En una nota que mi apreciado Ángel Viñas incluye al término del siguiente post, publicado en su blog con ocasión de la aparición del libro "El primer asesinato de Franco" (Ed. Crítica), alude el historiador al artículo publicado el pasado sábado por el diario El País en relación al mismo. Aconseja Viñas revisar los casi 400 comentarios que en la versión digital mereció ese artículo, comentarios en lo que ha visto corroboradas muchas de las apreciaciones cuya anticipación le ha guiádo a él y a sus colaboradores a redactar su obra. Se alegra de no haberse equivocado -dice-, pero son para llorar. El historiador ya había publicado anteriormente "La conspiración del general Franco", una obra en la que no llegaba a probar lo que ahora sí prueba, si bien lo intuía y sugería: el asesinato del general Balmes, gobernador militar de Canarias, por instigación del dictador, antes de que pusiera en marcha su golpe de Estado contra segunda República y el posterior y crudelísmo conflicto armado que trajo consigo una posterior y dura represión.
¿Quién no habrá leído o visto el Julio César de William
Shakespeare? ¿Qué cinéfilo no recordará a Marlon Brando pronunciar su
lamento y luego su oración fúnebre ante el cadáver de Louis Calhern en
la película que dirigió Joseph L. Mankiewicz? Fue el genio de
Stratford-upon-Avon el que plasmó para siempre a Marco Antonio
profetizando la muerte y desolación que desatarían los perros de la
guerra tras el asesinato del prócer romano. Me viene aquella escena a la
memoria hoy martes, 23 de enero de 2018, cuando la editorial CRITICA
-que apadrina este blog- pone en venta el libro que hemos escrito Miguel
Ull, Cecilio Yusta y servidor titulado EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO.
El
Caudillo por antonomasia no fue evidentemente un Casca (protagonizado
por Edmond O´Brien), el primer conspirador en herir a César en el
cuello. Pero sí fue, el 16 de julio de 1936, el primer militar español
en poner en marcha, operativamente hablando, el proceso de lanzamiento
de los perros de la guerra contra una población tranquila, inocente y
desarmada. La sublevación militar no dio comienzo realmente en la lejana
Melilla el 17 de julio. Sin posibilidad de retroceso fue en la víspera,
en Las Palmas, muy a lo Franco: en sigilo, tirando la piedra y
escondiendo la mano, pero -eso sí- adelantándose a todos los demás
conspiradores: a Mola, a Goded, a Yagüe, a Queipo. Fue, por así decir,
el paso definitivo y tras el cual no había ya marcha atrás. Franco lo
había planificado cuidadosamente. Había especulado con la probable
necesidad de apartar al comandante militar de Gran Canaria, el general
Amado Balmes, en fecha tan temprana en la conspiración como mayo de
1936. Se manifestó en el asesinato de este en la mañana del 16 de julio.
No es esta, por cierto, la historia que nos han contado.
Lo que nos han contado y nos cuentan es lo siguiente:
A Balmes se le disparó una pistola cargada que se le había
encasquillado y con la cual hacía ejercicios de tiro al blanco. Solía
desencasquillar sus armas cortas, a pesar de ser un excelente tirador,
apoyándolas contra su bajo vientre, costumbre que había adquirido en las
guerras de Marruecos. Pocos días antes, un solícito comandante le había
advertido de que tal costumbre era peligrosa, pero Balmes -hombre
campechano- se había echado a reir. Se preparaba, en estrecho contacto
con Franco, comandante general del archipiélago con sede en Santa Cruz
de Tenerife, a desencadenar el Glorioso Movimiento Nacional. Ambos
estaban de acuerdo en poner fin a los meses de anarquía y violencia
culminados en el alevoso asesinato del gran patriota que fue don José
Calvo Sotelo. Todos los esfuerzos realizados para salvarlo fueron en
vano. Balmes falleció poco después en el Hospital Militar. Al día
siguiente, 17 de julio, se celebró su sepelio a primera hora de la
tarde. Lo presidió el propio Franco. Había acudido desde Tenerife
durante la noche del 16 debidamente autorizado por el Gobierno. La
muerte de Balmes fue, obviamente, un lamentabilísimo accidente, porque
privó a Franco de un compañero y apoyo esencial. Sin embargo, por esa
feliz suerte (la baraka) que siempre acompañó a Franco le permitió tomar
en el aeródromo de Gando un avión inglés, el Dragon Rapide.
