Han pasado algo más de diez años desde que se tomara esta imagen. Corresponde al año (2007) en que Alberto Contador ganó su primer Tour de Francia en la meta de París. Con ese motivo escribí el artículo que sigue en este DdA. Ayer subió Contador a la última cima de su carrera ciclista con un triunfo en una de las cumbres más duras de los circuitos internacionales: el alto del Angliru, en Asturias. Sabía que era su última etapa para refrendar -antes de su retirada- uno de las biografías sobre la bicicleta más brillantes del deporte español. En su palmarés, Contador ha logrado hasta ayer un total de 67 victorias. Entre ellas, siete grandes vueltas: Giro de Italia 2008 y 2015, Tour de Francia 2007 y 2009 y Vuelta a España 2008, 2012 y 2014. Es el primer corredor español que ha conseguido ganar Giro de Italia, Tour de Francia y Vuelta a España, algo que sólo han logrado los franceses Jacques Anquetil y Bernard Hinault, los italianos Felice Gimondi y Vincenzo Nibali, y el belga Eddy Merckx. En el Angliru ayer hizo lo que se esperaba de él: ganar esa espectacular etapa en buena lid y con autoridad, nueve años después de haberlo conseguido por primera vez. Sin las adversas circunstancias de la etapa de Andorra, es seguro que hubiera podido pelear Alberto con Froome por la victoria hoy en la Vuelta a España. Como él tras Indurain, otros ciclistas habrá en el porvenir que sigan el vigor, el pundonor y la espectacular acometida de su pedalada. Muy posiblemente, Enric Mas. Las generaciones se suceden y el ciclismo sigue convocando a sus aficionados entusiastas en rampas tan espectaculares como las del Angliru, que ayer dieron una vez más a este deporte otro más de sus inolvidables capítulos con la victoria en la cima de quien con todo merecimiento se la ha ganado al término de su brillante currículum profesional.
Félix Población
Cuentan
quienes los conocen y tratan a los ciclistas a fondo a lo largo de su
vida deportiva que quienes se suben a una bici por amor al viento y al
esforzado equilibrio de las serpenteadas pendientes, que quienes hacen
del pedal una asignatura de autoexigencia por dominar el crono o el
convulsivo zigzagueo del sprint en las vertiginosas rectas de meta, son buena gente.
Yo siempre lo he creído a pies juntillas, por más que en el mundo de la
alta competición, en el que la vocación de corredor está obligadamente
inscrita, algunos indeseables pretendan y consigan con preocupante
frecuencia enlodar el currículo de entusiasmo de quienes se baten
durante miles de kilómetros de entrenamiento teniendo como único aliado
el sudor y la energía que les dan su pundonor y aptitud.
Cuando
Alberto Contador tenía doce años, Miguel Indurain ganó su último Tour.
Por ese tiempo, como ahora, el ciclista de Pinto veraneaba en una
localidad pacense que lleva por curioso nombre el de Barcarrota, de la
que proceden sus padres. Allí sigue residiendo el abuelo del
corredor, que ayer se asomó a los telediarios para contarnos que lo del
pedal le viene al chico de parte suya, cuando con una bici que pesaba más que él le inculcó la afición a la escalada por las sierras del entorno.
Puede que esas aceleraciones en seco con las que nos obsequió y
sorprendió el ciclista por las rampas pirenaicas sean el fruto de esa
temprana siembra vocacional, cuando sin duda para el pequeño Alberto la
figura del maestro Indurain ocupaba de lleno el impulso de cada
pedalada.
Alberto Contador acaba de ganar la última
edición del Tour, manchada -como las últimas- de casos deplorables de
dopaje que han ensuciado el propósito de saneamiento que este año se
habían propuesto los promotores de la carrera para recuperar el
prestigio perdido. A pesar de esas máculas, es tal la
institucionalización del Tour en Francia y su afincamiento en la
expectación popular que nada es capaz de contrarrestarlas, como hemos
tenido oportunidad de comprobar con el sonido de ese aliento espontáneo y
efusivo que nos llegaba desde las cunetas a través de las transmisiones
audiovisuales.
En muchos de quienes lo
contemplamos al pie del asfalto o apegados a las imágenes televisadas,
el ciclismo es ante todo y sobre todo el contenido de ese ánimo. Lo
sienten no sólo quienes han comprobado la fuerza y los arrestos
necesarios para pedalear en pos de un objetivo, sino los que son capaces
de admirar el tenso dibujo de la combatividad en los músculos y en el
rostro de los corredores durante los tránsitos de máxima pugna.
Después, como Contador ayer en el podium de París, la
deformidad de esa máscara viva surcada por las arrugas de la ímproba
acometividad deja paso al rostro de un niño, sonriente y algo perplejo
ante la realidad de haber conseguido la meta de un sueño. Es de
esperar que nada ni nadie ensombrezcan a posteriori la certidumbre de
esa expresión. Es muy probable que los ojos del ciclista avistaran en
esa feliz circunstancia dos recuerdos sin cuya memoria no hubiera sido
posible su triunfo: el del abuelo de Barcarrota, que lo puso a correr en
pos de ese sueño, y el del maestro Indurain, que no dejó de empujarle
desde las carreteras de Francia con el esforzado ejemplo de los sueños
cumplidos.
RedDiario
Entrevista
ME PREOCUPA LO QUE ME ESPERA
P. Para una familia como la suya, de currantes, esto supone poco menos que arreglarles la vida, ¿no?
R. ¡Espera que firme el nuevo contrato y verás! Espero darle a mi familia lo mejor, se lo merece. Mi padre tuvo que dejar de trabajar para cuidar a mi hermano (sufre parálisis cerebral) . Hicimos cuentas y nos salía más rentable, porque así también me ayuda a entrenarme. Coge el R-5 y me acompaña.
R. ¡Espera que firme el nuevo contrato y verás! Espero darle a mi familia lo mejor, se lo merece. Mi padre tuvo que dejar de trabajar para cuidar a mi hermano (sufre parálisis cerebral) . Hicimos cuentas y nos salía más rentable, porque así también me ayuda a entrenarme. Coge el R-5 y me acompaña.
Diario El País.
DdA, XIV/3631
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