Ana Cuevas
Personajes como Correa o "El Bigotes", esos 
respetables empresarios que ahora se sienten abandonados por los 
políticos con los que urdieron sus porquerías para robarnos a todos los 
españoles, están poniendo negro sobre blanco un asunto que, por otro 
lado, no ha sido una sorpresa. Estos pájaros no cantan por despecho o 
por una repentina exaltación patriótica previo acto contrictivo, ¡qué 
va!. Está claro que intentan salir lo menos chamuscados de la quema y 
por eso nos relatan como funcionan las cloacas de las adjudicaciones de 
obras y contratas públicas que trabajan para las administraciones. Muy 
pedagógico. En estos bussiness todos ganan, menos los contribuyentes. Y a
 no ser que te salpique un escándalo por exceso de codicia, las 
trampillas en los concursos públicos no salen a la luz y dan mucho juego
 para todo tipo de corruptelas.
La cuestión es que estos dos 
no son una anomalía del sistema. El procedimiento que relatan parece ser
 la norma más que la excepción. Las mismas empresas y empresarios 
consiguen una y otra vez adjudicaciones gracias a la connivencia , 
cobardía o absoluta burrez de la administración de turno. Muchas veces, 
contra toda lógica económica y siendo conscientes de que se produce un 
deterioro de los servicios contratados se sigue apostando por 
privatizar sectores esenciales para la ciudadanía como las limpiezas 
sanitarias o el mantenimiento de parques y jardines. 
Si 
hacemos un recorrido geográfico enseguida reconoceremos que son siempre 
los mismos nombres, las mismas corporaciones, las que acaban quedándose 
con la tajada más gorda del pastel de la oferta pública. Y eso pese a 
que la mayoría acarrean una mochila de incumplimientos y conflictividad 
laboral que, en rarísimas ocasiones, provoca la rescisión por parte de 
los responsables de su control. Con dinero de todos se consiente que los
 servicios empeoren. Se recortan presupuestos que las empresas tratan de
 amortizar explotando a los trabajadores subcontratados: reduciendo 
salarios, plantillas y destrozando los derechos laborales adquiridos a 
lo largo de muchas décadas.
Si un servidor público, digamos el
 Consejero de Sanidad, mantiene un método de privatización que no supone
 un ahorro para la ciudadanía (ya que la gestión directa, sin 
intermediarios, evitaría pagar un alto porcentaje en IVA y el inefable 
beneficio empresarial), que además deteriora notablemente la calidad de 
las prestaciones y que pulveriza los derechos de los trabajadores. Si es
 consciente de todo ello y aún así no estudia la posibilidad de revertir
 el proceso... ¿Cuál puede ser el motivo?
Como ya he dicho 
antes, solo se me ocurren tres. El primero, y al parecer más extendido, 
es el que narra Correa estos días. La normalización del trapicheo. El 
quid pro quo del que las dos partes salen beneficiadas. A los demás, 
usuarios y empleados, nos toca poner la pasta y las costillas. Y cuando 
hay un conflicto laboral, en vez de defender los intereses de sus 
conciudadanos y evitar la destrucción de los derechos laborales de las 
plantillas, nos piden a los trabajadores que doblemos la cerviz y seamos
 razonables con nuestros latigueros. ¿A quiénes sirven estos servidores 
públicos? A la mayoría de aragonesas y aragoneses no, eso es evidente. 
¿Acaso no tienen claro para quién trabajan? ¿Olvidan quién les paga? ¿O 
es que sirven a un mejor patrón?
La burricie y la cobardía son
 los otros dos. Pueden darse por separado pero, normalmente, aparecen 
asociadas en algunos cargos políticos. En estos casos, no es la 
corrupción la que motiva la mala gestión y la desidia. Simplemente es la
 ineptitud. La carencia del corazón y cerebro necesarios para cambiar un
 sistema podrido. La falta de redaños.
Quiero pensar que es 
esto último, y no el podrido dinero, lo que facilita que las limpiadoras
 de los centros sanitarios aragoneses, andaluces o madrileños caigamos 
en la precariedad sin que ningún cargo institucional ponga freno a la 
codicia de las empresas. Sin que se estudie en profundidad la viabilidad
 de garantizar un servicio básico prescindiendo de las 
contratas. Aceptando propuestas económicas temerarias. Recortando en lo 
esencial porque lo consideran más débil. Menos problemático
Aún
 así me entristece mucho pensar que estamos en manos de corruptos o de 
tontos inútiles ( útiles acaso para unos pocos). O lo que es peor, que 
nuestro destino lo diseñan pusilánimes sin alma a los que nosotros, los 
que les votamos, les importamos un carajo.
Es la marca España:
 corrupción e inmovilismo. El binomio perfecto para que los canallas 
campen a sus anchas y medren los más mediocres. ¿Acaso nos extraña?
DdA, XIV/3763 

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