
El
 doctor Bartolo, quien lleva 26 años ejerciendo en la isla y acogiendo 
diariamente a decenas, cuando no cientos de migrantes, no solo atiende y
 cura sus cuerpos sino que es, sobre todo, una persona que escucha sus 
historias e intenta convencerles de que hay un sitio para cada uno de 
ellos en esta Europa que les acoge como una madrastra.El doctor Pietro Bartolo,
 de 61 años, quien ejerce la medicina en la isla siciliana de Lampedusa,
 ha publicado el 19 de marzo de 2017 un artículo en el semanario francés
 L’Obs (anteriormente
 Le Nouvelle Observateur) que en su edición digital funciona de hecho 
como un diario; un artículo que son extractos del libro “Lágrimas de 
Sal”, que ha escrito recientemente en colaboración con la periodista Lidia Tilotta, publicado en Italia por Feltrinelli y en Francia JCLattés y que en España acaba de publicar Debate.
Al doctor Bartolo le vimos recientemente, haciendo concienzudamente su trabajo, en el documental «Fuocoammare, más allá de Lampedusa», del realizador italiano Fianfranco Rossi.
 Lampedusa  no es una isla como las demás, es una frontera enormemente 
simbólica de Europa que en los últimos veinte años han atravesado miles y
 miles de migrantes y refugiados, en busca de trabajo y libertad.
Tampoco
 el doctor Pietro Bartolo es un médico al uso: durante seis años fue el 
único sanitario que se ocupó de todos los que llegaban a sus playas, 
reventados, deshidratados, agotados después de atravesar un Mediterráneo
 que ya es la mayor fosa común del viejo continente desde la Segunda 
Guerra mundial. En “Las lagrimas de sal”, que es una autobiografía, 
recuerda que nació en Lampedusa y que “cuando era pequeño vio cosas 
terribles” y fue ese recuerdo el que le animó a estudiar medicina y, una
 vez doctorado,  a instalar la consulta en su isla.
La historia de
 Pietro Bartolo se mezcla con los destinos desesperados y conmovedores 
de muchos migrantes que, huyendo del hambre o la guerra, han sobrevivido
 a un terrible viaje a través del desierto, a pesar de las agresiones y 
la brutalidad, y que han visto morir a sus parientes y amigos en el mar;
 pero no se resignan y aspiran a recomenzar una nueva vida en Europa. 
Pero también están los que llegan en sacos cerrados con cremalleras. Y 
entre ellos, muchos niños. En el libro se encuentran  las historias de 
Hassan y su hermano paralítico, de Sama y su gato, de Mustafá, la 
pequeña Favour y tantos otros héroes, tantas otras historias 
desgarradoras que se clavan en nuestros corazones. El sufrimiento del 
médico Pietro Bartolo, su sentimiento de impotencia a veces y su rabia 
siempre, su espanto, son también los nuestros, lo mismo que su alegría y
 su estupoir ante la fuerza invencible de la vida.
El doctor 
Bartolo comienza recordando que eran siete hermanos y su padre les 
reunió un día y les dijo que no podía pagar los estudios a todos, porque
 en Lampedusa no había instituto y para los cursos secundarios tenían 
que trasladarse al continente, lo que suponía un gasto que muchas 
familias, entre ellas la suya, no podían afrontar. Por lo que había 
decidido efectuar un sorteo entre los hermanos: solo que había hecho 
trampa y el nombre de Pietro aparecía en todas las papeletas “porque era
 el mayor y tenía la misión de cuidar de todos” si al paterfamilia le 
ocurría algo. Y así fue como a los 13 años Pietro Bartolo estudió en el 
Liceo de Trapani, luego en el Siracusa, y finalmente ingresó en la 
universidad en Catania, donde se especializó en ginecología y 
obstetricia.
Cuando
 decidió instalarse en Lampedusa, en 1988, nunca pensó que acabaría 
dedicándose exclusivamente a los migrantes y refugiados “porque todavía 
no era una tierra de inmigración. Las primeras embarcaciones llegaron en
 1991. Primero eran diez, luego veinte, después treinta, finalmente 
cuarenta las personas que llegaban a diario. En aquellos tiempos les 
atendíamos en los cuarteles, en la Capitanía, no existía ninguna 
estructura… Cuando se encontraban bien, cogían otro barco que les 
llevaba a Sicilia… En 1997 se creó la primera estructura de acogida, en 
el aeropuerto. La Cruz Roja y otras organizaciones llegaron para 
ayudarnos. Ahora somos tres médicos los que nos ocupamos de los primeros
 auxilios de migrantes y refugiados, que antes de bajar a tierra deben 
ser examinados por un facultativo, para prevenir contagios en caso de 
que padezcan alguna enfermedad infecciosa.  Nosotros tres, somos los 
primeros en verles”.
Los que huyen de la pobreza y la guerra no 
llegan a Lampedusa en buen estado: como mínimo padecen “las enfermedades
 del viaje: deshidratación, hipotermia y algunos traumatismos, como 
brazos o piernas rotos durante el transporte. Con frecuencia las 
mujeres, que viajan sentadas en el fondo de la embarcación, presentan 
quemaduras causadas por la gasolina del motor que, mezclada con el agua 
salada crea un cóctel devastador. No es excepcional que  fallezcan a 
causa de las heridas”.
Tampoco es raro que tengan pulgas y sarna: 
“Nada sorprendente porque han vivido en condiciones higiénicas 
deplorables durante varios meses. Antes de llegar a Lampedusa han estado
 en Libia, viviendo en casetas repugnantes, han dormido en pajares 
inmundos o unos sobre otros encerrados en celdas… la sarna es la 
enfermedad más estúpida del mundo y solo existe un tratamiento para 
curarla”.

“Uno
 no se habitúa nunca al horror”, asegura el doctor Bartolo, quien en más
 de una ocasión se ha encontrado en una embarcación llena de eritreos 
adultos, ninguno de los cuales pesaba más de 35 kilos porque durante dos
 meses solo habían comido arroz aderezado con aceite del motor. Que en 
muchas ocasiones se ha encontrado con mujeres fallecidas tras haber dado
 a luz durante la travesía, que tenían al bebé colgando del cordón 
umbilical. Que más de una vez ha pasado por el trago de tener que cortar
 un dedo o una oreja, a un muerto, para analizar el ADN y poder darle 
una identidad.
Y sostiene que “nunca me acostumbraré a esa miseria
 que contemplo a diario… es muy duro, casi no duermo, tengo pesadillas, 
esas imágenes me atormentan… Mi prioridad es hacer comprender que esas 
personas no son monstruos, sino seres humanos, como tu y como yo… He 
escrito este libro para que la gente comprenda que tras la palabra 
“migrante hay nombres, rostros e historias. Es importante que no se 
olvide”.
DdA, XIV/3494 
1 comentario:
Cuentan de un Sabio que un día tan pobre y misero estaba que solo se alimentaba con las hierbas que cogía, para si decía habrá un sabio tan pobre y misero como yo pero cuando la vista volvió, vio a otro sabio recogiendo las hierbas que el desprecio.. SAMANIEGO.
Eso nos esta pasando a los ESPAÑOLES, con algun partido POLITICO.
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