viernes, 12 de enero de 2018

LA NOCHE DEL ANCIANO

Jaime Richart

A medida que lea, el lector juzgará por su propia circunstancia, pero entiendo que esta descripción está sujeta simplemente a plazo. Si no responde al ahora, quizá después, y si no es después es porque ya no habrá después.

 Apenas hay conexión psicológica con quienes, no ancianos, le rodean. Siempre breve cualquier conato de comunicación, sabido es que a nadie interesa, ni su vida ni su parecer. La sensación de fugacidad y de absurdo, hasta ayer inéditas si conservó buena salud, son las emociones compañeras. No habrá ya nada que le asombre siendo así que se esmeró en conservar la capacidad de asombro que endulza por sí sola la vida; nada que escuche o vea será imposible para él, y ya a nadie amará que no haya amado o no ame todavía. Si un nieto o una nieta a quien ama le corresponden, será el mejor broche de su vida que se apaga.

 El caso es que si el anciano no se hace envolver en emanaciones de opio o alivia con lisérgicos su tremenda gravidez, más allá de lo sombrío o de la truculencia con que es tratada la noche por la literatura y el cine, y más allá también de la poesía que la noche ha inspirado a tanto ensoñador, la noche es para el anciano un puente colgante sobre el abismo que cada día ha de vadear...

 Ha renunciado a las delicias del silencio porque ahí están los ruidos interiores que ya no puede amortiguar, y allá los ruidos exteriores, en otro tiempo inaudibles, que en  oído son atronadores. Ahí están los pensamientos que basculan entre el pasado lisonjero y el futuro breve que le espera para hacerle más penoso y más dramático  tránsito a la aurora. La concentración de la atención, unas veces, y su dispersión otras, le acrecienta la inestabilidad y el hormigueo de una identidad difusa y provisional. Aquel despertar impetuoso y lleno de energía que un día fue, ahora es lánguido y rutinario... si es que ha dormido, y si el sueño ha sido entreverado, el despertar no pasará de otro modo de insomnio. Si en la vigilia las ideas fueron claras y firmes sobre la realidad vivida e imaginada, durante la noche son peregrinas, sin fuste, desprovistas de la energía que poco a poco perdió durante el día. Se acentúa a lo largo de ella la desconfianza, y la duda, por más que se empeñe en evitarla, se agiganta. La fe, si está ungido por ella, se agrieta o se marchita. Y si no la tuviese porque se aferra
 a la esperanza, la esperanza no llega más allá de esa mañana; mañana solitaria o, aun acompañado, solitaria también: tan insignificante se ve. Si vive solo, la noche acentuará su cobardía. Si no la siente, estará perdido, pero si siente la música, para quien sin ella la vida no tendría sentido, eso será lo que, más que una pastilla, le hará más liviana la remonta de la noche lastimosa...

No estoy todavía en ese trance, pero sé de esto como el astrónomo que por paralaje sabe de un nuevo planeta y permanece a la espera de confirmarlo con un nuevo y más potente telescopio...


DdA, XIV/3743

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