Jaime Richart
Clausewitz,
un notable militar e historiador prusiano fue dijo que la guerra es la
continuación de la política por otros medios; lo que permite hacer esta
inferencia: la política es la guerra por otros
medios.
Pues bien, eso
es lo que parece que viene ocurriendo en España ya desde hace mucho, pero más acusada de un tiempo a esta parte. Como no se han
cicatrizado las profundas heridas que dejó la guerra civil (agravadas, aunque
ocultas entre el sudario en el que fueron envueltas por la dictadura), y ni
han hecho nada en esa dirección los
llamados a procurarlo, la guerra por otros medios empieza a librarse en este
país por los políticos y periodistas que representan a los bandos de
vencedores y vencidos en aquella guerra que no fue precisamente una metáfora.
ABC, La Razón, El Mundo y El País,
monárquicos, parásitos,
bravucones, chulos y fascistas, por un lado, gente de bien y honesta, por el
otro, comparecen de nuevo ante la Historia para volver a protagonizar más de lo mismo puesto que los pueblos que desconocen
u olvidan su historia están condenados a repetirla. Es
decir, aquí tenemos de nuevo otra guerra
civil. En esta ocasión y por fortuna, no una guerra
abierta armada... todavía, sino una guerra vivida en el escenario de un
parlamento que en el corto espacio de tiempo histórico que
viene funcionando como tal, siempre ha resultado grotesco y testigo mucho más de vulgaridad, de socarronería, de fullería y de cazurrería que de lugar
de encuentro de personajes dotados de oratoria, de elocuencia o de altura de
miras...
Ya digo, la
guerra en esta ocasión no ha hecho más que empezar. Y es que esta democracia de
pacotilla está viciada desde su nacimiento. Ya su gestación estuvo cocinada mucho antes por los designios de un
caudillo que promulgó en vida una Ley de Sucesión -la suya- y
confeccionó al efecto a un individuo a su medida. Luego llegó el parto distócico; es decir, un alumbramiento con fórceps del que fue comadrona un ministro de los ministerios
principales del sátrapa, quien, como albacea suyo que
fue, eligió a unos llamados "padres de la patria" para que bajo su
batuta redactasen una Constitución miserable
que configurase ranciamente el llamado reino de España; Constitución que obligó a aprobar a la ciudadanía en un aparatoso referéndum. Y digo que le obligó, porque la ciudadanía de aquel entonces no vio otra alternativa al sentir sobre sus nucas el frío de los cañones de fusil de un ejército más radical si cabe que el propio
dictador en su declive y se apresuró a sancionar con su voto el bodrio
constitucional para espantar la amenaza de un nuevo golpe militar. Un golpe que posteriormente, en
1981, se escenificó como ensayo con el objetivo de robustecer la endeble figura de un monarca que
pasará a la historia como otro más de los reyes lamentables de tan lamentable dinastía.
En efecto,
la guerra no ha hecho más que empezar. Sólo nos queda prestar atención para ver en qué queda y a dónde se dirige este país.
Después de
un periodo de histórico jolgorio económico, de inyecciones
de dinero europeo en forma de fondos de cohesión, de gasto, de despilfarro y de
entrampamiento nacional que abarcó aproximadamente los primeros veinte años de
esta parodia de democracia, nos encontramos encallados en una situación controlada nuevamente por los descendientes de los
ganadores de la guerra civil, a los que se les ha unido una caterva de
políticos viejos que ya habían renegado y renunciado al socialismo
genuino. Pues bien,
aquellos, es decir, los herederos de los ganadores, apoyados por estos, por
los beneficiarios directos de esa difusa ideología despojada
de pensamiento propiamente socialista, y su cohorte de miembros comunes
entontecidos por el señuelo de un pensamiento nuevo, grande y unitario que
recuerda al lema del ideario de aquel infame caudillo, son los que ahora
integran las filas del bando que nunca ha dejado de ser y de comportarse como
bando vencedor. Y todo ello, en un ambiente político que
recuerda los años anteriores a aquella guerra, de constantes provocaciones e
insultos a la inteligencia que a su vez evocan el grito de aquel general franquista que en la Salamanca de Unamuno
atronó a la concurrencia: ¡Muera la inteligencia".
No sé si lo logró aquella maldición, pero lo cierto es que la inteligencia brilla por
su ausencia y parece muerta casi desde que empezó la farsa democrática. Antes estaba sólo ahogada. Pues, sea en la
investigación, en el arte o en la tecnología que nos llegan de prestado, sea en otros ámbitos de la sociedad, la inteligencia, la
imaginación y la mentalidad que preponderan en este país son las del
imitador, las del franquista solapado y las del pendenciero que defienden con
uñas y dientes sus privilegios y su derecho a delinquir "legalmente"
desde la política, y no están dispuestos a ceder en su posición de fuerza y sí dispuestos a cualquier cosa para
retenerlos, incluso a la guerra.
¿Qué recursos,
pues, qué medios, qué instrumentos
habremos de utilizar para desbancar a un ejército de
atracadores de lo público, de opresores de masas de
ciudadanos y ciudadanas desamparados por el Estado, que viven penosamente? ¿Qué, a quién podremos
recurrir para desmontar un orden desordenado de cosas que pasa por el
mantenimiento a ultranza del statu quo de los vencedores en aquella guerra
y en las confrontaciones
domésticas
posteriores de cualquier clase, sea la económica, la
financiera, la empresarial o la mediática, que no
permiten al pueblo atisbar la más
mínima
posibilidad de vivir una verdadera libertad y desahogo?
No lo olvidéis.
Si no nos libramos de gentes de esa infame catadura y no confiamos en un nuevo
partido político que intenta devolver al
pueblo la soberanía que en realidad nunca ha tenido,
desesperemos de lograrlo por lo menos en otro siglo, cuando ninguno de nosotros
estemos ya para comprobarlo.
DdA, XIV/3470
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