Ana Cuevas
Cuando vi las imágenes no podía creerlo. No se trataba de mercancías
o animales capturados para ser posteriormente objeto de subasta. Eran,
son, seres humanos. Mujeres, hombres y niños de origen subsahariano y
piel negra que llegan hasta Libia huyendo de la pobreza, la guerra o el
terrorismo. Y una vez allí, caen en manos de las mafias esclavistas que
los torturan para ser vendidos a otros desalmados que, tras hacer lo
propio, tratan de extorsionar a las familias de los cautivos a cambio de
su supuesta libertad.
Estamos en el siglo XXI. Hemos creado
una aldea global internaútica que nos pone en contacto con cualquier
punto del planeta. Ha sido ese increíble avance tecnológico el que ha
extendido el horror que padecen estas personas para hacerlo visible
a nuestros ojos. Un horror que no es nuevo. Un espanto que nuestros
dirigentes europeos no desconocían pero que tampoco les ha
impedido vender armas alimentando conflictos o apoyar gobiernos
corruptos, totalitarios y sangrientos. Recuerden lo amiguitos que eran
Aznar y el sociópata Gadafi.
La civilizada Europa que aparta
melindrosamente la mirada no ignora que la esclavitud existe a nuestras
puertas. No puede negar que miles de refugiados, muchos de ellos
niños, corren alto riesgo de morir este invierno en Grecia o en Turquía
por el intenso frío. Que sus cadáveres caerán justo en el vestíbulo de
esta entelequia de estados que se promulgan paladines de los derechos
humanos. Quizás, gracias a la magia de las redes, las imágenes de esos
cuerpos, de esas criaturas congeladas, lleguen a nuestro muro mezcladas
entre las felicitaciones y los buenos deseos para el año nuevo.
Igual
que me llegaron las fotos de los esclavos en Libia. Atados como reses,
colgados boca abajo, recibiendo patadas y palos mientras son conducidos a
la macabra subasta. De la misma manera que supe de la violación y
asesinato de 26 niñas nigerianas que fueron encontradas en un barco de
traficantes humanos. ¿Imaginan que se hubiera tratado de 26 niñas
alemanas, españolas o británicas? Sin embargo eran chicas negras. Pero
sobre todo pobres. No se pueden tener peores cartas en este inhumano
mundo.
Se acercan estas entrañables fechas en las que el
consumismo se dispara y se inocula una idiocia colectiva a base de
anuncios ñoños y villancicos. El año se acaba y es hora de hacer
balance. No son solo nuestros insensibles líderes los que desvían los
ojos de la crueldad y la miseria. A nosotros, los ciudadanos de a pie,
también se nos da de miedo acostumbrarnos a los horrores ajenos.
Preferimos aislarnos en nuestra burbuja ilusoria. Creer que estamos a
salvo. ¿Esclavitud en España? Eso es impensable, ¿no?. Aquí, como mucho,
algunos trabajan gratis y otros casi por la cara. Pero látigos y
argollas... es exagerar la nota.
Mientras tocan la zambomba
recuerden que miles de españoles, incluso trabajando, no podrán calentar
sus casas estas Navidades. Que tendrán serios problemas para alimentar y
vestir a sus familias. Que aquí también se está institucionalizando la
pobreza entre los trabajadores a la par que las empresas del IBEX35
(todas afiliadas a paraísos fiscales) se están poniendo las botas.
¿Esclavitud? ¡Qué bobada! ¿Dónde ven ustedes las argollas?
DdA, XIV/3708
1 comentario:
sin meter el el plastico que se utiliza como algodon por pura comodidad desde siempre lastimando la tala para crear los automoviles saulodos bendicones por compartir esto
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