Lazarillo
Es de celebrar, ¡por fin!, que cuando han transcurrido ya más de nueve años desde la aprobación por el primer gobierno de Rodríguez Zapatero de la llamada Ley de Memoria Histórica, el que desde entonces fue denominado Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca (antiguo Archivo General de la Guerra Civil) haya abierto las puertas de su nueva y flamante sede en esa ciudad a la voz de las víctimas de la dictadura en esa provincia. Cuatro hijos de represaliados por el franquismo contaron ayer viernes, en el salón de actos del citado centro, las penalidades que sufrieron durante los años que siguieron a la victoria del extinto caudillo. Lo hicieron en un evento organizado por la Asociación Memoria y Justicia de Salamanca, a fin de dar a conocer -ante un aforo casi al completo- el carácter que tuvo la represión en la provincia, donde se calcula que el número de ejecutados supera el millar de personas. El número es alto si se tiene en cuenta que apenas hubo resistencia al golpe de estado fascista en esa provincia. Fueron los ponentes Adriana Rivera Ullán, Luis Froufe Carlos, Juan José
Aparicio Cascón y Luis Calvo Rengel, todos ellos hijos de republicanos asesinados por la dictadura franquista. El diario La Crónica de Salamanca da puntual y detallada información del acto, al que se le prestó por parte de la audiencia (ochenta años después de cometida la barbarie) un estremecedor silencio. Aquí no hubo trincheras ni
bombardeos, solo asesinatos: 1.300, afirma Luis Calvo Rengel.
ADRIANA RIVERA
“Nos devolvieron por el coche de línea un fardo con su ropa”
En diciembre de 1936, el bando nacional sublevado sacó a su padre,
Eladio, de la cárcel de Salamanca y lo asesinaron en el monte de la
Orvada. “Fuimos represaliados durante años. Era imposible colocarse y
nos tacharon de rojos”. Ella se casó con un militar franquista y por eso
fue degradado de teniente a soldado raso. Se marchó y se hizo pintor
decorador. Ella trabajó en el comercio como secretaria y tras estar en
Barcelona y París, regresó a España en 1978.
“Mi padre tenía un comercio en Ciudad Rodrigo. Era un comerciante que militaba en Izquierda Republicana. Solo le acusaron de ser rojo.
No iba a la taberna ni nada. Un antecesor de Blas Piñar y el obispo de
Ciudad Rodrigo López de Arana no le perdonaron que izara la bandera
republicana frente a ellos y lo pagó con su vida”, comenta.
“Compañeros suyos lo delataron. Se hicieron falangistas para salvar
la vida,… Lo delataron las envidias que había, porque era un emprendedor
que de poco dinero hacía mucho, pero tampoco iba a la iglesia y había
cosas imperdonables para esta gentuza. Se valían de medios rastreros
para llevárselos: ‘Nada más le va a hacer unas preguntas el comisario.
En seguida volverá. Pero mi padre nunca volvió. Un día llegó el coche de
línea, bajó un chico y nos devolvió un fardo con ropa. Yo pensé que
venía papá, y el chico me dijo: ‘Entra en casa, chiquilla. Tu padre no
vuelve'”, explicó.
“He estado llena de rencor toda la vida y seré republicana toda la
vida. Nunca veneraré la memoria de Franco. Debió morir antes de nacer”,
relató.
JUAN JOSÉ APARICIO
“Nos dijeron que lo habían dejado en libertad y lo habían fusilado de madrugada”
Mataron a su abuelo paterno y alcalde de Ciudad Rodrigo el 30 de
agosto de 1936 y al año siguiente en diciembre, fusilaron a su padre,
Eduardo, cuando Juan José tenía seis años. Cuando se lo llevaron
tardaron en localizarlo hasta que les dijeron que estaba en Ciudad
Rodrigo y que al día siguiente lo iban a liberar, pero de madrugada lo
subieron a una camioneta junto a otros siete detenidos y los fusilaron
en la finca Ravida en la comarca de Miróbriga. Dos años después el
régimen abrió un proceso político contra su padre y su madre para
quedarse con su patrimonio, sin saber que ya lo habían fusilado. Luego
permitieron a la familia llevarse sus restos a Béjar.
“Tengo rencor más que recuerdos de mi padre y carencias, porque me quedé sin padre a los seis años.
A la mañana siguiente de que mataran a mi padre una vecina salió
gritando: ‘Ahora que hemos acabado con los mayores hay que terminar con
los retoños’. Malditos sean los que infundieron odio en el corazón de un
niño”, recuerda Juan José.
Luego estudió bachillerato y Derecho. “La Guerra Civil es una
historia triste, amarga, terrible que produjo una sima entre los dos
bandos. Esperemos que las próximas generaciones encuentren alivio y
entendimiento”, señala antes de advertir de que “la envidia, el odio, la
maldad y la sinrazón humana fueron los causantes de que en España
hubiera una guerra civil”.
