Ana Cuevas
El
presidente de la Conferencia Episcopal ha puesto el grito en el cielo
porque, durante el Carnaval de Gran Canaria, una majestuosa drag queen
utilizó la estética mariana (la de Rajoy no, la de la virgen) para
mostrar un espectáculo de luz y fantasía. Inmediatamente pidió respeto a
sus creencias por lo que consideraba una burla y una falta de respeto.
Servidora, desde su sensibilidad atea mil veces ofendida, comprende en
parte su disgusto. He sentido algo similar cuando las monjas me hablaban
de trinidades imposibles y palomas preñaderas o de arcángeles (de dudosa
filiación sexual) que defendían a espadazos el orden celestial. Yo
también estaba segura de que se me cachondeaban y el mosqueo me dura
todavía.
Sobe todo
cuando unos señores con faldas, alguno como monseñor Cañizares hasta con
bata de cola, arremeten como miuras contra el colectivo LGTB y
consideran contra natura disfrazarse de drag queens. ¿Acaso temen que
les roben protagonismo?.
De
cualquier forma, cabría esperar de quién reclama respeto que se
aplicara a sí mismo la misma vara que con el prójimo. Pero los obispos
carpetovetónicos no se distinguen por un enfoque cristiano a la hora de
juzgar las diferencias. No pierden oportunidad para definir la
homosexualidad o la transexualidad como un error de la naturaleza propio
de enfermos y pervertidos. Claro que, si de lo que habláramos es de los
miles de niños que han sido violados por religiosos en todo el planeta,
el discurso cambia radicalmente. Son los críos los que van provocando ,
como pequeños satanes, para tentar a los pobres sacerdotes. Aquí se
impone el perdón de la oveja pederasta y de vuelta al redil. ¡Dios es
generoso! Eso si no eres mujer, transexual, gay o lesbiana. Porque en
todos estos casos el creador se pone tiquismiquis y te manda de cabecica
al infierno por un quítame esas pajas.
Bueno,
eso es lo que nos cuentan sus representantes terrenales al menos.
Porque aunque a los Obispos se les supone célibes se refieren a la
sexualidad ajena pontificando como auténticos eruditos. A veces con
ejemplos gastronómicos, como el obispo Munilla, que asegura que el sexo
heterosexual es como el jamón de jabugo y que el homosexual una paleta
cocida y baja en grasa. Desconozco en qué tipo de experimento
erótico-culinario basa esta afirmación. Pero casi prefiero no saberlo.
En
esa línea de respeto que reclamaba el jefe de la Conferencia, nos
encontramos con otro de sus chicos, Casimiro López, que asevera en su
hoja parroquial que el matrimonio homosexual fomenta la destrucción de
la célula familiar y "gangrena”el desarrollo de la persona humana. De las
inhumanas no dijo ni pío.
Y
por la misma linde anda uno de mis faldilocos favoritos, monseñor
Reig-Pla, quién guiado por esa piedad supina que le caracteriza afirmó
sin miramientos hablando de los homosexuales: “Os aseguro que se
encuentran en el infierno”. Pues mire, si el cielo está plagado
de cretinos como usted, yo ya me voy pidiendo plaza en el Averno.
Los
ejemplos del "respeto" que la sección ultracatólica
nacional demuestra hacia el colectivo LGTB son tan profusos como
disparatados, pero no quiero aburrirles. El odio irracional hacia la
diferencia se ha vuelto a sacar a pasear con un autobús naranja que
invita a la transfobia. Le llaman libertad de expresión pero no pueden
ignorar que están cometiendo un delito tipificado en el código penal de
incitación al odio. La iniciativa surge el colectivo "Hazte Oír"´, una
asociación integrada por los sectores más ultras de la religión. Digamos
que actúan como sus portavoces y exhiben sin pudor su intolerancia.
Son
muchos las criaturas que optan por suicidarse en un ambiente hostil que
les impide desarrollar en libertad su sexualidad. Muchas más las que
sufren acoso o marginación .Y miles que deben ganarse la
vida vendiéndose a machitos honorables padres de familia. Algunos de
misa semanal y comunión. Total, siempre pueden confesarse y ese dios
machista al que veneran les palmeará la espalda. Dos padre nuestros y un
ave maría y asunto liquidado.
A
los obispos les ofendió ese drag queen que lucía tan hermosa que podía
eclipsar a la mismísima virgen del Rocío. Pero curiosamente no les
ofende el hambre, la injusticia, los escándalos sobre abusos que les
salpican cada día, el desamparo de los refugiados que llaman pidiendo
ayuda a nuestras puertas. "Hay que separar el grano de la paja" - fue la
respuesta del mezquino Cañizares. Evidentemente, él es la paja. Una
paja huera y sin vísceras humanas como un corazón. Una paja que también
ardería de mido en el infierno.
Desde
mi punto de vista ateo, tienen suerte estos mendas. Porque, si
Jesucristo levantara la cabeza, lo de los latigazos en el templo iba a
ser una moñada. Pero está claro que estos tipos tampoco creen en nada.
Nos insultan, se nos ríen en la cara con esas batas de cola de finas
sedas, con sus zapatos de Guzzi , extendiendo sus anillos para ser
idolatrados en medio de una parafernalia carnavalesca. Y claro, acaban
sintiéndose reinonas, igual que la queen canaria pero con bastante menos
gracia. Ahí radica la verdad de tanto odio. ¡Qué mala es la envidia!
DdA, XIV/3486
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