Félix Población
Son raros, por no decir únicos, los
días en este país en que se puede uno levantar con un capítulo de la Memoria
Histórica, tan impresionante como el que ayer escuchábamos a primera hora en el
programa de la SER A vivir que son dos días, y acostarse también con una muy
digna película que refleje episodios tan en consonancia con esa memoria como
los de La buena nueva.
Me extrañó que
la radio de PRISA concediera ayer tanto espacio a la voz de los descendientes
de la represión franquista en una localidad de Andalucía (La Lantejuela, Sevilla, Vidas enterradas), casi una hora del programa
citado, y que anunciara asimismo próximos testimonios en esa misma línea.
Lamento que esas voces nos lleguen con tanto retraso, cuando ya han fallecido
la mayoría de los familiares directos de las víctimas (esposas en su mayor parte,
hermanos e hijos). No digo que se les debería haber escuchado antes de la regulación con
tantísimo retraso de la ley de Memoria Histórica, pero sí al menos hace diez
años, cuando fue aprobada.
Esta democracia ha sido y sigue siendo de una cruel indiferencia,
tanto contra quienes fueron asesinados y enterrados como alimañas en fosas y
cunetas por los vencedores como contra sus familias. La más que tardía emisión de espacios como el
de ayer en la SER viene a ratificarlo cuando esa cruel indiferencia persiste,
llevada hasta el escarnio por el vigente gobierno.
En cuanto a La
buena nueva, creo que se trata de un film dirigido e interpretado con mucha
dignidad, que sin ser una gran película cumple con su papel testimonial
sobradamente, gracias precisamente a la memoria de su protagonista, el cura
navarro Marino Ayerra. El libro ¡Malditos seáis! No me avergoncé del Evangelio
fue publicado por primera vez en Buenos Aires en 1958. El autor, al que al
término del film vemos abandonar el pueblo donde ejerció su ministerio, vivió
exiliado en Uruguay, donde solicitó su secularización. En esas memorias del ex sacerdote se hace una dura
crítica a la iglesia nacional-católica, aliada de quienes ejercieron la
represión en la localidad navarra (Alsasua) donde se desarrollan esas páginas
de su memoria como defensor del mensaje de Cristo.
Marino Ayerra Redín era natural de Lumbier (1903). El actor que lo representa magníficamente responde a su tipología, tal como la cuentan: enjuto, purista en lo espiritual y con una muy buena
formación teológica. Hombre activo, lleno de proyectos, firme en su fe y con mucha curiosidad por todo conocimiento. Tanto -leo-, que los vientos políticos para él ni soplaban, ni los sentía, ni creía
que tuvieran que ver con su tarea. Era un párroco de esos de los de pie a
tierra. De convicción sólida y siempre al lado de los oprimidos. Su
lema comportaba muchos riesgos en un país en guerra: "Pensar alto, sentir hondo, hablar claro".
+@Los Legionarios de Cristo en Los papeles del paraíso. (Eldiario.es)
DdA, XIV/3689
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