Alicia Población Brel
El pasado
viernes 3 de noviembre la Rotterdam
Philharmonic nos dedicó un concierto muy interesante bajo la batuta del
colombiano Andrés Orozco Estrada. En primer lugar
interpretaron la obra “Fratres” de Arvo
Pärt.
El compositor
estonio compuso esta obra siguiendo el estilo que él mismo llamó “Tintinabuli”,
de tintinear, como campanas. Se caracteriza por armonías simples, el uso de
acordes tríadas, notas sin adornos y especialmente por dos voces, una que basa
su movimiento en arpegios de la tríada tónica y la otra que se desplaza por la
escala diatónica escalonadamente. Originalmente la escribió para la
orquesta de música antigua Hortus Musicus que la estrenó en 1977.
Tres años más
tarde, hizo una adaptación para violín y piano en honor a Gidon y Elena Kremer.
Tiempo después, el mismo compositor y otros músicos realizaron versiones muy
variadas sobre la misma obra.
“Fratres”
(Hermanos) consta de entre ocho y nueve secciones separadas por un motivo percusivo recurrente. Las secuencias
siguen un patrón que progresa explorando el rango armónico y elevando a la vez
el volumen. En las adaptaciones para instrumento solista y orquesta o piano se
distinguen bien las dos voces características del estilo “tintinabuli”. La
Rotterdam Philharmonic tocó la versión para orquesta y percusión, sin solista,
por lo que faltaba la voz que debiera hacer los acordes arpegiados de tríada,
lo que habría resultado más interesante.
El director
decidió no dejar pausa entre la obra de Arvo Pärt y la “Música para cuerda,
percusión y celesta”, de Bartok,
que venía después, y eso descolocó al público que, confuso, aplaudió entre el
primer y el segundo movimiento de la obra del músico húngaro. Bartok la
compuso en 1936, para el décimo aniversario de la orquesta de cámara de
Basilea. Fue un encargo de su amigo Paul
Sacher, quien en 1937 la dirigió.
Las violas,
colocadas a los lados del piano de cola central, empezaron la fuga del primer
movimiento nada más acabar “Fratres”. El motivo fue seguido por los
violines segundos, cellos, violines primeros, bajos, celesta y piano. Todo el
movimiento se centra alrededor de la nota la
y la obra completa en torno a la quinta la-mi.
El sonido de la orquesta es cada vez más compacto, hasta llegar al clímax. Tras
un golpe de bombo, se interpreta el mismo motivo invertido, haciendo una
reversión en espejo y diminuendo
hasta el final del movimiento.
El segundo
movimiento tiene los rasgos típicos del compositor húngaro, muy influenciado por
el folklore. Podemos resaltar sus característicos pizzicatos y su irregularidad en el ritmo.
El tercero
resulta el movimiento más interesante. El principal protagonista es el glissando, empezando por el timbal,
imitado después por las cuerdas. El contraste lo marca primero el xilófono, con
golpes secos y precisos, y hacia la mitad del movimiento, el dulce sonido de la
celesta, combinado con los agresivos pizzicatos.
Por su carácter misterioso podemos reconocerlo en la película de Stanley Kubrick “El resplandor”, y es
que realmente las disonancias y efectos te producen una extraña sensación en el
estómago.
El cuarto movimiento
es una danza en forma rondó, cuyo swing
hizo que el director casi bailara sobre la tarima. Acaba con el mismo motivo
que la fuga del primer movimiento, dándole a la obra una estructura
circular.
Tras la pausa,
la orquesta interpretó la Novena Sinfonía de Dvorak. Al compositor checo le fue ofrecida la dirección del Conservatorio Nacional
de Música de América en 1891, así que se mudó allí. En 1893 ya tenía acabada
que sería una de sus más famosas obras, conocida como la del Nuevo mundo. Se estrenó en diciembre de ese mismo
año por la Filarmónica de Nueva York, bajo la batuta del húngaro Anton Sidl.
Es
imprescindible destacar la sonoridad que demostró la Rotterdam Philharmonic
durante toda la obra. Un sonido compacto, especialmente en la cuerda, y muy
bien proyectado, que llegó a cada rincón de la sala. Pese a que faltó precisión
en la entrada del segundo movimiento, la orquesta supo mostrar también su lado
cálido. Quizá se echó en falta algo más de pasión en ciertos momentos del
tercer y cuarto movimiento, donde se
mantuvo una masa sonora demasiado rígida y cuadriculada para lo que pedía el
carácter compositivo.
Hubo demasiado
amaneramiento en los rubatos por
parte del director, lo que hizo que en determinados puntos el sonido fuera algo
teatral y rebuscado sin necesidad, ya que la propia música hablaba por sí sola. Mención
especial al primer trompa, el español David
Fernández Alonso; la sección siempre sorprende para bien cuando está él
como líder.
*Crítica publicada también en Periodistas en Español.
*Crítica publicada también en Periodistas en Español.
DdA, XIV/3683
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