Luis Quiñones
Mi
generación contempló con estupor la Biblioteca Nacional de Sarajevo
convertirse en ruinas. Ocurrió el 24 de octubre de 1992. Esta joya
arquitectónica desapareció con sus tesoros, que no hubo tiempo de poner a
buen recaudo, como sí hizo el bueno de Tomás Navarro Tomás, cuando la
aviación sublevada, con aviones junker alemanes bombardeó la Biblioteca
Nacional de Madrid. Así empieza todo. Es importante quemar los libros
si lo que se quiere es contar la historia tal y como no
fue, borrar los testimonios, en definitiva. Observo con espanto el
conflicto, y mucho más cuando se asoma con violencia. Los políticos no
han sabido ganarse el sueldo: se han obstinado en sus puercos
nacionalismos de mierda. Otra vez la porquería insensata de las patrias,
las razas y las cagadas santas, la basura de los símbolos, la pureza.
Me produce asco, simplemente. Y más viniendo de una sociedad que
prejuzgaba culta, como es la catalana, que ha caído en la manipulación
sentimental. Los catalanes se darán de leches entre ellos, mientras los
molt honorables se piran con la pasta a Suiza, se la beben en los
lujosos puticlubs de Mónaco, al mismo tiempo que el burro catalán
rebuzna en la calle y los jalea, dejándose robar sus hospitales, su
trabajo y su educación pública (no por España, sino por los de siempre).
De rebuzno a rebuzno, la casposa España ultra, la que estaba calladita
viendo el fútbol en su puta casa sale a la calle, cuelga como espantajos
su otra bandera, su otra mierda, vamos, y vocifera contra el vecino. A
mí me enseñaron que ser de izquierdas era ser internacionalista, no un
mentecato con flequillo a lo jarrái que niega lo evidente y se envuelve
en una estola de butifarras paletas. ¿Qué constitución redactará con la
derecha rancia de su país una tía que sale en la tele y dice "aiga"? Lo
he visto con mis propios ojos y escuchado con mis propios oídos. Cuando
unos generalizan me dan asco, y cuando los otros lo hacen, también. Me
excluyo de ambos. Es fácil manipular y lo han hecho como siempre. Solo
espero que no se añada un capítulo más al libro de las ignominias, cuyos
responsables serán unos políticos tan zafios como esa masa de
descerebrados que, a lo Millán Astray, han decidido enterrar una vez más
la inteligencia y la democracia que tanto dicen defender los unos y los
otros.
DdA, XIV/3648
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