Jaime Richart
Estoicismo que neutralice el estúpido
hedonismo invasor de los tiempos actuales, para los que lo poseen todo, y estoicismo
que les contrarreste el desconsuelo, para los que viven en la privación. Creo
que no queda otro remedio. En el primer caso para dar otro nervio vital a una
vida que pronto languidece, y en el segundo para desdeñar las permanentes y
nocivas incitaciones de una sociedad repulsivamente mercantilizada...
En todas partes de Occidente pero por supuesto
más que en ningún otro sitio en España, ya nadie quiere saber nada de palabras
que, estrechamente relacionadas con la vida común del común de los mortales,
desde siempre han formado la argamasa de la idiosincrasia o el talante
hispanos: sacrificio, austeridad, sobriedad, resignación y sufrimiento,
combinadas en la jerga diaria con superficialidad, frivolidad y desenfreno.
Palabras que usadas profusamente hasta ayer por razones varias según el nivel
de moralidad de las personas, a menudo iban entrelazadas a los lamentos del
folclore o a las amenazantes prédicas en las iglesias. Pero tras salir de la
dictadura, la expansión psicológica que lleva consigo la palabra democracia
prácticamente las desterró del vocabulario ordinario hace casi medio siglo. En
realidad, son palabras y significados que han estado en el alma de todos los
pueblos, excepto en la de sus dirigentes y en la de sus protegidos y favorecidos puesto que la moral común nunca
les concierne (de ahí la enorme distancia entre gobernantes y gobernados). Pero
cuyo sentido tradicional, y mucho más su valor como módulos morales, en
cualquier caso se han ido perdiendo en la sensibilidad de la mayoría de las
actuales generaciones.
El
progreso traído por un sistema económico, político y sobre todo tecnológico que
si entretiene es también un devorador de humanismo, es el responsable. ¡No
tienes, no tiene usted, por qué aguantar! ¡No tengo yo por qué soportar! No
tengo por qué soportar a mi pareja pese a tener hijos, no tengo por qué
soportar estos kilos de más, no tengo porqué soportar esta jaqueca, no tengo
que soportar... Además, pocas cosas nuestras se libran de la sensación personal
de estar siendo violentadas y arrebatados nuestros derechos. Casi siempre con
razón. Y sin embargo soportamos. Soportamos las maniobras y trampas
comerciales, publicitarias y propagandísticas a través de los medios, soportamos
los laberintos en los que nos mete la Medicina, la Abogacía y la Justicia,
soportamos los manifiestos engaños y abusos de los gobernantes y en general de
los políticos. En esto estriba el trueque de la época anterior por la presente.
En la anterior no nos engañaban: sabíamos a qué atenernos. En la actual no
sólo consentimos el engaño, vivimos familiarizados con él.
Es
cierto que en principio hay hoy recursos para hacerle frente, para sortear el
engaño. Pero pocos se molestan en intentarlo y en pensar por cuenta propia. Yo,
lo que quiero es vivir bien. Claro que eso depende también de tu nivel
económico. Pero siempre encontrarás un tinglado prestamista que te engatusará
por un tiempo para satisfacer tu contento o tu capricho. En cuanto al malestar
físico, qué decir. Estoy bien, pero quiero estar mejor. Justo lo contrario de
lo que dice una persona inteligente: si estoy bien, no quiero estar mejor, no
sea que empeore. Pues bien, ese espíritu es el que predomina en la sociedad,
probablemente sin retorno hasta que avatares previsibles... para mal, lo
cambien.
Medio
siglo atrás nos llevaban a asociar la vida al sufrimiento, a la resignación, a
la milicia sobre la tierra, al valle de lágrimas... Ahora nos hemos resarcido. Y hemos pasado
poco a poco o rápidamente, por ejemplo, de soportar el autoritarismo y/o las
infidelidades del marido tanto porque la esposa no contaba con otro recurso al
no trabajar fuera de casa como porque los hijos justificaban la paciencia, al
extremo opuesto. Basta que no le brillen ya los ojos a la pareja, para echarlo
todo a perder... Extremo casi siempre refrenado por la “necesidad”, por la
privación o por la austeridad forzosa que obligan a soluciones parciales de
nuestra vida perra, en buena medida y la mayoría de las veces por nuestra falta
escandalosa de paciencia y por el ansia –legítima nos dicen- de “mejorar”.
Falta de paciencia y ansiedad que son justamente las que malogran a menudo la
vida...
