El titular de la entrevista con el director de la revista mensual El viejo topo, que este año cumplió cuatro décadas a lo largo de sus varios periodos de publicación, es muy apropiado para seguir apostando por medios que como este nacieron con ese loable objetivo. Una revista con tan dilatado historial, que se mantiene en los quioscos y librerías a pesar de la creciente desaparición de otras publicaciones en papel, debería haber merecido mayor atención por parte de los medios. No ha sido así. La interviú con Miguel Riera se publicó recientemente en Viento Sur.
Víctor Atobas: Muy buenas, Miguel. Muchas gracias por la entrevista. ¿Podrías comentarnos, brevemente, cómo fue el nacimiento de El Viejo Topo y su posterior evolución?
Miguel Riera: Nació en una época en que las generaciones más
jóvenes rebosaban creatividad y espíritu de lucha. Estábamos ante un
cambio de época que se presumía rápido –también ahora estamos en un
cambio de época, aunque más lento– y muchos creíamos que había llegado
la hora de la revolución y el socialismo. Evidentemente éramos ingenuos,
pero esa ingenuidad nos ayudó a diseñar una revista que tuvo alguna
importancia, al menos eso me gusta creer.
La primera idea fue hacer una publicación semanal en papel del
periódico, pero por suerte para nosotros el Ministerio no nos lo
permitió, nos fijó un precio alto de venta lo cual nos obligó a
convertirla en mensual y para justificar el precio le pusimos colorines.
Fue todo un éxito.
Inicialmente quisimos hacer una revista en la que las distintas
izquierdas pudieran dialogar, cosa que pienso que se consiguió.
Posteriormente ha ido evolucionando hasta ser una publicación de
pensamiento crítico que invita permanentemente a la reflexión, incluso
yendo muchas veces a contracorriente de las ideas imperantes en la
izquierda.
V. A.: El Viejo Topo ha anticipado debates y ha funcionado
también como “termómetro para conocer el grado de movilización de la
ciudadanía”. ¿Cómo se articulan el debate y la producción de los
intelectuales que participan en la revista con la práctica y la protesta
social?
M. R.: La mayor parte de los que colaboran o han colaborado en
la revista participan o han participado en plataformas, movimientos o
partidos. Muchos están implicados en luchas sociales, incluidos los que
ya tienen cierta edad. Viejos militantes de lo social, que siguen
activos. Dada la naturaleza de la revista y el tono de sus artículos,
los jóvenes no abundan en nuestro entorno inmediato, pero los
encontramos en la acción.
Por otra parte, tanto en la revista como en algunos de nuestros libros tratamos de acompañar a los movimientos.
V. A.: Hay quien dice que los libros y las revistas críticas,
en la actualidad, no cuentan con gran capacidad de influencia porque el
“poder”, la trama, puede tolerar e integrar la disidencia… un ejemplo
sería la “contracultura” de los 60 y 70 que acabó siendo integrada en
cierta medida. ¿Crees que esto es lo que trató de hacer Miguel Barroso
con El Viejo Topo? ¿Cómo os habéis relacionado con las instituciones y
con las empresas que se publicitan para escapar de esa integración?
M. R.: Creo que Miguel Barroso se dio cuenta rápidamente de
que el PSOE iba a alcanzar el poder, y pensó que la revista podía
acompañarlo en su carrera hacia la cúspide. Hay que decir que en aquella
época muchos creyeron que podían cambiar las cosas desde las
instituciones, no pensaron que las instituciones iban a cambiarlos a
ellos.
En la revista no hemos mantenido relaciones personales con los
colaboradores que se han integrado en el sistema. Por cierto, ellos
tampoco han tenido ningún interés en mantener una relación con nosotros.
Hemos tenido colaboradores y amigos que han alcanzado cargos del nivel
de ministro, director general, presidente autonómico, etc., pero nos
hemos olvidado los unos de los otros.
Desde hace unos años no insertamos publicidad de pago, de modo que en ese aspecto tampoco debemos nada a nadie.
V. A.: Vuestra publicación se ha caracterizado por impulsar el
debate entre distintas tradiciones de la izquierda. ¿Cómo lograsteis
que alguna de dichas corrientes no acabara desplazando a otras en las
páginas de El Viejo Topo?
M. R.: Porque las personas que lo iniciamos tuvimos claro que
debíamos aparcar nuestras propias opiniones, creencias, ideología, etc. a
favor de la pluralidad. Eso se ha mantenido hasta hoy. Aunque hoy, al
haber más medios en los que publicar, es posible observar cierta
homogeneización ideológica en muchas publicaciones, incluidas las
alternativas.
