Jaime Richart
Parto de la idea irrefutable de que, como dijo Kapuscinski, cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.
En efecto,
el periodismo supone que es una actividad imprescindible, el nervio de la vida
pública y política de cualquier país que se precie de democrático. Yo
personalmente lo dudo. Dudo que sea imprescindible porque de entrada dudo que
haya países ciertamente democráticos y no países donde unas capas o castas
sociales se apoderaron hace mucho tiempo del poder y no lo sueltan, envolviendo
la vida política en la ficción de que el pueblo decide su destino. Un tema éste
de por sí complicado espinoso si se lo trata en profundidad y no se dan por
sentadas premisas que requieren a su vez debate y análisis...
Pero
admitiendo que lo nuestro (y ahora me ciño a este país) sea una democracia y no
una farsa o un montaje en toda regla; y admitiendo que el periodismo es tan
importante que no podemos vivir sin
información, del mismo modo que no podemos vivir sin abogados ni fiscales ni
asesores ni bancos... habremos de convenir que la información, la médula del
periodismo, siendo como es un negocio, tanto puede ayudar a la ciudadanía a
robustecer su responsabilidad, como a aturdirla, a entontecerla o embrutecerla.
En los países que viven una política plácida, que son en Europa muchos, muchos
más de los que suponemos ¿acaso Chequia, Austria, eslovaquia, los países
nórdicos, etc, por ejemplo, no la disfrutan?, la moderación, el tacto, el mimo
de la información deben estar asegurados. Pero en un país como España, donde el
hecho político en sí mismo de un gobierno ilegítimo por diversos motivos es con tanta frecuencia una
afrenta a la ciudadanía, un virtual casus belli; donde la inmensa mayoría de
los medios de información está en el fondo a su lado aunque sólo sea por las
subvenciones que reciben o por el miedo a perderlas; donde los periodistas, sus
periodistas, que cubren la información tienen una vida holgada al lado de
millones de españoles que se las ven y se las desean para salir adelante, la
objetividad y la neutralidad brillan por su ausencia. La prueba es que ningún
medio, ni impreso ni radiotelevisivo, apoya editorialmente la causa del único
partido político que, llegado del frío, está decidido a remediar quizá lo
irremediable dentro de un esquema orgánico en lo político y en lo institucional
establecido en 1978 precisamente para asegurar el dominio de las clases que
venían del franquismo y las que desde un falso socialismo (como se ve incluso en
la socialdemocracia europea) deseasen unirse a ellos...
Lo único
que podemos esperar de los medios digitales un poco inclinados a comprender la
causa de ese nuevo partido es neutralidad y objetividad puras en aras de la
deontología periodística que los otros, los del periodismo predominante, se
pasa demasiado a menudo por el forro...
DdA, XIV/3560
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