Félix Población
Por longevidad
y conocimiento, nadie mejor que José Manuel Caballero Bonald (1926) para
abordar y llevar a cabo con solvencia literaria y relación personal lo que él mismo califica de centón
de escritores y artistas hispánicos. El autor nos aclara que algunas de las
semblanzas que aparecen en este libro ya fueron esbozadas en su día en “La
novela de la memoria” y en “Oficio de lector”.
También hace
constar el excelente poeta y escritor gaditano que en estos retratos no ha
tratado de ser lisonjero, ni tampoco desapacible, aunque en ocasiones se pueda
haber dejado llevar por alguna mordacidad. Para su objetivo dice haberse valido
propiamente de unas pinceladas de índole retórica, “pensando sobre todo
en que se trataba de unos textos de muy preciso acomodo en las márgenes de la
literatura”. Caballero hace en cada caso una somera y primera descripción de la
personalidad de los retratados, que para quienes hemos tratado a algunos de
ellos es muy cabal y certera. A continuación, pasa a analizar lo más
interesante de la obra de cada cual, sea en el terreno literario, en el
artístico o el musical, pues a más de una mayoría de escritores y poetas también
se incluyen cantaores como Antonio Mairena, cineastas como Juan Antonio Bardem,
guitarristas como Paco de Lucía o pintores como Miró, Antonio López o
José Caballero. Incluso figura Alfonso Guerra, en su calidad de joven promotor
teatral y memorialista septuagenario.
Ha prescindido
el autor de todos aquellos artistas y escritores pertenecientes a generaciones
posteriores a la suya, por lo que en el inventario se incluyen hasta cinco
grupos generacionales, que van desde el 98 al 50, pasando por los del 14,
27 y 36. En cuanto a la extensión con la que trata a cada uno, va de las tres
páginas a las ocho, sin que el hecho de que sea mayor o menor se corresponda
con la relevancia que Caballero otorga a cada retratado, sino más bien
con la capacidad expansiva de la memoria o con un simple capricho interpuesto.
Después de
Baroja y Azorín, por cuya respectiva literatura no siente Caballero Bonald
simpatía alguna, se ocupa de Bergamín, León Felipe, Américo Castro y Carles
Riba, a quien considera una de las cumbres de la poesía catalana del siglo XX.
Siguen a esa lista los nombres y las obras de Jorge y Nicolás Guillén, Max Aub,
Dámaso Alonso, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Borges, Alejo
Carpentier, Cortázar o García Márquez, entre otros. Sobre todos hace
puntualizaciones críticas muy atinadas que dan a cada semblanza un perfil
sumamente valioso para aquilatar su lugar en las historia de la literatura en
español.
Con ser los de
los escritores y poetas perfiles interesantes, tanto por la precisa y excelente
prosa que caracteriza al autor como por su penetrante capacidad de análisis para
discernir la paja del trigo, lo que más puede sorprender gratamente al lector
que desconozca la obra de Caballero es su capacidad para glosar la impronta de
los cantaores flamencos. En ese sentido son admirables las semblanzas de
Pastora Pavón, la Niña de los Peines, Antonio Mairena o Manuel Agujetas. No me resisto
a citar el encabezamiento con el que Caballero Bonald abre este último retrato:
“No sabía qué edad tenía ni dónde había nacido, aunque podía calcularlo por
tanteos instintivos. Tampoco sabía leer: decía que los cantaores que saben leer
pierden pronunciación. Manuel de los Santos, Manuel Agujetas, era un primitivo
oriundo de la caverna bajoandaluza, un analfabeto iluminado por los vislumbres
de la cultura de la sangre”.
En esa línea
también están las semblanzas del bailaor Antonio Gades y el
guitarrista Paco de Lucía, del que dice que su manera de tocar la guitarra fue
su forma de exteriorizar la intimidad. Especialmente acertadas para quien esto
escribe, por haberlos conocido en vida, son los retratos de Dámaso Alonso,
el lingüista Emilio Alarcos, los escritores Francisco Umbral y Torrente
Ballester, y el del poeta Ángel González, a las que añado muy especialmente
el de mi admirado Emilio Lledó.
Examen de
ingenios
J.M. Caballero
Bonald
Seix Barral,
2017
462 Pags.*Artículo publicado en el número de septiembre de Quimera, revista de literatura.
DdA, XIV/3626
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