La sociedad cada vez tolera menos al que se taja con pisar un
corcho, pero tiende a admirar al que se emborracha de sí mismo cada vez
que pisa un acelerador. Los borrachos pierden puntos, los gilipollas no.
Jaime Poncela
Al que conduzca borracho se le puede caer el pelo y los puntos del
carné. No es mala idea que así le legisle y así se cumpla. Las
carreteras son unas arterias muy delicadas y admiten mal los trombos que
les producen los conductores de garrafón. Un ictus de una autopista
causado por un energúmeno son 12 muertos de una tacada. Así que a
quienes gusten de soplar deberán hacerlo lejos de un volante para evitar
tener que hacerlo cuando se pongan detrás de él. (Nunca supe a ciencia
cierta si uno se pone delante o detrás del volante, pero esa es otra
historia). El caso es que el alcohol es un estado mental y sanguíneo que
se puede medir con un aparato. Se sopla y punto.
Lo que no es posible de dimensionar (esta palabra queda muy bien porque se la oí a un concejal) es la gilipollez al volante. No me negarán que cada vez hay menos borrachos y más gilipollas que llevan un coche entre las manos. Hay tipos que se saltan un semáforo o dos a las ocho y media de la mañana sin haberse bebido nada más que un cola-cao con magdalenas. A estos beodos de su propia memez que por tener un coche grande se creen liberados de cualquier disciplina, no les pilla nunca ningún guardia y en caso de que se les hiciera soplar un par de curvas más allá, jamás serían multados porque van sobrios como monjas (la mayoría de ellas, al menos) aunque su estupidez sea un alcoholismo incurable.
La gilipollez de dieciséis válvulas es una droga que no forma parte de las conductas a perseguir por la nueva normativa de tráfico. Primero cae un mentiroso que un cojo y un borracho es pillado antes que un idiota. La sociedad cada vez tolera menos al que se taja con pisar un corcho, pero tiende a admirar al que se emborracha de sí mismo cada vez que pisa un acelerador. Los borrachos pierden puntos, los gilipollas no.
Lo que no es posible de dimensionar (esta palabra queda muy bien porque se la oí a un concejal) es la gilipollez al volante. No me negarán que cada vez hay menos borrachos y más gilipollas que llevan un coche entre las manos. Hay tipos que se saltan un semáforo o dos a las ocho y media de la mañana sin haberse bebido nada más que un cola-cao con magdalenas. A estos beodos de su propia memez que por tener un coche grande se creen liberados de cualquier disciplina, no les pilla nunca ningún guardia y en caso de que se les hiciera soplar un par de curvas más allá, jamás serían multados porque van sobrios como monjas (la mayoría de ellas, al menos) aunque su estupidez sea un alcoholismo incurable.
La gilipollez de dieciséis válvulas es una droga que no forma parte de las conductas a perseguir por la nueva normativa de tráfico. Primero cae un mentiroso que un cojo y un borracho es pillado antes que un idiota. La sociedad cada vez tolera menos al que se taja con pisar un corcho, pero tiende a admirar al que se emborracha de sí mismo cada vez que pisa un acelerador. Los borrachos pierden puntos, los gilipollas no.
DdA, XIV/3529
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