lunes, 6 de noviembre de 2017

EL ABRAZO SONORO DE LA EUROPA DEL ESTE: DE DVORAK A ARVO PÄRT*



Alicia Población Brel
 
El pasado viernes 3 de noviembre la Rotterdam Philharmonic nos dedicó un concierto muy interesante bajo la batuta del colombiano Andrés Orozco Estrada. En primer lugar interpretaron la obra “Fratres” de Arvo Pärt.
El compositor estonio compuso esta obra siguiendo el estilo que él mismo llamó “Tintinabuli”, de tintinear, como campanas. Se caracteriza por armonías simples, el uso de acordes tríadas, notas sin adornos y especialmente por dos voces, una que basa su movimiento en arpegios de la tríada tónica y la otra que se desplaza por la escala diatónica escalonadamente. Originalmente la escribió para la orquesta de música antigua Hortus Musicus que la estrenó en 1977.
Tres años más tarde, hizo una adaptación para violín y piano en honor a Gidon y Elena Kremer. Tiempo después, el mismo compositor y otros músicos realizaron versiones muy variadas sobre la misma obra.
“Fratres” (Hermanos) consta de entre ocho y nueve secciones separadas por un motivo percusivo recurrente. Las secuencias siguen un patrón que progresa explorando el rango armónico y elevando a la vez el volumen. En las adaptaciones para instrumento solista y orquesta o piano se distinguen bien las dos voces características del estilo “tintinabuli”. La Rotterdam Philharmonic tocó la versión para orquesta y percusión, sin solista, por lo que faltaba la voz que debiera hacer los acordes arpegiados de tríada, lo que habría resultado más interesante.
El director decidió no dejar pausa entre la obra de Arvo Pärt y la “Música para cuerda, percusión y celesta”, de Bartok, que venía después, y eso descolocó al público que, confuso, aplaudió entre el primer y el segundo movimiento de la obra del músico húngaro. Bartok la compuso en 1936, para el décimo aniversario de la orquesta de cámara de Basilea. Fue un encargo de su amigo Paul Sacher, quien en 1937 la dirigió.

Las violas, colocadas a los lados del piano de cola central, empezaron la fuga del primer movimiento nada más acabar “Fratres”. El motivo fue seguido por los violines segundos, cellos, violines primeros, bajos, celesta y piano. Todo el movimiento se centra alrededor de la nota la y la obra completa en torno a la quinta la-mi. El sonido de la orquesta es cada vez más compacto, hasta llegar al clímax. Tras un golpe de bombo, se interpreta el mismo motivo invertido, haciendo una reversión en espejo y diminuendo hasta el final del movimiento.
El segundo movimiento tiene los rasgos típicos del compositor húngaro, muy influenciado por el folklore. Podemos resaltar sus característicos pizzicatos y su irregularidad en el ritmo.
El tercero resulta el movimiento más interesante. El principal protagonista es el glissando, empezando por el timbal, imitado después por las cuerdas. El contraste lo marca primero el xilófono, con golpes secos y precisos, y hacia la mitad del movimiento, el dulce sonido de la celesta, combinado con los agresivos pizzicatos. Por su carácter misterioso podemos reconocerlo en la película de Stanley Kubrick “El resplandor”, y es que realmente las disonancias y efectos te producen una extraña sensación en el estómago.
El cuarto movimiento es una danza en forma rondó, cuyo swing hizo que el director casi bailara sobre la tarima. Acaba con el mismo motivo que la fuga del primer movimiento, dándole a la obra una estructura circular. 
Tras la pausa, la orquesta interpretó la Novena Sinfonía de Dvorak. Al compositor checo le fue ofrecida la dirección del Conservatorio Nacional de Música de América en 1891, así que se mudó allí. En 1893 ya tenía acabada que sería una de sus más famosas obras, conocida como la del Nuevo mundo. Se estrenó en diciembre de ese mismo año por la Filarmónica de Nueva York, bajo la batuta del húngaro Anton Sidl.
Es imprescindible destacar la sonoridad que demostró la Rotterdam Philharmonic durante toda la obra. Un sonido compacto, especialmente en la cuerda, y muy bien proyectado, que llegó a cada rincón de la sala. Pese a que faltó precisión en la entrada del segundo movimiento, la orquesta supo mostrar también su lado cálido. Quizá se echó en falta algo más de pasión en ciertos momentos del tercer y  cuarto movimiento, donde se mantuvo una masa sonora demasiado rígida y cuadriculada para lo que pedía el carácter compositivo.
Hubo demasiado amaneramiento en los rubatos por parte del director, lo que hizo que en determinados puntos el sonido fuera algo teatral y rebuscado sin necesidad, ya que la propia música hablaba por sí sola. Mención especial al primer trompa, el español David Fernández Alonso; la sección siempre sorprende para bien cuando está él como líder.

*Crítica publicada también en Periodistas en Español.

DdA, XIV/3683

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