Es de agradecer a Javier Pérez de Albéniz este breve y emocionado obituario de Ricardo Cantalapiedra, que vivió, bebió y cantó por las esquinas de Malasaña cuando todos esperábamos más de todo esto que luego vino o sobrevino. Cantante y cronista de calle, el último artículo de Cantalapiedra en el diario El País data de 2O11 y versa sobre Francisco de Quevedo. Se conocía muy bien a los clásicos y Quevedo era uno de sus preferidos. Pepitos de ternera se titula este texto de Javier, por la dieta estricta que siguió Ricardo, que comía como un gorrión, hablaba como una cotorra y cantaba como un jilguero. Escucharlo es darle memoria en nuestro recuerdo:
Javier Pérez de Albéniz
Ha muerto Ricardo Cantalapiedra, periodista
callejero y cantante de boleros. Un tipo entrañable que conocía cada
rincón de Madrid, que cerró todos los bares de la ciudad y que escribió
perfiles memorables de sus habitantes. Ricardo era un reportero de otra
época, de otro mundo, de los de máquina de escribir y Mahou cinco
estrellas, capaz de utilizar las palabras perfectas para describir como
nadie a esos madrileños crápulas que salen de casa como los gatos: de
puntillas, cuando cae la noche.
Ricardo hacía la calle. Las esquinas de Malasaña
eran el hábitat de un hombre frágil y montaraz que saludaba con una gran
sonrisa y se despedía a la francesa. Un montón de huesos a punto de
desmoronarse, un amante de los clásicos del Siglo de Oro, un sabio culto
y discreto que pensaba que sabía porque bebía el vino de las tabernas.
Jamás hizo daño a nadie, envidió a nadie, habló mal de nadie.
Intentó convencerme muchas veces de que el mejor cantante de todos los tiempos era Antonio Machín, y de que Dylan había muerto en el accidente de moto del 66. No lo consiguió. Dulce como los Nicanores de Boñar, Ricardo comía como un gorrión, hablaba como una cotorra y cantaba como un jilguero: “Contigo aprendí /que existen nuevas y mejores emociones / Contigo aprendí / a conocer un mundo nuevo de ilusiones”.
¿La fórmula de su bondad, la esencia de su arte, la clave de su
talento? Toda su vida siguió una dieta estricta de pepitos de ternura.
DdA, XIV/3645
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