No, señores y señoras de la candidatura de En Común, legalizar la prostitución no significa “garantizar a las víctimas el derecho a una vida digna”, sino todo lo contrario”. El Común de esa candidatura es al parecer el común denominador de los prostituidores, los proxenetas y los chulos.
Lidia Falcón
El programa de la coalición En Común que se presenta en las
elecciones autonómicas de Cataluña el 21 de diciembre contiene unos
puntos que pretenden la regulación de la prostitución. Se pronuncian por
“reconocer los derechos de las personas trabajadoras del sexo, para
garantizar el derecho a una vida digna de las personas que ejercen la
prostitución y permitirles tener derecho a baja laboral o seguro por
desempleo”.
Con toda seguridad ninguno de los políticos que encabezan esa
candidatura, o que la avalan con su apoyo, ha tenido que prostituirse
para poder comer. Tampoco creo que hayan admitido o inducido a nadie de
su familia, amistades, relaciones amorosas a escoger semejante “trabajo”
cuando no encontraron empleo en la profesión que estudiaron o
desempeñaron anteriormente. Por tanto, pienso que este planteamiento
está basado en las fantasías que difundieron durante un tiempo, en el
siglo pasado, ciertos escritores, cineastas, ideólogos, de los hombres
de la burguesía, totalmente ajenos a la realidad de las víctimas de la
prostitución. Porque no quiero creer que los defensores de ese programa
se muevan por la recompensa económica que la mafia de la prostitución
pueda concederles para que legislen la impunidad de los traficantes,
proxenetas, chulos, madames, y toda la red de negocios que se lucra de
la explotación del más de medio millón de mujeres que trafican esas
redes, a lo largo y lo ancho de España, para situarlas en los clubs de
carretera, las casas de masaje, los pisos de alquiler y las calles y las
carreteras de nuestro país.
No quiero creer que la alcaldesa de Barcelona, la ilustre señora Ada
Colau perciba ningún beneficio por su impulso a la regularización, como
la llaman, de la explotación de las mujeres prostituidas. Como tampoco
Xavier Doménech, cabeza de lista de la candidatura, Josep Nuet que
también participa o Pablo Iglesias que la apoya.
Por ello, desearía que atendieran las reflexiones que desde el
Partido Feminista, en coincidencia con la mayoría del Movimiento
Feminista e Izquierda Unida, llevamos treinta años haciendo solicitando
la abolición de la prostitución, ya que aún abrigo la esperanza de que
las analicen y modifiquen su postura.
Lo más perverso de la defensa de la legalización es que dice hacerse desde el “derecho” de las mujeres a escoger libremente ese “trabajo”.
No solamente la ONU se pronunció hace años contra la definición de
trabajo para la prostitución, alegando que carece de la dignidad propia
de una actividad laboral, sino que con esta justificación se pervierte
el noble concepto de libertad. Únicamente la malvada actuación
del capitalismo que considera a las personas como mercancías y la
profunda represión de que el Patriarcado hace víctimas a las mujeres y
las niñas –y también hombres y niños- introduce en la sociedad el
perverso discurso de que la prostitución puede ser libre y consentida
por las víctimas. La libertad exige la posibilidad de escoger
entre diferentes opciones, y las prostitutas no tienen opción. Las que
intentan liberarse de la explotación son apaleadas, heridas,
secuestradas y tantas veces asesinadas, como ha sucedido con la última
víctima en el Raval, hace dos días. La libertad implica también tener
opciones para no ser prostituida y alegar ese noble derecho en un mundo
en el que el paro, el trabajo precario y la pobreza avanzan sin límites,
es simplemente una burla.
Hace tiempo que las feministas consagramos el grito de que “NINGUNA MUJER NACE PARA PUTA” con el que reclamamos la abolición de la prostitución,
la persecución eficaz de las mafias de la prostitución, la penalización
de los clientes prostituidores y la protección social, laboral y
educacional de las víctimas. Porque ninguna mujer escoge libremente ser
sometida a los caprichos sexuales de 20 a 40 hombres cada día para poder
mantenerse, y tantas veces a otras personas de la familia que dependen
de su protección.
