Fernando
Aramburu ha publicado una novela de 642 páginas sobre el mundo de ETA y
su entorno: asesinos, víctimas y el contexto familiar de todos ellos,
cosechando una enorme éxito: 150.000 libros vendidos en 12 ediciones.
Todos los temas hay que tratarlos literariamente, aún más los más
incómodos, para ser capaces de reflexionar sin ambages sobre ellos.
Aunque yo no entienda ese éxito, y no comparta la manera de afrontar el
asunto.
“Constato que Patria ha dejado de ser lo que pudiéramos
llamar una obra literaria para convertirse en otra cosa. ¿Un fenómeno
social? No estoy seguro. Intuyo que lo que cuenta mi libro ha tocado un
nervio que estaba ahí, muy sensible, especialmente para la sociedad
vasca… yo dudo que un lector vasco pueda hacer una lectura de mi libro
similar a la que pueda hacer un lector de otra parte de España. Pero
porque pienso que el lector vasco es capaz de entender aquí cosas entre
líneas”, ha dicho el autor.
No es fácil hablar de Patria desde fuera de País Vasco
porque es una novela que es imposible circunscribirla a sus
características literarias. Y para hablar con frialdad de ETA, de
Euskadi, de la represión del estado español allí, etc., se debe tener
conocimiento de causa. Lo que no impide, ni puede impedir que cada cual
tenga su propia visión de cómo son las cosas. Siendo, además, algo que
nos afecta a todos.
Fernando Aramburu habla desde su estancia de 30 años en Alemania, y
de su actitud en favor de las víctimas (aunque esto último encierra una
trampa, porque víctimas ¿a partir de cuándo? ¿de cuándo son asesinadas?
¿Víctimas en el origen de esta guerra (conflicto, enfrentamiento, etc.)?
Aramburu dice que él habla desde el abrazo, “desde la compasión con los
que sufrieron el acoso terrorista”, aunque es cierto que lo hace, o lo
intenta hacer, proyectando “una mirada generosa sobre la historia
reciente que hemos tenido los vascos·, y por tanto, “no he querido
hacerlo con un solo ojo”. Dice.
Es la primera historia que se hace desde que ETA abandonó las armas,
situando al gobierno, al estado en una encrucijada que no sabe resolver.
O no quiere porque al parecer le viene muy bien tener un foco armado en
el país, para radicalizar su comportamiento represivo, ya que no hace
nada por avanzar en consolidar y liquidar definitivamente el
enfrentamiento.
Parece que el propio Aramburu ha hablado de su novela como
“aportación a la derrota literaria de ETA”, y eso le sitúa
descaradamente en el bando que rezuma la novela. Porque nadie es
equidistante, y él toma partido. No está mal, cada uno lo hace hacia el
lado que le parece. Y aún así, siendo parcial, hace un esfuerzo, ahora
sí, literario, para aparentar situarse en el medio, donde unos y otros
son personas, enferman, lloran, besan, deciden una cosa y luego hasta la
contraria.
Tampoco quiero que se entienda que es una novela fácil donde los
buenos son los buenos y los malos son los malos. No, al menos no del
todo. Hace, por ejemplo, una crítica implícita a la política de
dispersión de los presos que solo perjudica a las familias. Pero a ETA
sólo se la ve como el puñado de asesinos que seguramente terminó siendo,
pero no de las razones para su existencia, de eso no he leído nada, o
casi está presente de una manera imperceptible.
Literariamente yo soy de los que considera que Patria es una
obra floja, que no está cuidada y, sobre todo, que le sobran páginas.
Es que no hay que obligarse a pasar de las seiscientas páginas en una
novela para buscar el adjetivo “novelón”, La extensión la marca la
propia historia, y eso el novelista tiene que saber verlo. Y sí, claro,
eso permite al autor dar vueltas sobre unos y otros momentos, desde el
tiempo previo a la muerte del empresario, cuando las dos familias eran
amigas, hasta el final, cuando se sabe de la decisión de ETA y la esposa
del asesinado se relaciona con la hermana del etarra preso en los
llamados encuentros “restaurativos”. Una novela coral en la que el
lector ya no sabe de quién habla el narrador (un narrador que, de
repente y sin razón, pasa de la tercera a la primera persona, sin
marcarlo; ratos en los que el narrador, por tanto, pierde toda su
pretendida distancia frente a lo que sucede, como en realidad ocurre), a
qué familia pertenece, o si sólo es otra comparsa en ese maremágnum de
situaciones que tratan de componer un fresco que dé voz a todos.
A pesar de cualquier diferencia, con la visión del autor y su manera
de afrontar la historia literariamente, creo que está muy bien que
Aramburu haya hecho esta novela, y que es una suerte que haya tenido el
éxito cosechado (para él y para la editorial Tusquets), pero yo he
pasado del interés al aburrimiento.
DdA, XIV/3474
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