El periodista Ilya Ehrenburg narraba una conversación con Antonio Machado
en Barcelona en diciembre de 1938 cuando el poeta marchaba hacia su
exilio de Colliure: “Para los estrategas, los políticos e historiadores
todo estará claro: hemos perdido la guerra. Humanamente hablado, yo no
estoy tan seguro, quizá la hemos ganado”. El referéndum planteado por el
independentismo está siendo derrotado por medio de la ley y la
represión. No hay duda ni debate posible. Es un hecho. Sin embargo,
moralmente están venciendo la batalla.
Antonio Maestre
Es
domingo y el Mercat de Sant Antoni de Barcelona bulle de gente
olisqueando entre los libros de segunda mano, cómics añejos y
parafernalia de coleccionista. Todo el mundo absorto en sus pesquisas
para encontrar algún viejo libro descatalogado cuando un hombre aparece
enarbolando una gran bandera de España con tremendo estropicio. Su
libertad nadie la vulnera, el hombre se pasea entre todos sin que nadie
le censure su forma de expresarse. Sin embargo, acude a cada columna
donde hay un cartel a favor del referéndum o pidiendo ‘democràcia’ para
arrancarlo, romperlo y tirarlo a la basura. La libertad que quiere para
sí se la niega al disidente. Esa es la patria que todos tenemos que
combatir. La que creó el mito de las dos Españas, la de
una nación auténtica, que brotó de los militares del 36 y que se
contrapone a una Antiespaña hereje, separatista, marxista y laica que
hay que aplastar.
La movilización independentista en
Cataluña está aflorando el sentimiento más primitivo de todos aquellos
ciudadanos imbuidos por el franquismo sociológico.
El Gobierno y el aparato del Estado están aplastando de forma brillante
el referéndum, utilizando todos los resortes de coerción que la ley les
permite, y eso está enardeciendo a las masas tocadas por la vara del
fascio y a las que les pone la implantación de la bota sobre el cuello
del diferente. Los más radicales contra los independentistas no se
conforman y braman para que la represión sea total contra la Antiespaña.
Una multitud de ciudadanos acude a la comandancia de la Guardia Civil
junto a la subdelegada del gobierno en Huelva, Asunción
Gravalos. La comitiva de la benemérita es despedida con soflamas contra
los catalanes. “A por ellos”, les cantan. Dadles palos hasta que se les
quiten las ideas de irse de nuestra España. La única y verdadera. La
escena se repite en Castellón, Cádiz, Guadalajara, León. Un a por ellos
que es un a por nosotros.
El periodista Ilya Ehrenburg narraba una conversación con Antonio Machado
en Barcelona en diciembre de 1938 cuando el poeta marchaba hacia su
exilio de Colliure: “Para los estrategas, los políticos e historiadores
todo estará claro: hemos perdido la guerra. Humanamente hablado, yo no
estoy tan seguro, quizá la hemos ganado”. El referéndum planteado por el
independentismo está siendo derrotado por medio de la ley y la
represión. No hay duda ni debate posible. Es un hecho. Sin embargo,
moralmente están venciendo la batalla. Porque la ilegalidad del
referéndum del procés se está legitimando con la violencia del
Estado, una posición que también defiende el cronista Martín Caparrós en
un reciente artículo en The New York Times.
Esa España con alma de maltratador
Existe una actitud paradójica en la
caterva de espécimenes más radicales contra la independencia, la de
aquellos que espuman por la única e indivisible soberanía nacional, que
braman contra los separatistas insultando a Cataluña y todo lo que suene
a catalán. No soportan la idea de una España partida pero no les
importa tenerla unida en contra de la voluntad de sus partes.
Porque es cierto que existe esa “puta España” a la que apelaba Rubianes,
aquella a la que pertenecen los que se den por aludidos por este
artículo, los que más ruido hacen, la más intolerante y despreciable que
funciona con la psicología de un maltratador. Quieren mantener junto a
ellos a una parte importante de la población sometida, humillada y
oprimida. No quieren dejarla ir, pero lo único que hacen para mantenerla
a su vera es aplastar su voluntad. En definitiva, una posición política
sádica que utiliza la represión como único elemento para doblegar los
anhelos totalmente legítimos de una parte importante de la población.
“Se ha hablado de catalanes y vascos,
llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden
decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo [Plá y Deniel], que lo
quiera o no es catalán, nacido en Barcelona, para enseñaros la doctrina
cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi
vida enseñándoos la lengua española que no sabéis. Ese sí es mi Imperio,
el de la lengua española”
Miguel de Unamuno decía estas palabras el
día de la raza de 1936 frente a un tropel de fascistas. Aquellas
palabras que ponían frente a un espejo a ese fulano patrio eran las del
venceréis, pero no convenceréis. Unamuno no sabía entonces que no tenían
ninguna intención de hacerlo, porque su único cometido era la
eliminación total de esa parte de la población a la que llamaban
Antiespaña. Ese espíritu que está asomando estos días contra Cataluña no
se ha visto contrariado por esos partidos que dicen llamarse
constitucionalistas. El PP lo ampara, Ciudadanos participa de él y el
“izquierdista” Pedro Sánchez guarda un perfil bajo silente y vergonzoso cuando la serpiente empieza a resquebrajar el huevo en el que se mantenía hibernada.
La España diversa
Existen momentos en el que la reacción
desproporcionada ante una postura no compartida te empuja a defender
posiciones que no son las tuyas. La España diversa que esté lejos de los
independentistas, de los burgueses del PdCAT que votaban junto al PP contra los estibadores, o de los antisistema (a mucha honra) de la CUP, tiene que abandonar sus reservas ante el procés
cuando el fascismo de la peor condición empieza a aflorar en diversas
capitales españolas legitimado por la actitud represiva del estado. El 2
de octubre solo importará el relato construido durante estos
tumultuosos días. El discurso mayoritario y predominante que se está
imponiendo en la opinión pública es el de la algarabía por la reacción
represiva contra todo aquel que participe en el referéndum. Una
respuesta desproporcionada que con el paso de los días está situando el
marco del disidente en el antifascismo.
No están dejando otra salida aceptable para aquellos que antes recibían el calificativo de equidistante.
El referéndum del 1 de octubre ya está en otra pantalla de realidad.
Ese escenario ha quedado superado y ahora solo importa el
establecimiento de puentes entre la España tolerante que respeta el
sentimiento personal de cada ciudadano con la Cataluña que quiere
expresarse libremente. Y esperar que de forma voluntaria decidan
permanecer junto a nosotros. Que somos ellos. Porque solo construyendo
un país que respete al conjunto de sus ciudadanos se conseguirá que
todos lo sientan como propio. Un hogar compartido.
Respondía José María Queipo de Llano y
Ruiz de Sarabia en el siglo XIX a una soflama sobre la aniquilación de
la antiespaña que “la historia enseñaba que las guerras siempre habían
concluido por transacción, aun venciendo”. Algunos jamás comprenderán
que mediante la sumisión y el aplastamiento no conseguirán que los
catalanes quieran permanecer en este país, su España no es la de la
buena gente. Los que de verdad quieren a Cataluña y su pueblo lo quieren
libre y voluntariamente junto a ellos. De los españoles honrados y
solidarios que respetan la diversidad depende rechazar a esa España con
alma de maltratador que habla de los catalanes como “ellos”, con odio,
como si no fueran de los nuestros.
La Marea / DdA, XIV/3649
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