Ignacio Francia
Ha sido en la ciudad de Lyon donde he
recibido la fotografía del juez Baltasar Garzón durante su intervención
en la Plaza Mayor con motivo del acto en torno a la retirada del
infausto medallón de Franco, acto que algunos ciudadanos solicitamos que
tuviera consideración institucional, puesto que institucional fue su
colocación por acuerdo de aquellos munícipes plegados a la voluntad
militar del régimen golpista y deseosos de halagar al Franco instalado
en el palacio episcopal, y aunque se saltaran sin remilgos el programa
iconográfico del recinto barroco…, por más que ese programa también haya
sido burlado después porque ha habido dictaduras municipales que han
hecho de las suyas para no respetar la historia.
En fin, que el acto no pudo ser institucional por esa incapacidad del
PP de tomar conciencia de lo que ocurrió, ha ocurrido y sigue
ocurriendo en nuestro país en relación con la historia y la memoria. Y
eso, desde otros países europeos se advierte aún más claramente. En
concreto, en la Francia en que me encuentro salta a la vista la gran
diferencia entre la derecha de aquí y la que nos envuelve a nosotros,
tanto en los aspectos sociales y culturales como históricos. Con esas
posiciones siguen sin desligarse del franquismo dictatorial que mantiene
su presencia y nostalgia frente al barrido oficial y real que se le
pegó al nazismo y al fascismo. Esas posiciones son las que han impedido
el acto institucional que debió replicar al acto institucional de 1937.
La derecha española sigue sin desligarse del franquismo dictatorial que mantiene su presencia y nostalgia frente al barrido oficial y real que se le pegó al nazismo y al fascismo.
Insisto
en que ha sido en Lyón donde he recibido la fotografía del acto enviada
por mi hija mientras precisamente me encontraba sentado en una terraza
de la place E. Fousseret, un héroe de la Resistencia que fue asesinado
por los nazis en 1945. Una ciudad ésta de Lyón (sólo superada por mi
admirada Toulouse, que dejé hace cinco días) donde no se tiene complejo
oficial y ciudadano en mostrar con naturalidad respuesta clara y
contundente ante la barbarie nazi y colaboracionista, al tiempo que se
recuerda la lucha de la Resistencia. Aquí se pueden visitar el Centre
d´Histoire de la Résistence et de la Déportation, memoriales y muros, y
al lado de donde resido se recuerda a los 120 resistentes que fueron
asesinados el 20 de agosto de 1944. ¿Situaciones así son imaginables en
nuestro país, en nuestra ciudad? Ni siquiera se toma como normal –debió
serlo hace ya demasiados años–, ni muchos soportan, mandar a un museo el
medallón del dictador.
Cuando esta mañana he preguntado en la Oficina de Turismo sobre algún
posible procedimiento para tratar de localizar a mi amiga Marie-France
Martínez, lionesa que antaño estuvo en los cursos de verano de nuestra
Universidad, el empleado que me atendió en buen español me indicó que
también sus abuelos eran españoles y su abuela Martínez, porque “aquí
ese apellido es bastante normal”. Lyon acogió también a gran número de
exiliados españoles que tuvieron que salir de su país ante la llegada
del ejército de Franco y la terrible posguerra que siguió a “la
victoria”. Pero a estas alturas del camino lo que parece realmente
indecoroso y cruel es que millones de españoles aún se nieguen a
reconocer que el franquismo y su régimen dictatorial requieren el mismo
rechazo que tuvieron hace tiempo en toda Europa civilizada el nazismo y
el fascismo. En España, además con el agravante –que no tuvieron
Francia, Alemania o Italia– de que a los destrozos militares hubo que
sumar una posguerra inmisericorde de un régimen vengativo e
inquisitorial con quienes no compartían su ideología dictatorial. Cuanto
ocurre con el medallón de Franco en la Plaza Mayor salmantina es una
muestra evidente de esa sinrazón.
DdA, XIV/3549
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