Las
elecciones a gobernadores en Venezuela fueron un verdadero cimbronazo
para las fuerzas de la derecha regional, que esperaban que se
refrendaran los resultados de las legislativas de 2015, donde la MUD
triunfó de forma contundente.
Nada
de eso sucedió: el chavismo ganó 18 gobernaciones de las 23 en juego,
sacando el 54 % a nivel nacional. La MUD apenas se impuso en 5, ganando
la mayoría de ellas Acción Democrática, del veterano cacique Ramos Allup.
Las fuerzas más radicales de la derecha, quienes encabezaron las
violentas protestas meses atrás, se quedaron con las manos vacías.
“¿Cómo
se explica que en la crisis económica, social y política en Venezuela
el oficialismo haya ganado la mayoría de las gobernaciones?” se preguntó
en Twitter la presentadora de CNN, Patricia Janiot, adversa al chavismo desde los tiempos del propio Chávez.
Esa es la pregunta que revolotea en la derecha regional: ¿cómo puede
“esta gente”, para ellos siempre inferior en cuanto a capacidades,
seguir ganando elecciones, incluso frente a la guerra económica que ha
provocado desabastecimiento y una enorme inflación? Posiblemente haya
que buscar explicaciones en el quiebre político que significó la
convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente: millones salieron a
votar para decirle no a las guarimbas, violentas movilizaciones de calle
que dejaron un centenar de muertos, varios de ellos incinerados por el
“pecado” de ser pobres y chavistas. Desde ese domingo electoral, la
violencia disminuyó notablemente, y la MUD aceptó la convocatoria a
elecciones regionales -diálogo mediante- realizando unas elecciones
primarias con magra participación, donde Allup comenzó a ganar la
interna de la derecha.
Pero además Janiot, al igual que centenares
de comunicadores a lo largo y ancho del continente, olvida un dato
adicional: el chavismo es una fuerza política que ha constituido un
verdadero nuevo paradigma en la política venezolana. Esto también puede
explicar, en parte, que pueda ganar una elección nacional en el marco de
una embestida internacional sin precedentes, con una inflación
galopante, desabastecimiento inducido, y con buena parte de los medios
de comunicación -internos y externos- en contra. El chavismo no solo ha
sobrevivido al fallecimiento de su propio líder, sino que cuando parecía
agonizante pateó el tablero, aprovechando los groseros errores de una
oposición verdaderamente amateur. Y de esa forma construye esta
victoria, que descoloca a aquellos que vaticinaban el derrumbe del
gobierno de Maduro hace apenas diez semanas.
Uno
de los datos más interesantes de la elección tiene que ver con la
aparición en escena de una nueva generación del PSUV. La llegada de Héctor Rodríguez
a la gobernación de Miranda oxigena al propio chavismo, demostrando que
es un proyecto político a largo plazo, que puede modificar su propio
discurso intentando interpelar nuevamente a sectores medios urbanos.
Dentro de la oposición hay grandes derrotados: los exgobernadores Capriles y Falcón, y el trío Guevara, López y Tintori,
quienes foguearon la calle meses atrás. Pero también un gran ganador:
el experimentado cacique Ramos Allup, quien con cuatro gobernaciones
para Acción Democrática se constituyente en un claro precandidato
presidencial para el 2018, posiblemente disputando la interna con Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional.
La
floja hipótesis de fraude queda desbaratada por el propio Capriles, que
al momento de escribir estas líneas aún no ha emitido posicionamiento
público.
La elección del pasado domingo demuestra, entonces,
varias cosas. En primer lugar que no es verdad aquella hipótesis de la
derecha venezolana sobre que “el 80 % quiere a Maduro fuera del poder”.
No por casualidad el gobierno adelantó de diciembre a octubre estas
regionales: tenía conocimiento de un voto condena a aquellos que
desestabilizaron el país por meses, de ahí que sus principales slogans
tuvieran que ver con la paz y la democracia. Además evidencia que los
votos a la oposición fueron a sus sectores menos radicalizados,
tendencia que tuvo lugar tanto en las primarias como en las generales.
Esto debería favorecer el diálogo, aislando a los sectores
radicalizados, que fueron castigados por el voto popular. Parece
abrirse, por tanto, un nuevo momento político en Venezuela, con un
gobierno consolidado desde lo institucional, pero que aún seguirá
afrontando grandes dificultades en lo económico, y una oposición que
deberá rearmarse si pretende disputar la elección presidencial que
tendrá lugar el año próximo.
- Juan Manuel Karg es politólogo UBA e investigador CCC.
- Artículo distribuido por ALAI
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