La amnesia histórica de España no se remonta a los hechos más trascedentales de la primera mitad del siglo XX, con una historiografía falsaria a lo largo de la dictadura franquista -reproducida a partir de la primera gobernación de Aznarín el Azoroso-, sino a todo el siglo XIX, que tantas lecciones nos puede dar en cuanto a transitorias expectativas esperanzadoras y hechos tan nefastos como las repetidas guerras carlistas que desembocarían, finalmente, en la crudelísima guerra de 1936. En un periodo como el que vivimos, marcado por la currupciones de los dos partidos que se han turnado hasta ahora en la gobernación del Estado, está bien que mi estimado Pedro Luis Angosto saque a la luz el grito que este país vuelve a necesitar con urgencia y que a ningún partido político le ha parecido oportuno recobrar para sus lemas electorales: ¡Viva España con honra! Los revolucionarios de Cádiz, de la España de 1868 -dice Angosto-, reclamaban Libertad, Justicia, Fraternidad, Dignidad y Honradez. Este Lazarillo suscribe lo mismo ahora.
Pedro Luis Angosto
El año que viene se cumplirá el ciento cincuenta aniversario de la Gloriosa,
aquella revolución decimonónica con vientos de futuro que quiso poner a
España en el camino de los Estados más poderosos y libres de Europa.
Estoy seguro que ni el Gobierno del Estado ni ningún otro querrán
conmemorar aquellos días magníficos que pusieron fin al bochornoso
mandato de Isabel II, a la Dinastía borbónica y a la inmensa corrupción
que caracterizó a aquellos años. El pueblo español, poco dado a
levantamientos generales y muy propenso a dejarse llevar por humaredas,
protagonizó aquellos días una de las páginas más hermosas de su
historia, mandando al infierno al nepotismo, la represión, la
prevaricación sistémica y el chanchullo. Una crisis económica de
envergadura que afectó a sectores básicos como el ferrocarril y la
banca, acompañada por la consiguiente crisis de subsistencias que
extendió en hambre por todo el país, hizo que el pueblo se sumase a la
proclama de los revolucionarios de Cádiz, obligando a la reina a
abandonar el país para dar paso a un tiempo de esperanza. La monarquía
se había encerrado sobre sí misma y ajena a los sufrimientos de la
nación no tenía más instrumentos para los acuciantes problemas que la
aquejaban que la represión. No es que hubiese un fermento republicano
consistente, la mayoría de la población era analfabeta y tenía miedo,
miedo a la Iglesia, miedo a la policía, miedo al ejército, miedo a los
señoritos, pero la monarquía isabelina había hecho todo lo posible para
ser odiada. Fue en ese contexto cuando los marineros de Cádiz se
sublevaron al grito de ¡Viva España con honra! Adelardo López de Ayala fue el encargado de redactar el manifiesto revolucionario de 19 de septiembre de 1868 que firmaron Prim, Topete, Serrano, Ruiz Zorrilla, Figuerola
y otros, un manifiesto que clamaba por la regeneración, los derechos
democráticos, la justicia, la libertad, conceptos imposibles bajo el
reinado de Isabel II y que hoy siguen tan vigentes como entonces:
“Españoles: La ciudad de Cádiz puesta en armas, con toda su
provincia, con la Armada anclada en su puerto, y todo el departamento
marítimo de la Carraca, declara solemnemente que niega su obediencia al
gobierno de Madrid, segura de que es leal intérprete de todos los
ciudadanos que en el dilatado ejercicio de la paciencia no hayan perdido
el sentimiento de la dignidad, y resuelta a no deponer las armas hasta
que la Nación recobre su soberanía, manifieste su voluntad y se
cumpla. Hollada la ley fundamental, convertida siempre antes en celada
que en defensa del ciudadano; corrompido el sufragio por la amenaza y el
soborno, dependiente la seguridad individual, no del derecho propio,
sino de la irresponsable voluntad de cualquiera de las autoridades;
muerto el municipio; pasto la Administración y la Hacienda de la
inmoralidad y del agio; tiranizada la enseñanza; muda la prensa y sólo
interrumpido el universal silencio por las frecuentes noticias de las
nuevas fortunas improvisadas, del nuevo negocio, de la nueva real orden
encaminada a defraudar el Tesoro público; de títulos de Castilla
vilmente prodigados; del alto precio, en fin, a que logran su venta la
deshonra y el vicio. Tal es la España de hoy.