Había llegado un día antes del accidente y llevaba a bordo a uno de esos
excéntricos ingleses (un excomandante) con instrucciones para el
comandante general de Canarias. Gracias, pues, al famoso Dragon Rapide
Franco se trasladó a Marruecos y se puso al frente del Ejército de
África. La rebelión en el Protectorado ya tenía jefe. No tardaría en
encontrarlo también la España nacional que luchaba por evitar que la
PATRIA (siempre con mayúsculas) cayera víctima de las asechanzas
moscovitas.
Tal versión, declinada en diversas variantes desde 1936 y mantenida
contra viento y marea hasta 2016 cuando se cumplió el LXXX aniversario
del estallido de la sublevación, e incluso hoy en día, es rotunda y
absolutamente falsa. Roza tan solo algunos hechos cuidadosamente
seleccionados. Se trata de una mera construcción ideológica
justificativa que ya hizo acto de aparición en los primeros meses de la
contienda. Sigue teniendo curso en cierta subliteratura y en comentarios
que aparecen, en general bajo seudónimos, en las redes sociales. Ahora
bien, incluso subsisten historiadores que la defienden contra viento y
marea. Coinciden civiles y militares, españoles y extranjeros. De
periodistas y aficionados no digamos nada, pues el número es legión.
La dura realidad es que Balmes no se mató. Lo mataron. La rebelión
de Franco no fue una respuesta al asesinato de Calvo Sotelo. Al
contrario, fue minuciosamente planeada y, en sus rasgos generales,
sincronizada con la que preparaba y dirigía Mola desde Pamplona. El
futuro Caudillo ya había oteado un golpe de fuerza “legal” en febrero.
Uno de sus futuros “perros de la guerra” había tratado de ponerlo en
práctica en Tenerife. Los preparativos de Franco para el “Alzamiento”
dieron comienzo tras llegar al archipiélago. No malgastó su tiempo de
ocio en las islas —en lo que algunos incluso han descrito como su
«destierro»— aprendiendo a jugar al golf y unos rudimentos de inglés. Lo
utilizó ante todo para establecer una red de conspiradores que desde
Tenerife se expandió hacia Gran Canaria -amén de otras islas, está
documentada La Palma- y con la cual rodeó a Balmes. La llegada,
esperada con ansia, del Dragon Rapide fue parte esencial de ese
mismo proyecto. Franco mantuvo hasta el último momento sus contactos
con la conspiración peninsular y la del Protectorado. Este último vía
Yagüe. Podría haberse ido a Marruecos desde el aeródromo tinerfeño de
Los Rodeos, pero lo hizo desde el de Las Palmas. Los motivos que se
adujeron en contra del primero y que continúan manejándose en la
actualidad, son totalmente espurios y carentes de cualquier fundamento
técnico, geográfico o climático.
En un anterior libro, SOBORNOS, anuncié que una contratesis que
seguía la versión tradicional y que se esparció en 2015 por las redes
como el fuego por las praderas del Oeste norteamericano no me había
convencido a pesar de haber aportado ciertas “pruebas” hasta entonces
desconocidas. También anuncié que con dos colegas estaba trabajando para
recuperar la realidad de los hechos. Preveía sus resultados para
finales de 2017. Desgraciadamente hemos tenido que demorarlos unos
cuantos meses. Esencialmente por dos razones. La primera porque el
relato de la conspiración de Franco se nos complicó dada la abundancia
de material y el libro amenazó con desbordar las dimensiones que exigía
la editorial. La segunda porque tratamos de conseguir que un archivo
público, que no hemos identificado para no sacar los colores a sus
responsables, nos dejara ver un documento, también de acceso público,
que pensamos nos permitiría atar un cabo suelto. No era fundamental para
nuestra investigación, aunque hubiera coronado con un broche de oro
nuestra interpretación del comportamiento de un oscuro personaje. ¡Ah!,
pero se trató de un archivo español. Y ya se sabe que en ciertos
archivos todavía hoy la discrecionalidad es la regla, diga la norma lo
que diga.