En
todo caso expectativa ha desplazado a esperanza, contento a felicidad, urgencia
a espera... Con miedo se puede hablar en una conversación normal de sacrificio
o resignación. Espanta la más mínima incomodidad y el más mínimo malestar en
quienes tienen la fortuna de no vivir sufridamente a la fuerza porque lo han
perdido todo. Y todo ha sido porque, dejando a un lado la responsabilidad en
gran medida irresponsable del sistema, gracias a los quiebros que hace a veces
la historia se han ido incorporando poco a poco durante décadas al acomodo,
transitorio, grandes masas de población. Pero luego lo han perdido, no por su
culpa sino por la del sistema, por esa austeridad del demonio imbricada en el
saqueo de un ejército de arribistas y mientras una parte de la población sigue
disfrutando de acomodo o lujo... Hasta muy avanzada la Edad Media, las grandes
masas, incluso en las ciudades, se componían de siervos. Hoy vuelven a serlo.
Por
eso y por otros motivos vivimos una "austeridad" con mimbres muy
distintos de virtud que le son propios. Porque austeridad ahora no es
contención, sobriedad o moderación. Austeridad, ahora, significa por encima de
todo privación. Y en España especialmente, empobrecimiento, y empobrecimiento
severo. Aun así, no es eso, haber adquirido y luego ser despojado, tanto lo
que duele (dado que la austeridad, en su sentido estricto, hemos de
reconocerlo, era y es, desde el punto de vista del interés humanitario y
planetario forzosa para todos, pues era y es impensable que la Tierra y todo
cuanto de ella nos es vital pueda soportar tanta destrucción y expolio a que la
viene sometiendo ya a lo largo de más de un siglo el ser humano, sin revertir
sobre él las más nefastas consecuencias,). Lo que indigna a media sociedad es
que a la imposición de medidas económicas que cercenan su pasar, sus
expectativas y su futuro se suma la desigualdad en el reparto de la carga de la
austeridad que hemos quedado es vital para el planeta. Lo que subleva es que a
la desigualdad estructural propia de este sistema, se añade la desigualdad
entre quienes fuerzan la "austeridad" social y quienes la soportan.
Pues quienes la imponen a las masas son precisamente quienes o mantienen
intacto su nivel de vida o se enriquecen injustamente desde el punto de vista
moral, o se enriquecen más injustamente, delinquiendo, y todos a costa justo de
los desposeídos. Una situación no muy diferente, desde el punto de vista
cualitativo, de la confiscación o de la requisa practicadas por los antiguos
señores de la guerra o los feudales o los zares que por ucases ahondaban más y
más la pobreza de la inmensa población rusa. No comprendo, en fin, cómo
millones no se levantan en armas.
Es por
ello que ya ni hablo de esa austeridad individual personificada en el santo o
en el asceta que la eligieron, ni incluso de la que se ha hecho recaer impuesta
sobre “toda” la sociedad española. Bastaría, quizá, habría que intentarlo, que
un puñado de valientes de indudable influencia en la población que dirigen, impusieran
su personal e institucional austeridad forzando al resto a imitarles y que los
medios lo destacasen cada día. Lo que aceleraría el proceso lento y complejo
inaplazable de depuración de este país, podrido en todos los ámbitos. Una
docena de personajes muy influyentes, de la condición de un Jesús Mugica, el expresidente
de gobierno de Uruguay, prepararía el cambio de signo indispensable. Sin
embargo, los que están arriba se revuelcan en las heces de todo lo contrario...
Y
respecto a la austeridad individual, hablo de la austeridad útil, de la
paciencia útil, de la resignación útil, del rearme de nuestra conciencia para
comprender que la vida llevada con sencillez y despreciadora del consumo, es mucho
más grata que la vida ansiosa que genera una insatisfacción permanente.
En
resumidas cuentas, en filosofía profesar estoicismo entre otros sistemas
filosóficos, ser estoico, es una opción de vida. Pero al individuo social se le
ha impuesto. Y eso ya no es ni estoicismo ni austeridad, porque en lugar de
obtener sus frutos si hubiera sido voluntaria, lo que brota es sentimiento de
opresión y de humillación. Estoicismo y austeridad son positivos sólo si son
voluntarios. Ser estoico supone la impasibilidad del ánimo, y consuelo tanto
para los que carecen de todo como para los acomodados, como para los que poseen
demasiado... por su propio bien y por el de todos. Pero impuesta, la austeridad
deja de serlo para convertirse en sufrimiento o mover a una sublevación por
otra parte en este tiempo inútil.
Vivimos
una época que parece conducir al fin de la historia, pues tanta es la
desmesura, individual y colectiva, que ya no la pueden soportar ni la
Naturaleza ni el planeta. Es por eso que
se perfila en el horizonte tenebroso la conclusión de que ¡pobre del
que no se esté preparando para ser estoico! Porque en todo caso (una fácil
profecía) quien, más pronto que tarde, no sea estoico de buen grado, no tardará
en verse sumido en la desesperanza o se quitará la vida...
DdA, XIV/3713
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