viernes, 5 de mayo de 2017

DON QUIJOTE, PERIÓDICO DE HUMOR Y DE COMBATE EN EL EXILIO*

Félix Población
En 1946, una vez terminada la segunda Guerra Mundial, los exiliados republicanos instalados en la localidad francesa de Rodez -adonde habían llegado hasta 700 a partir de 1939-, pusieron en marcha una curiosa publicación de humor y combate, tal como reza la cabecera de la revista Don Quijote, acerca de cuyos redactores se desconoce hasta ahora la identidad. Cada uno de los artículos que aparecen en su corta vida, de junio de 1946 a marzo de 1947, lleva por firma la de los personajes de la inmortal obra de Cervantes. Que en esa época se haya dado en el exilio un periódico de esas características es sumamente llamativo, pues los ánimos no eran los más propicios para el humor, ni tampoco para el combate.

El director no podía ser otro que el propio don Quijote, con Sancho Panza como redactor-jefe. La infanta Micomicona hace de secretaria de redacción, y entre los colaboradores se encuentran la condesa Trifaldi, Teresa Panza, Sansón Carrasco, el Caballero del Verde Gabán, Maese Pedro, Dulcinea y hasta el mismísimo Rocinante. No falta el concurso de algunos adláteres de la dictadura, a lo que se les aplica apodos tales como Jamón Serrano (por Serrano Súñer) o Jacinto Indecente (por el Nobel don Jacinto Benavente), a quien la publicación le tiene una especial ojeriza, a juzgar por el artículo publicado en el primer número, “Don Jacinto Benavente habla sin miedo al relente”, tras el regreso del dramaturgo a la España franquista desde Argentina.

Pese a desconocer la identidad ideológica de quienes durante su breve periodo de edición redactaron las cuatro páginas de que constaba la revista, es de tener en cuenta que, junto a Don Quijote, se publicaba en la misma ciudad la revista Unión, y los dos periódicos los animaba un mismo objetivo: conseguir borrar las divergencias entre sindicatos y partidos políticos a fin de conseguir la necesaria unidad de acción contra Franco y el apoyo de las democracias occidentales. Es muy posible que quienes participaron con sus artículos en Unión también lo hicieran en Don Quijote, pues entre las dos redacciones apenas había medio kilómetro de distancia. Puede ser, por ello, que redactores de la primera revista como Mario Aguilar, Luis Capdevila, Juan de Castilla, Roberto Madrid, César Calderón o Jacinto Luis Guereña –a quien tuve el gusto de conocer-, también colaborasen en la segunda.

Geneviève Dreyfus-Armand, autora de un exhaustivo libro sobre la emigración política española a través de la prensa (1939-1975), cree que Don Quijote es obra tal vez de militantes libertarios, opinión que no se atreve a certificar Eutimio Martín, autor de la magnífica edición de la revista que comentamos, y que incluye los nueve números facsimilares publicados en su corta historia. Según Martín, sí se parece deducir de la lectura de sus páginas un evidente compromiso con la política en el exilio de Juan Negrín. En ese sentido es revelador que el primer número del periódico aparezca en junio de 1946, cuando ya había sido defenestrado Negrín y José Giral había sido elegido presidente de la República, tras la aciaga jornada del 17 de agosto de 1945, que supuso  la anulación de toda esperanza para conseguir el restablecimiento de la República en España.

Ese primer número de la revista ofrece en su editorial, a modo de presentación, un artículo en el que don Quijote y Sancho anuncian su aventura con espíritu batallador por el bien de la República, decididos a salir a los caminos de la política española “para limpiarla de malandrines, enanos y hechiceros”, tanto de las mesnadas falangistas y “su encantador el enano del palacio, como de esos otros hechiceros que quieren comerse la sopa boba a costa del pueblo”. Esta referencia bien puede ser a la clerecía franquista o a esos refugiados que quieren comerse el bollo sin haberlo cocido. Se trata, en palabras del editor, de los dirigentes políticos republicanos que han resistido contra el nazi-fascismo en Moscú o América Latina y han vuelto dispuestos a cerrar el camino del poder a los que se han granjeado el respeto y la consideración política como combatientes en la palestra de la segunda Guerra Mundial. Junto a ese editorial, hay un primer artículo que critica la inflación de miembros del ampliado gobierno de José Giral, como si a los antinegrinistas les hubieran tirado ministerios a la rebatiña. 

Pero si Don Quijote nació con esa declaración de intenciones, no menos significativa es la lectura del último número de la publicación, el nueve, en el que el director y su redactor-jefe mantienen un interesante diálogo no exento de ojo clínico bajo el titular ¿Monarquía o República?, muy distinto al coloquio que habían tenido en el primero. Sancho Panza, partidario del comedimiento, estima que no siempre es oportuno pelear, pues el acuerdo con los monárquicos para echar al dictador –tal como planeta el secretario general del PSOE, Rodolfo Llopis, nuevo presidente republicano- podría ser el medio más eficaz para implantar la República. Don Quijote considera demasiado cándido a su fiel escudero y estima errónea la estrategia, pues la República solo se podrá establecer un día defendiéndola abiertamente: “No hay que ser un Cicerón para comprender que si nosotros ofrecemos a la monarquía la incertidumbre de un plebiscito y Franco le ofrece el poder sin plebiscito y con el apoyo de los militares, Don Juan –con todos sus reparos- acabará por aceptar”.

Ciertamente, el Caballero de la Triste Figura tenía razón, pues aunque Prieto llegó en San Juan de Luz a un acuerdo con los monárquicos, en agosto de 1948, pronto comprobará que el hijo de Alfonso XIII le tomó el pelo en cuanto encargó al dictador la educación de su hijo Juan Carlos, sucesor a la larga del general faccioso en la jefatura del Estado y actual rey emérito.

Acompaña a la edición facsimilar de Don Quijote un primer número de hoja volandera Aquelarre, fechada en septiembre de 1954, y que ofrece dos romances antifranquistas. El primero, firmado por Píndaro Pérez, es un sarcástico remedo del soneto escrito por Cervantes “Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla”, donde podemos leer aquello de “voto a Dios que me espanta esta grandeza” y que el autor utiliza para titular su composición, “Espantosa grandeza”. El segundo, de autor anónimo y titulado “Romance del Peñón”, se refiere a la obsesiva querencia franquista por reconquistar Gibraltar. El que Aquelarre se subtitule “Barataria de Don Quijote” da que pensar en que podría ser un apéndice malogrado de la citada publicación, publicada bastantes años después. Para entonces, tal como señala Eutimio Martín, la emigración republicana no pudo abrigar ya la menor esperanza de llegar a jugar papel alguno en la política activa. Un año antes, en 1953, el franquismo había logrado el doble espaldarazo del concordato con el Vaticano y el establecimiento de las bases militares de Estados Unidos en España. 

Ni Don Quijote ni la brujería pudieron evitar –por lo tanto- que las democracias que derrotaron al nazi-fascismo en la más cruenta guerra de la humanidad apadrinaran al aliado de Hitler y Mussolini, aupado de ese modo al carro de los vencedores hasta el día de su muerte en 1975, el mismo año en que la monarquía fue finalmente restaurada. 

Don Quijote, publicación de humor y de combate. Edición anotada de Eutimio Martín. Diputación de Badajoz, departamento de publicaciones, 2016. 79 páginas

*Artículo publicado también en el número de mayo 2017 de El viejo topo.

DdA, XIV/3528 

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