V. A.: Alguna vez has comentado que competíais con la revista Ajoblanco ¿Cómo habéis vivido ese tipo de competencia con medios con los que tenías tanto en común?
M. R.: Quizá me he explicado mal. Me refería probablemente a competencia comercial, pero éramos revistas muy distintas. Ajoblanco
ha pasado por distintas etapas ideológicamente muy alejadas: por
ejemplo, ha sido radicalmente anarquista para luego apoyar decididamente
a Pasqual Maragall. Aunque todos hemos experimentado cambios, creo que
los vaivenes de Ajoblanco han sido más radicales. Nosotros no lo
hemos visto como competencia en el sentido de la pregunta: hemos hecho
lo que hemos podido hacer, sin pensar en otros medios.
V. A.: Actualmente apenas se lee en papel, el mundo editorial
está viviendo épocas muy duras. ¿Cómo te imaginas el futuro del sector?
¿Se acabará imponiendo el modelo de textos muy breves, debido a que la
gente “ya no lee”?
M. R.: La verdad, estoy francamente preocupado por esa
cuestión, y no tengo claro qué nos depara en ese sentido el futuro. Yo
creo que lo que se está perdiendo en esta era de la hiperconectividad es
la voluntad de reflexión. Es decir, tenemos la posibilidad de saber lo
que pasa mucho mejor y más rápidamente que antes, de hacernos una
composición de lugar frente a cualquier hecho político o cultural, pero
permanecemos ajenos a las claves, a las razones de fondo que están
detrás de los acontecimientos. Nos basta con la superficie de las cosas.
Estamos dejando de leer libros, y eso es concederle al sistema la
victoria. Lo estamos viendo día a día.
V. A.: Te has manifestado en contra del proceso
independentista de Catalunya. ¿Acaso no era éste, junto con Podemos, uno
de los problemas que más preocupaban a la trama del régimen del 78?
M. R.: No creo que en el 78 eso preocupara demasiado, salvo al
Ejército, siempre tan celoso, tan rígido al hablar de la unidad de
España. Pero en el 78 el independentismo era muy minoritario, y cuando
se hablaba de nación catalana la mayor parte entendíamos ese concepto en
el sentido de nación cultural. Incluso cuando Pujol hablaba de
“construcción nacional” creíamos que lo hacía en ese sentido. Luego se
ha visto que desde el principio Convergència trazó una estrategia que
condujera a largo plazo a la independencia.
Efectivamente yo no soy independentista, entre otras cosas porque
pienso que alcanzar esa independencia en la Europa de hoy es imposible, y
la lucha por obtenerla enmascara la realidad social y nos distrae de
los problemas verdaderamente importantes.
V. A.: Te has referido en algunas ocasiones a que cuando algún
colaborador de la revista o algún conocido tuyo acceden a algún cargo
público, entonces dejas de tener relación con ellos. ¿Podrías hablarnos
acerca de esto?
M. R.: Ya he hablado antes de eso. En todo caso añadiré que
nunca, nunca, nunca, cuando los excolaboradores han estado en cargos
institucionales, nos han obsequiado, por ejemplo, con publicidad
institucional, compra de ejemplares, o cualquier otro tipo de ayuda. Eso
me ha extrañado, la verdad, porque uno creía ingenuamente que quienes
estaban en la revista creían que era algo lo bastante importante como
para que sobreviviera, y no un trampolín más en sus carreras. Pero así
son las cosas. Nosotros no nos hemos dirigido a nadie, eso también es
verdad, para no contraer deudas.
V. A.: ¿Cómo entiendes el auge de la extrema derecha en muchos
de los países de la Unión Europea? ¿Compartes la idea de que vamos a
vivir una gran batalla entre los populismos de derecha y los de
izquierda?
M. R.: No sé si se puede hablar de auge de la extrema
derecha. Creo que siempre ha estado ahí, menos visible, ciertamente,
incorporada discretamente en los partidos de derecha, pero ahora, con la
crisis económica y la humanitaria derivada de la inmigración, se ha
quitado la máscara. No me atrevo tampoco a pronosticar el triunfo del
populismo, de derechas o de izquierdas. El de derechas triunfará si el
capital necesita que alguien le haga el trabajo sucio. Y el de izquierda
tiene como enemigo eso que se ha denominado la trama, que tiene un
poder inmenso y que controla televisión y prensa. Además, la izquierda
“tradicional” parece algo desnortada, al menos en estos momentos, en
Europa y en España. Lo que está claro es que sin lucha no hay avance,
así que lo mejor es ponerse las pilas y dar caña.
DdA, XIV/3557
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