Ana Cuevas
Es
un chorreo incesante de vidas humanas. Mujeres, hombres y criaturas que
están huyendo de esos mismos asesinos que aquí tanto tememos. Que
emplean sus escasos recursos en pagar a mafias que se enriquecen con la
guerra intentando escapar del horror y de la muerte. Para encontrarse
con ella en mitad del mar. Pasto para los peces. Cientos, miles de
cadáveres que nunca serán recuperados. Muertos anónimos,
insignificantes pese a tener nombres, una historia, sueños, una
familia... Muertos que apenas incomodan a nuestra negra Europa.
Porque
lo peor no es que se ahoguen intentando arribar a nuestras costas. Lo
peor, lo que más temen los mandamases de la UE, es que lleguen vivos.
Entonces sí que se convierten en un problema. Una cosa es lo que dictan
todos los tratados sobre derechos humanos y otra, muy distinta, la
xenofobia populista que suma votos. Europa actúa como actúa porque gran
parte de su población, amargada y frustrada por los vaivenes del
capitalismo, ha vendido su alma y sus ideales democráticos. Gran parte
de la sociedad vive en una ambivalencia moral difícil de justificar.
Mientras se compadecen, aparentemente, de las víctimas de esta
catástrofe, piden a sus líderes que les cierren las fronteras. Que no
gasten un solo euro en su salvamento y posterior supervivencia.
Digamos
que el miedo nos vuelve anti-empáticos. Miedo a tener que repartir con
los refugiados las migajas que nos lanza el estado en nombre de una
presunta sociedad de bienestar. ¿Acaso no hay partidas de las que se
podría sacar mucho dinero para paliar esta emergencia humanitaria? Así,
de golpe, se me ocurre que los más de 13.000 millones de euros que cada
año inyecta nuestro estado a la iglesia católica podrían tener un fin
mucho más cristiano y coherente. Con ese pastizal sobraría de lejos para
hacernos cargo de la cuota de refugiados que nos habíamos comprometido
acoger y aún sobraría un montón que podría ser destinado a las
necesidades más perentorias de la ciudadanía. ¿Qué diría de esto
Jesucristo?
Es cuestión de saber por donde se debe meter la
tijera a la hora de recortar. Y un mínimo de decencia y visión de
futuro. Tener una respuesta solidaria al problema de los refugiados
rompería con la tendencia actual de confrontación entre los pueblos,
entre las culturas y las religiones.¡ Primero los seres humanos! debería
ser nuestra máxima y más con una profusa historia de genocidios y
migraciones forzosas como la que arrastramos los pueblos europeos.
Pero
la inteligencia europea anda algo abotargada y desestima organizar una
operación de salvamento marítimo. ¡Tampoco vamos a facilitarles las
cosas!. Luego criticaremos que caigan en manos de mafias sin escrúpulos.
Perdón, ¿escrúpulos? De eso tampoco gastan mucho algunos de nuestros
mandamases.
Como el cachondo de Zoido, que vino a decir que
rescatar a los que se ahogan está mal, muy mal, porque otros se pueden
animar a vivir esa fantástica aventura con final feliz en un
dantesco campo de refugiados. Más o menos. Resulta que toda la gente
que, de forma altruista se juega la vida para salvar la de otros son
gentuza que solo sirven para amplificar el efecto llamada. Conozco
personalmente alguna de esas personas criminalmente solidarias. Se van
en sus vacaciones o pidiendo una excedencia. Se pagan su propio viaje y
su manutención. Y cada criatura, cada mujer, cada hombre arrebatados a
la muerte suponen la mejor de las recompensas que pueden recibir. ¡Son
escoria!
En un mundo distópico , al menos para mí, son
simplemente héroes y heroínas. Para el ministro, poco más que villanos.
Aunque no hay duda de que los voluntarios y el señor ministro juegan en
ligas diferentes. No hay color, señor Zoido. Y no solo por la categoría
humana, que en su caso brilla por su ausencia. Es que hay que ser muy
burro para revertir la carga de la prueba sobre otros cuando se tiene la
pistola humeante en la propia mano. Esa pasividad cínica es la pistola.
Además
los que manejan el cotarro deberían empezar a valorar que vivimos una
situación geopolítica y medio ambiental muy convulsa que, a medio plazo,
pueden provocar oleadas migratorias que no podrán ser contenidas con
ningún muro.
Pensar con el corazón no es una entelequia
buenista. Es la única posibilidad de contrarrestar los brutales cambios
que se avecinan. Sentir como un solo género humano. Ser solidarios, por
pura supervivencia de la especie. Sentido común contra política de
vísceras.
Por mi parte quiero darle un buen tirón de orejas,
metafórico se entiende, al bueno de Zoido. Si no piensan hacer nada, por
lo menos, ¡cállese la boca! ¡Tenga un poco de vergüenza!
Aunque ya
se que, ser así de chungo, tiene mucho tirón en la Europa de hoy en
día. No hay mas que ver la deriva xenófoba que están tomando la mayoría
de sus estados. Y en EEUU, ni te cuento. De momento, la estulticia sigue
ganando por manifiesta goleada.
¿La conciencia? O está muerta o totalmente amurallada.
DdA, XIV/3581
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