Porque señores y señoras de la coalición En Común, no existe ninguna dignidad
en estar desnuda todo el día frente a hombres desconocidos, soportando
decenas de penetraciones vaginales, manoseos sin límite, la utilización
de su cuerpo como objeto, para la satisfacción placentera de los
llamados clientes, tantas veces desconsiderados y hasta brutales. No señora Colau, no señor Doménech, no existe ninguna dignidad en darse de alta de la seguridad social con el ítem laboral de prostituta, aunque le llamen “trabajadora del sexo”. Porque el sexo NO se trabaja.
El sexo se disfruta, se entrega por amor, por simpatía, en busca de
placer, siempre voluntaria y gratuitamente, en condiciones de igualdad
entre los participantes. De otro modo ni es sexo, ni es trabajo, ni es placer, es simplemente explotación. Y la máxima, porque es la utilización de todo el ser humano, que se contiene en el propio cuerpo, como la esclavitud.
Quizá ustedes querrían legalizar la esclavitud para que a los esclavos se “les garantizara el derecho a una vida digna”,
pero eso hoy no se le ocurre a nadie. A partir de la abolición de la
esclavitud todo el mundo sabe que es más digno pedir limosna en la calle
que ser esclavizado. Y de la misma forma, una mujer que mendiga
mantiene su integridad corporal, psíquica y mental, que la prostituta
pierde.
Ya sabemos que Cataluña, y especialmente Barcelona, además del
macro prostíbulo de Figueras en Gerona, se ha convertido en el paraíso
de la prostitución. A los innumerables lupanares en las carreteras, en
las ciudades y en los pueblos, hay que añadir los pisos de Barcelona que
se han habilitado para prostituir mujeres. En las Ramblas, ese
bouvelard famoso, que fue único y excelente, los chulos, las celestinas,
los intermediarios, abordan a los hombres y les señalan los pisos donde
pueden divertirse un rato. Con el propósito de regular esa actividad,
la alcaldesa Colau intentó aprobar una ordenanza municipal y gracias a
la protesta del Movimiento Democrático de la Mujer y de algunas de las
alcaldesas de Esquerra Unida del cinturón industrial de Barcelona se
paralizó el proyecto.
Ya conocemos la comprensión y la tolerancia que muestra la señora Ada
Colau con la industria de la prostitución y la pornografía. Es
la primera ciudad en España que tiene el dudoso honor de haber montado
una Escuela de Prostitución donde se enseña a las advenedizas las
diversas formas en que deberán dejarse violar por un poco de dinero.
En las calles de Barcelona, en los sitios más céntricos, como la Plaza
Cataluña, se filman escenas de porno duro. Una mujer completamente
desnuda, se arrastra a cuatro patas, atada con correas, que sostienen
dos hombres con una capucha de verdugo mientras enarbolan un látigo con
el que de vez en cuando azotan a la desgraciada. Los turistas se
arremolinan ante tan insólito espectáculo y lo fotografían y lo filman.
Así lo vi yo.
Cuando desde el Partido Feminista escribimos una carta a la alcaldesa
pidiéndole explicaciones sobre semejante actividad en las calles de la
ciudad que gobierna, respondió con una misiva, en el conciliador y
almibarado estilo que suele utilizar, diciendo que no se había enterado y
que comprendía nuestra alarma puesto que los menores podían asistir a
tal espectáculo. Pero ni mencionó que intentaría averiguar quien o
quienes realizaban semejante actividad, y mucho menos nos prometió que
una vez enterada pondría los medios para que no se repitiera. En este caso no le preocupaba garantizarle a la mujer humillada y maltratada “el derecho a una vida digna”
Pero ya vemos que no se ha abandonado el propósito de legalizar esta
clase de actividades infames. No sé si porque la convicción de los y las
redentoras de las prostitutas es tan firme y tan profunda o porque la
recompensa de las mafias es cada vez mayor. O porque se espera el voto
de los millones de prostituidores que hacen cola en los puticlubs, en
las casas de masaje y en la carretera de Castelldefels, para utilizar a
una mujer, pobre, triste, asustada y vulnerable, tantas veces traficada
desde América o África, en satisfacer una sexualidad enferma que se
contenta con abusar de un ser que se le entrega indefenso. Esa mafia de
la prostitución, que desde hace 25 años está intentando lograr su
legalización, para lo que constituyó la asociación ANELA, llamada
eufemísticamente Asociación Nacional de Empresarios de Locales de
Alterne, que gracias a la tolerancia y la ignorancia –no quiero creer
que a la corrupción y la prevaricación- funciona en nuestro país
legalmente como una asociación civil más.
