que su relato no cuenta más que lo visto por un testigo de los hechos. Para el periodista, hay que juzgar Octubre generosamente, con arreglo a un criterio histórico, sin ocultar errores ni añadirle crueldad. El autor confiesa su pesadumbre ante las calles devastadas y las ruinas innumerables de su ciudad de juventud (Oviedo), pero le duele tanto como eso la injusticia que pudo hacer posible la revolución: “Me conmueve el heroísmo de esos mineros que, sin pensar si van a ser secundados, se lanzan a pelear por una idea que va dejando de ser una utopía, sin pensar si son bien o mal dirigidos, ofreciéndole a la revolución la vida, porque es lo único que tienes”.

A juicio de Díaz Fernández, el Octubre rojo en Asturias fracasó porque carecía del clima social propicio. Si los socialistas hubieran intentado un movimiento en defensa de la Constitución y la República, no habría sido así. “A los socialistas no les era posible, después de haber participado en gobiernos burgueses, improvisar el espíritu revolucionario para una lucha a fondo como la que se quiso plantear. La sociedad española no estaba preparada para las consignas integrales de la revolución social y la dictadura del proletariado”.

Las crónicas de Canel se publicaron en principio en el Diario de Madrid, a partir del 24 de julio de 1935 con una muy atractiva propaganda: “El primer relato de la revolución de Asturias que se publica en la prensa española, hecho por un revolucionario”. El entonces alcalde Oviedo protestó contra las falsedades y conceptos insidiosos que contenían los reportajes. Lo cierto es que fueron muy leídos y valorados por su calidad literaria y la tensión dramática que respiran.

*Chaves Nogales, Manuel, Díaz Fernández, José y Pla, Josep: Tres periodistas en la revolución de Asturias. Libros del Ateroide, 2017. 234 pags.
Este artículo ha sido publicado también en el número de febrero de El viejo topo.

DdA, XIV/3763

1 comentario:

Cefalópodo dijo...

Gracias por iluminar a los que estamos desmemoriados, Félix.

Publicar un comentario