Confieso que si no hubiera escuchado en su propia voz las declaraciones de Albert Boadalla no les habría dado crédito, a pesar de los muchos "méritos" acreditados por el presidente de Tabarnia para ganarse su descrédito en los últimos años.
Si a Boadella el Cara al sol, himno falangista, le parece bien y hasta podría ser elegido himno oficial del Estado español, una de dos: o este tipo está perdiendo el juicio de un modo alarmante, a medida que envejece, o se trata de un indeseable con todas las letras, capaz de anular en el último tránsito de su biografía su bien ganada carrera como hombre de teatro.
Si quien se considera un bufón, y escribió un día unas entretenidas memorias con ese título, ha olvidado o no tiene en cuenta, para formular esas opiniones, que hubo un tal general Yagüe, falangista, que encabezó la terrible matanza de Badajoz durante la Guerra de España y muy posiblemente él y su tropa sazonaron con los versos y la música de ese himno tamaña carnicería, es que el autocalificativo que se diera como profesional lo ha mudado don Albert a su persona en su vertiente más despectiva. Únicamente desprecio e indignación pueden causar esas declaraciones en quienes conocen el historial de los falangistas en la represión franquista.
Juan Soto Ivars tiene un calificativo para esa afección: Síndrome Boadella. Se produce porque todo extremismo crea otro extremismo en el espejo hasta el extremo que apuntan estas manifestaciones de don Albert. ¿Habrá cambiado Boadella también en su memoria el recuerdo de lo que comportaba cantar ese himno, quizá brazo en alto a juzgar por su edad, por otro más halagüeño y concorde con lo que ahora piensa?
¿Y La torna, qué habrá sido de La Torna en la memoria del presidente de Tabarnia? Por aquella pieza teatral de 1977 se dictó un consejo de guerra contra los componentes de Joglars, Boadella fue detenido y encarcelado, y se produjeron manifestaciones callejeras en pro de la libertad de expresión en toda España y en Europa. Recuerdo haber participado en una, que coincidió con un viaje profesional a Barcelona, en la que se invirtió bastante dotación represiva.
Ni en el más alucinado de los sueños hubiera podido creer yo entonces que quien fue capaz de crear aquel espectáculo sobre la ejecución en 1974 a garrote vil de Heinz Chez (Georg Michael Welzel), que perdió la vida junto con Puig Antich, elogiaría cuarenta años después uno de los himnos cantados por sus verdugos.
Si a Boadella el Cara al sol, himno falangista, le parece bien y hasta podría ser elegido himno oficial del Estado español, una de dos: o este tipo está perdiendo el juicio de un modo alarmante, a medida que envejece, o se trata de un indeseable con todas las letras, capaz de anular en el último tránsito de su biografía su bien ganada carrera como hombre de teatro.
Si quien se considera un bufón, y escribió un día unas entretenidas memorias con ese título, ha olvidado o no tiene en cuenta, para formular esas opiniones, que hubo un tal general Yagüe, falangista, que encabezó la terrible matanza de Badajoz durante la Guerra de España y muy posiblemente él y su tropa sazonaron con los versos y la música de ese himno tamaña carnicería, es que el autocalificativo que se diera como profesional lo ha mudado don Albert a su persona en su vertiente más despectiva. Únicamente desprecio e indignación pueden causar esas declaraciones en quienes conocen el historial de los falangistas en la represión franquista.
Juan Soto Ivars tiene un calificativo para esa afección: Síndrome Boadella. Se produce porque todo extremismo crea otro extremismo en el espejo hasta el extremo que apuntan estas manifestaciones de don Albert. ¿Habrá cambiado Boadella también en su memoria el recuerdo de lo que comportaba cantar ese himno, quizá brazo en alto a juzgar por su edad, por otro más halagüeño y concorde con lo que ahora piensa?
¿Y La torna, qué habrá sido de La Torna en la memoria del presidente de Tabarnia? Por aquella pieza teatral de 1977 se dictó un consejo de guerra contra los componentes de Joglars, Boadella fue detenido y encarcelado, y se produjeron manifestaciones callejeras en pro de la libertad de expresión en toda España y en Europa. Recuerdo haber participado en una, que coincidió con un viaje profesional a Barcelona, en la que se invirtió bastante dotación represiva.
Ni en el más alucinado de los sueños hubiera podido creer yo entonces que quien fue capaz de crear aquel espectáculo sobre la ejecución en 1974 a garrote vil de Heinz Chez (Georg Michael Welzel), que perdió la vida junto con Puig Antich, elogiaría cuarenta años después uno de los himnos cantados por sus verdugos.
DdA, XIV/3753
2 comentarios:
Como hay evoluciones, hay involuciones. He aquí la prueba.
Y tienes graves repercusiones, Juan.
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