Félix Población
El
sindicalista Timoteo Mendieta fue fusilado por la dictadura franquista en 1939
y será enterrado con toda la dignidad que merece el próximo domingo en el
cementerio civil de Madrid. Hasta hace dos meses no fueron reconocidos sus
restos, después de cuarenta años de democracia y tras sucesivos gobiernos
socialistas al frente de la administración central del Estado.
El pasado 31 de mayo, por orden de la justicia argentina, los huesos de Timoteo Mendieta fueron exhumados, después de una exhumación fallida en enero del año anterior. Ascensión Mendieta, una anciana de 91 años que en su día realizó un viaje a Argentina para lograr lo que ahora ha conseguido, asistió al encuentro de los restos de su padre con la luz de la memoria. Con una de sus seis hermanas, ya fallecida, inició Ascensión el duro camino que comportó haber llegado hasta el próximo domingo.
Ahora solo quiere que la entierren con quien le dio la vida, después de haber pasado toda ella sin su presencia por culpa de unos desalmados. Son sus palabras. De la inconmensurable entidad de su sentimiento habla por sí solo la dignidad de ese rostro, sobre cuyo silencioso dolor durante cuarenta de los últimos ochenta años tiene un grave responsabilidad el régimen celebrado con tantos honores ayer por la mayor parte de los diputados del Congreso y los que lo fueron en los últimos cuatro decenios.
A la abuela Ascensión Mendieta le helaron el corazón a flor de vida, rey Felipe, y no porque una España se enfrentara contra otra, sino porque los mismos que no dejaron de protagonizar guerras civiles durante el siglo XIX, hicieron desembocar al país en las páginas más atrasadas de esa centuria con una última contienda crudelísima, pues acabaron a sangre y fuego con la España de Antonio Machado y de cuantos intelectuales y artistas, como el poeta, interpretaron el nacimiento de la segunda República como digna bandera de esperanza y defensa. Recupero para la ocasión este artículo de don Antonio, publicado en el diario El Sol en febrero de 1937:
El pasado 31 de mayo, por orden de la justicia argentina, los huesos de Timoteo Mendieta fueron exhumados, después de una exhumación fallida en enero del año anterior. Ascensión Mendieta, una anciana de 91 años que en su día realizó un viaje a Argentina para lograr lo que ahora ha conseguido, asistió al encuentro de los restos de su padre con la luz de la memoria. Con una de sus seis hermanas, ya fallecida, inició Ascensión el duro camino que comportó haber llegado hasta el próximo domingo.
Ahora solo quiere que la entierren con quien le dio la vida, después de haber pasado toda ella sin su presencia por culpa de unos desalmados. Son sus palabras. De la inconmensurable entidad de su sentimiento habla por sí solo la dignidad de ese rostro, sobre cuyo silencioso dolor durante cuarenta de los últimos ochenta años tiene un grave responsabilidad el régimen celebrado con tantos honores ayer por la mayor parte de los diputados del Congreso y los que lo fueron en los últimos cuatro decenios.
A la abuela Ascensión Mendieta le helaron el corazón a flor de vida, rey Felipe, y no porque una España se enfrentara contra otra, sino porque los mismos que no dejaron de protagonizar guerras civiles durante el siglo XIX, hicieron desembocar al país en las páginas más atrasadas de esa centuria con una última contienda crudelísima, pues acabaron a sangre y fuego con la España de Antonio Machado y de cuantos intelectuales y artistas, como el poeta, interpretaron el nacimiento de la segunda República como digna bandera de esperanza y defensa. Recupero para la ocasión este artículo de don Antonio, publicado en el diario El Sol en febrero de 1937:
El texto completo en el diario El Sol.
Madrid por Antonio Machado
Tres meses de asedio, bajo el hierro y el fuego,
viene resistiendo Madrid, y todavía tiene, según me dicen, la sonrisa en
los labios. Yo no lo dudo. Porque Madrid es la sonrisa de España y la
flor inmarcesible de esa misma sonrisa. La gracia madrileña, que tanto
han enturbiado y desmedido sus malos comediógrafos y que tan finamente
han captado los buenos, es eso, precisamente eso: una sonrisa a pesar de
todo, no exenta nunca de ironía. En la vida cotidiana, más dura, más
incierta, más amarga y más laboriosa que en ninguna otra de nuestras
ciudades, Madrid, centro y capital de España, rompeolas de sus varias
regiones, crisol también de todas ellas, Madrid, tantas veces tachado de
frívolo, aprendió a sonreír a pesar de todo, quiero decir con plena
conciencia de los motivos del llanto, que Madrid llegue a la plena
tragedia y al sacrificio heroico sin perder la sonrisa es algo muy digno
de admiración, pero no de extrañeza. A los que no podemos acudir al
frente de combate por viejos o por enfermos o por falta de ánimo, no nos
incumbe la misión de reforzar la moral de los combatientes. Son los
combatientes quienes están reforzando la nuestra, al poner al tablero la
moneda única que se juega en estos lances. Es esto lo que no debemos
olvidar cuantos escribimos sobre la guerra. Item más: por respeto a los
que luchan, para contribuir en la medida de nuestras fuerzas al éxito
final de nuestra causa, hemos de evitar o corregir lo que sería el más
grave pecado de la retaguardia: el de pensar que incrementando el odio a
nuestros adversarios aumentaríamos el valor polémico, la eficacia
guerrera de los luchadores. Esto sería un error psicológico y un yerro
moral. Como supremo resorte de combate, el amor a una causa es mucho más
fuerte que el odio a los adversarios a ella. He aquí la gran lección
que el frente de combate dicta a la retaguardia. Es la lección de
Madrid, que todos debemos aprender. Y si preguntáis: ¿Es que esos
hombres heroicos, que a tan crueles enemigos combaten, no dudan de la
victoria? Yo no vacilaría en contestaros: Lo propio del heroísmo no es
la seguridad del triunfo, sino la ferviente aspiración a merecerlo.
Madrid lucha hoy por defender a toda España, como tantas veces y con
tanta razón se ha dicho; a toda España, sin excluir a la España de sus
adversarios. Porque Madrid sabe muy bien que no todos sus enemigos son
teutones y bereberes, que hay muchos españoles entre ellos, cuyos hijos
sólo podrán salvarse con la derrota de sus padres. Madrid lucha sin odio
-ésta es su mayor grandeza y el secreto de su energía milagrosa-; por
eso puede sonreír y merece vencer.
+@Cristina Calandre Hoenigsfeld: El Parlament resitituye jurídicamente la legalidad de la segunda República.
DdA, XIV/3575
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