Comparto el sentimiento de cuantos lamentan la muerte ayer en Marrakech de Juan Goytisolo a los 86 años de edad y también los elogios a quien ha dejado una notable e incuestionable obra literaria y periodística a través de excelentes crónicas y reportajes. Como el gobierno español concedió hace tres años el Premio Cervantes a este autor, lo primero que hizo este Lazarillo nada más saber la noticia de su fallecimiento fue leer otra vez el texto del discurso que Goytisolo pronunció en Alcalá de Henares el día de la entrega del citado premio. El Diario calificó esa alocución como discurso indignado y consignó literalmente una de sus frases en alusión al naciente partido de Pablo Iglesias: Digamos bien alto que podemos. Otras frases no menos significativas encontramos en ese texto: Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad y lo ilusorio de nuestras
vidas, esa "exquisita mierda de la gloria" de la que habla Gabriel
García Márquez al referirse a las hazañas inútiles del coronel Aureliano
Buendía y de los sufridos luchadores de Macondo.También llaman la atención los párrafos dedicados a la crisis económica, política y social que vive nuestro país: El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis
política, crisis social. Según las estadísticas que tengo a mano, más
del 20% de los niños de nuestra Marca España vive hoy bajo el umbral de
la pobreza, una cifra con todo inferior a la del nivel del paro. Las
razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas
sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al
servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento
contestatario de esta en el ámbito de la escritura. Encajar la trama
novelesca en el molde de unas formas reiteradas hasta la saciedad
condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la encrucijada,
Cervantes nos muestra el camino. Expongo a la consideración de los lectores de este modesto Diario el artículo que el escritor santanderino Fernando Llorente publicó hace años en El diario montañés con relación a la actitud de Juan Goytisolo y el contencioso de los territorios ocupados por Marruecos en el Sahara Occidental bajo el titular ¿Marrakech bien vale un pueblo?, del que entresaco la parte final:
¿Marrakech bien vale un pueblo?
"Desde 1996 el lugar de residencia habitual de Juan
Goytisolo es Marrakech, una hermosa, cultural y divertida ciudad de
Marruecos, que ofrece atractivos añadidos a según que tipo de
personajes, sean turistas o residentes. Desde esa ciudad Juan Goytisolo
ha lanzado con frecuencia su pluma acusadora a cuantos gobiernos, o no
son democráticos y se imponen a sus pueblos por la fuerza y el terror, o
bien, siendo democráticos, pretenden imponer a aquellos la democracia
por la fuerza y el terror. O sea, que la pluma de Juan Goytisolo, mojada
en la tinta de la santa indignación, ha venido fustigando a los
gobiernos más rastreros y también a los más encumbrados. Sin embargo,
siempre ha pasado de puntillas -las pocas veces que ha pasado- por las
atrocidades que, desde hace 34 años, acomete sin descanso contra el
pueblo saharuai el gobierno del país en el que transcurren sus días de
trabajo y placeres: Marruecos, en manos de una Monarquía que el último
día de octubre de 1975, con la ayuda incondicional del último gobierno
de la Dictadura franquista, invadió y ocupó, con la fuerza y el terror,
el Sahara Occidental, dedicándose con tanto entusiasmo como crueldad a
expoliar sus recursos y a arrojar a los arrabales de la historia a un
pueblo, el saharaui, condenándolo a un éxodo que sembró de muertos el
desierto; a una guerra, que no perdió; a un refugio inhumano en la
hamada argelina, que dura 34 años, y a una separación de familias por un
muro que los ejércitos marroquíes levantaron a lo largo de 2700 kms.,
del norte al sur del Sahara Occidental.
Juan Goytisolo sabe esto, como también sabe que, desde el
mismo día de la invasión, son cientos los saharauis desaparecidos y
miles los sometidos a juicios sumarísimos sin garantías ni procesales ni
jurídicas, excusas para encerrarles en cárceles secretas del Sahara
Occidental y de Marruecos, donde son torturados, decenas de ellos hasta
la muerte. Y sabe Juan Goytisolo que esa empresa exterminadora no ha
cesado a día de hoy, sin que su elevada -y alabada- pluma, justiciera
más que justa, se haya dignado trazar siquiera un garabato de denuncia.
No ha tenido el escritor el coraje de visitar ni los campos de
refugiados ni los territorios ocupados saharauis, que no son "la
provincia del Sur de Marruecos", como le gustaría al rey alauita, pues
de su sueño expansionista ya le despertó el dictamen emitido en el mes
de mayo de 1975 por el Tribunal Internacional de Justicia, cuando, a
consulta de Hassan II, negó cualquier veleidad soberanista de Marruecos
sobre el pueblo saharaui. No deja de saber Juan Goytisolo que el Sahara
Occidental es un territorio no autónomo, que está a la espera de que la
ONU haga cumplir la legalidad internacional vigente en materia de
descolonización, que prescribe la celebración de un referéndum de
autodeterminación, tal como la ONU requirió en 1963 al gobierno de
España, entonces dictatorial, que hizo oídos sordos, patología
transmitida a los gobiernos democráticos de España, que se han venido
turnando desde hace 34 años.
Todo eso, y mucho más, sabe Juan Goytisolo, y lo sabría
con más fundamento si, en lugar de contribuir al silencio informativo,
desde su autoridad intelectual reconociera al Gobierno de la RASD
(República Árabe Saharaui Democrática), y visitara los territorios
ocupados del Sahara Occidental para ver y escuchar a los activistas
saharauis de Derechos Humanos, sistemáticamente violados por el invasor,
y que él tanto defendió, y defiende, en otros pagos, igualmente
sometidos a la fuerza y el terror -Bosnia, Chipre, Palestina, Chechenia-
han sido, y son, causas por la que el escritor ha comprometido, y
compromete, su pluma. Entre otras cosas, comprobaría que en las tarjetas
de identidad saharauis figura, a modo de estigma, un 'SH', que les
distingue de los colonos marroquíes, señalándoles como carne de
persecución, encarcelamiento, tortura, desaparición y muerte, al igual
que la estrella amarilla destinaba al sacrificio a los judíos bajo el
régimen nazi.
Juan Goytisolo lo sabe, pero no osa incomodar al rey de
Marruecos, de quien ha aceptado honores como el de ser nombrado, en
2001, Miembro Honorario de la Unión de Escritores de Marruecos, en
«reconocimiento a sus posturas a favor de Marruecos y su cultura». Tengo
para mí que el rechazo a tan suculento premio no se debe tanto a que
Gaddafi y su régimen no sean democráticos, como a que el gobierno de
Libia es uno de los tres -los otros son los de Cuba y Argelia- que,
mediante acuerdos con el gobierno de la RASD, recibe a adolescentes y
jóvenes saharauis para que cursen estudios secundarios y superiores. Y
menos mal que aún no sabía, cuando se le anunció la concesión del
premio, que el Presidente de la RASD, Mohamed Abdelaziz, figuró como
invitado en el 40º aniversario de la toma del poder por Gaddafi en
Libia, lo que provocó que de inmediato desde Rabat se ordenara la
retirada de la delegación marroquí.
Todo apunta a que Juan Goytisolo pone mucho cuidado en no
molestar al rey de Marruecos, por muy tirano que sea, no vaya a ser que
le expulse de su paraíso. Él sabrá, pero se ve que sí, que Marrakech
bien le vale un pueblo".
DdA, XIV/3555
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