En septiembre pasado llegamos a la conclusión de que el archivo no
abriría sus joyas, habida cuenta de que los argumentos que se nos
aducían eran espurios, meros pretextos, y decidimos cerrar el texto.
Tenemos, no obstante, la razonable seguridad -de esto no nos cabe la
menor duda- de que nuestras tesis se verán todavía más corroboradas
cuando alguien más afortunado que nosotros penetre por fin en la cueva
de Alí Babá en que parece haberse convertido tal archivo.
Huelga decir que la supuesta “renovación” en 2015 de la versión
tradicional se basó en una sarta de tergiversaciones, manipulaciones y
mentiras. Esencialmente consta de tres documentos: las declaraciones
ante un juez militar del chófer del general Balmes y que fue el único
testigo del “accidente” aparte del asesino; una supuesta “autopsia”
realizada al cadáver de la víctima y un conjunto de declaraciones de
puertas adentro ante otro juez militar por parte de un amplio abanico de
jefes y oficiales que en su mayor parte rodearon a Balmes, estaban en
el ajo y que testificaron por su honor que el general preparaba
activamente el “Glorioso Movimiento Nacional” en su demarcación de Gran
Canaria.
Los tres documentos son originales, genuinos. Pero no responden a los
hechos. Cualquier alevín de historiador se hubiera mosqueado al leerlos
y procedido a las imprescindibles comprobaciones internas y externas,
es decir, los hubiera examinado con ojos críticos y contextualizado
adecuadamente. También hubiese echado mano a muchos otros, en particular
los relacionados con el medio de escape que utilizó Franco para darse
el piro de Canarias. Quizá se hubiera preguntado acerca del reflejo en
el archipiélago de la preparación de la sublevación que dirigía Mola de
cara a la Península, Baleares y el Protectorado y no hubiese eludido la
cuestión esencial de la llegada del Dragon Rapide a Las Palmas y no a Santa Cruz de Tenerife. La versión aggiornata
lo despachó con una mera referencia a que ya se conocía lo suficiente
el papel del mismo, misteriosamente caracterizado de hidroavión.
¿Por qué se han ocultado durante más de ochenta años los hechos de 1936?
En mi modesta opinión, por dos razones. La primera porque el
asesinato de Balmes afecta de manera directa e inmediata al honor de
Franco. Secundariamente porque también afecta al honor de los jefes y
oficiales (algunos de los cuales llegaron al empleo de general) que
encubrieron el hecho. Ya se sabe que, al menos en teoría, el honor y el
respeto a la verdad son cualidades muy estimables en los militares.
Incontables son los que encararon el supremo sacrificio para evitar
mancillarlos. En España y fuera de España. Franco y su cuadrilla lo
devaluaron hasta profundidades insondables.
La segunda razón quizá sea porque el asesinato de Balmes y su
preparación, que nunca tuvieron nada que ver con el caso de Calvo
Sotelo, pasaría a este a un segundo plano. Si durante decenas de años se
ligó el asesinato del calificado de “proto-mártir” a vesania de las
autoridades republicanas, imaginen los amables lectores lo que hubiera
podido decirse caso de haberse demostrado que, sin la menor relación con
él, Franco se había decidido a eliminar a un compañero de generalato a
sangre fría.
Personalmente tengo la impresión que el derrumbado honor de Franco
por su papel en la represión más dura de la España contemporánea sufrirá
aun más, si cabe, con la demostración documentada de cómo fue
preparando su sublevación en el lejano archipiélago canario.
DdA, XIV/3753
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