Desde estas murallas, siempre fieles a nuestra libertad e
Independencia; depuesto todo interés de partido, atentos sólo al bien
general, os llamamos a todos a que seáis partícipes de la gloria de
realizarlo… No tratamos de deslindar los campos políticos. Nuestra
empresa es más alta y más sencilla. Peleamos por la existencia y el
decoro.
Queremos que una legalidad común por todos creada, tenga implícito y constante el respeto de todos.
Queremos que el encargado de observar la Constitución no sea su
enemigo irreconciliable. Queremos que las causas que influyan en las
supremas resoluciones las podamos decir en alta voz delante de nuestras
madres, de nuestras esposas y de nuestras hijas; queremos vivir la vida
de la honra y de la libertad.
Queremos que un Gobierno provisional que represente todas las
fuerzas vivas del país asegure el orden, en tanto que el sufragio
universal echa los cimientos de nuestra regeneración social y política.
Contamos para realizar nuestro inquebrantable propósito con el concurso
de todos los liberales, unánimes y compactos ante el común peligro; con
el apoyo de las clases acomodadas, que no querrán que el fruto de sus
sudores siga enriqueciendo la interminable serie de agiotistas y
favoritos; con los amantes del orden, si quieren verlo establecido sobre
las firmísimas bases de la moralidad y del derecho; con los ardientes
partidarios de las libertades individuales, cuyas aspiraciones pondremos
bajo el amparo de la ley; con el apoyo de los ministros del altar,
interesados antes que nadie en cegar en su origen las fuentes del vicio y
del mal ejemplo; con el pueblo todo y con la aprobación, en fin, de la
Europa entera; pues no es posible que en el consejo de las naciones se
haya decretado ni se decrete que España ha de vivir envilecida.
Rechazamos el nombre que ya nos dan nuestros enemigos: rebeldes son,
cualquiera que sea el puesto en que se encuentren, los constantes
violadores de todas las leyes, y fieles servidores de su patria los que,
a despecho de todo linaje de inconvenientes, la devuelven su respeto
perdido.
Españoles: Acudid todos a las armas, único medio de economizar la
efusión de sangre; y no olvidéis que en estas circunstancias en que las
poblaciones van sucesivamente ejerciendo el gobierno de sí mismas,
dejan escritos en la historia todos sus instintos y cualidades con
caracteres indelebles. Sed, como siempre, valientes y generosos. La
única esperanza de nuestros enemigos consiste ya en los excesos a que
desean vernos entregados. Desesperémoslos desde el primer momento,
manifestando con nuestra conducta que siempre fuimos dignos de la
libertad, que tan inicuamente nos han arrebatado. Acudid a las armas, no
con el impulso del encono, siempre funesto; no con la furia de la ira,
siempre débil, sino con la solemne y poderosa serenidad con que la
justicia empuña su espada. ¡Viva España con honra!”.
Los revolucionarios de Cádiz, de la España de 1868, no pedían un
cambio de modelo productivo, aquello fue una revolución burguesa que
demandaba democracia en una Europa en la que ese régimen estaba
sustituyendo a las monarquías autoritarias como las de Isabel.
Reclamaban Libertad, Justicia, Fraternidad, Dignidad y Honradez, cosas
de las que siempre careció el largo reinado de la hija de Fernando VII.
Los tiempos cambian y las circunstancias casi nunca son iguales. En una
Europa cada vez más rendida a los movimientos particularistas,
xenófobos, racistas, supremacistas, insolidarios, identitarios, es
difícil que se dé tanta generosidad como la que derrocharon los
revolucionarios de septiembre de 1868, pero hasta que no nos demos
cuenta de que cuantos más seamos en el empeño antes vendrán los cambios
que todos necesitamos por nuestra condición de seres humanos, seguiremos
a merced de quienes nos han tomado como cómplices de su mal gobierno.
DdA, XIV/3706
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