Al parecer En Común pretende que Cataluña imite a Alemania y Holanda
que han legalizado la prostitución hace años y que han convertido varias
de sus ciudades en lupanares, exhibiendo a las mujeres en las ventanas
de los burdeles. Nadie que tenga la más elemental sensibilidad ante este
denigratorio trato a las mujeres puede defender que semejante tráfico
sea legalizado en ninguna comunidad de nuestro país. Ni aunque
las víctimas declaren que lo hacen con su consentimiento, porque no se
puede prestar consentimiento para la propia esclavitud, para la más
grave humillación, para la pérdida de toda dignidad humana. Desde la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, proclamada el 10 de diciembre de 1948, ningún ser humano puede ser sometido a trato humillante, ofensivo ni degradante, y eso es precisamente lo que soportan las mujeres prostituidas.
No, señores y señoras de la candidatura de En Común, legalizar la prostitución no significa “garantizar a las víctimas el derecho a una vida digna”, sino todo lo contrario”.
Significa entregar indefensas a las mujeres y a las niñas a las redes
del proxenetismo, a las que se les garantiza la impunidad, para
satisfacer la salacidad sin límites de los prostituidores.
El Común de esa candidatura es al parecer el común denominador de los prostituidores, los proxenetas y los chulos.
DdA, XIV/3719
2 comentarios:
No a la prostitución...de ningún tipo.
Su posición extrema al respecto la desautoriza a usted. Y más la desautoriza el modo de terminar su extensísimo artículo. La razón nunca es prolija y no puede haber razón en quien disparata... Usted mezcla y confunde. Desarrollar de esa manera inflada un asunto que, como el aborto y tantos otros, se despacha con un a favor o en contra (aparte condiciones) incluidos en ambos casos los pros y los contras que ya conocemos de sobra, es una muestra de su desequilibrio personal de usted. Sitúa usted la dignidad de la mujer donde y como le da la gana, y ve diferencias donde no las hay para un espìritu atento. ¿Hay mucha diferencia, le pregunto a usted, entre ejercer la prostitución “oficial” y la oficiosa de otros mil oficios que la solapan? ¿Tiene menos dignidad quien pone precio a gozar de su cuerpo sin dobleces, que quien acepta un empleo acostándose antes con quien la contrataría si accede a ello? Tengo cuatro hijas que ya rondan todas los cincuenta. Ninguna de ellas se ha librado a lo largo de su vida de la condena de condicionar sus empleos a entregarse a quien las emplearía…
A estas alturas de la historia, trata usted ese oficio o profesión tan viejos como la sociedad organizada -ésa que se ha dotado de normas- pretendiendo acaparar toda la razón, justo eso que para otros es una sinrazón, importándole a usted muy poco incurrir incluso al final hasta en la injuria. Que usted opine que ese oficio o profesión deben abandonarse a su caer, dedicando al Estado al menester devperseguir a los proxenetas, prostituidos o chulos a los que confunde con la política y los políticos que opinan de otromodo, en una sociedad escandalosamente mercantilista en la que se pone precio a todo, dice muy poco del valor de su inteligencia; que no es ni la mitad de respetable, me lo parece a mí, de la que se aloja en la voluntad de quienes han reflexionado legalizar la prostitución. Su estrechez de miras coincide con sus mucha edad y con la deformación que acompaña a la profesión que usted ejerce, no menos prostituida que la otra. Habla usted sólo de la prostitución del cuerpo. Pues mire usted, es mucho más grave y de consecuencias nefastas para la sociedad la prostitución de la voluntad y de la conciencia en todos los demás oficios y profesiones en los que también hay precio. Su feminismo exacerbado es insoportable, como lo es todo lo que hay de desmesurado en lo rotundo, en lo dogmático y en el pretender tener razón erga omnes sin hacer la más mínima concesión al adversario de buena fe de la que usted no da muestra alguna...
Jaime Richart
Antropólogo y jurista
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