LUIS FROUFE
“Mataron a mi hermano y tardé 77 años en saber qué le pasó a mi padre. También fue fusilado”
Luis es uno de los diez hijos de Hipólito, un emprendedor culto que
levantó una fábrica de alpargatas en el barrio del matadero, al otro
lado del río, en la ciudad del Tormes. Una venganza pudo originar una
denuncia sobre unas monedas falsas llegadas de Portugal justo antes de
la guerra. Le condenaron a once años de cárcel, y cuando estalló la
guerra lo trasladaron del Dueso (Cantabria) pero nunca llegó a la
prisión de Valencia, su siguiente destino. Había sido asesinado por el
camino pero su familia nunca lo supo. Hace tres años se enteró dónde
estaba su padre.
“Mi casa era un foco que irradiaba cultura en ese barrio. Los
obreros venían para jugar al ajedrez y al parchís con un reglamento
propio. No todo el mundo nos quería, pero este era el ambiente anterior a la tragedia”, comentó.
Cada hermano tenía una formación y consiguieron mantener a flote la
fábrica pese al encarcelamiento del progenitor. “Éramos una familia
feliz a pesar de que mi padre estuviera en la cárcel, pero el
levantamiento militar lo convirtió en una tragedia”. Ocho de los diez
hermanos fueron a la cárcel. A uno de ellos, Agustín, lo condenaron dos
veces a muerte. De la primera lo libró otro hermano, pero ya no pudo
hacer nada la segunda vez. “El 20 de junio del 37 me despertaron a
gritos mi hermana Adela y mi madre: ‘Ya lo han matado’. Un grito que aún
resuena en lo más hondo de mi ser”, dijo Luis, hoy nonagenario que se
formó en químicas y trabajó en el CSIC.
El último mensaje que transmitió a otro hermano mayor de Luis antes
de que lo fusilaran fue el siguiente: “Vuestro consuelo no es la
venganza”.
“Tras su muerte anidó en mí un deseo de venganza y la vida perdió
todo su valor, pero mi hermana Adela me habló del mensaje que le había
dejado a mi hermano. Me convertí en un niño bueno, tímido, vergonzoso,
vivía en mi mundo, lloraba, cantaba,… pero nunca sentí soledad. A los 14
o 15 años había desaparecido el deseo de venganza, conocí a una niña
que en el 36 perdió a su padre. Lo mataron los republicanos sin causa y
sentí rabia cuando me lo contó, pero le cogí cario y me enamore de ella,
nos casamos y fue una muestra de que fracasaron los odios que sembró
la guerra civil”, relató.
“La muerte de mi hermano Agustín fue como un rayo destructor, mientras que la esperanza de vida de mi padre fue distinta.
La esperanza de que viviera se fue desvaneciendo lentamente, hasta que
un día terminó la tristeza, te echas a llorar y aceptas que lo mataron.
Tardamos 77 años en saber qué le pasó a mi padre. Lo habían fusilado
mientras lo trasladaban a la cárcel de Valencia. Cuando me enteré entré
en un estado de serenidad y de paz”, explicó con aplomo.
Fusilaron a su hermano y a su padre, y no se sabe cómo murió otro
hermano suyo, Jesús. Fue apresado en el 36 y en el 41 se fugó de la
cárcel con otros siete reclusos. Cuatro de ellos consiguieron escapar
vivos. En el 43 cesó su búsqueda. “Poco a poco se fue perdiendo la
esperanza de que se salvara. Quiero creer que lo mataron, pero también
nos dijeron que algunos prófugos morían de inanición en el monte y mi
hermano lo hubiera preferido antes que volver a la cárcel”.
LUIS CALVO RENGEL
“Nos subíamos a una escombrera para ver a mi padre en la cárcel, y llega un día y te dicen que lo fusilan”
Tenía apenas seis años cuando se llevaron detenido a su padre. Era el
21 de julio el 36, dos días después del levantamiento y del asesinato
de muchos salmantinos en la Plaza Mayor. Nunca se me olvidará lo que
pasó. Detuvieron a mi padre, lo llevaron a la comisaría y de allí a la
cárcel. Mi madre vendió algunas fincas en Vilvestre para poder llevarle
cada día la comida a la cárcel. ¡Qué colas había de familiares llevando
la comida a los presos!”, recuerda.
Él acompañaba a su madre en el recorrido diario. “Yo quería ver qué me había dejado mi ‘papa’. Era mi ‘papa’ no mi ‘papá’. Siempre me dejaba algo de fruta. Yo tenía ceguera por él“, confesó.
También había aglomeraciones dentro de la cárcel cuando se
autorizaban las visitas, una vez al mes o cada dos meses. Salían doce
presos a una sala de 20×5 metros y separados por unos barrotes, a dos
metros, estaban todos los familiares. “Mi padre era socialista y yo me
moriré siendo socialista”, proclamó Rengel ante el auditorio.
Su padre estuvo catorce meses en la prisión provincial, “hasta que
dijeron que lo iban a juzgar solo por estar siempre al lado de Manso,
secretario del PSOE en Salamanca. Pasé verdaderos traumas”, recuerda.
Entre visita y visita, el niño (como el resto de niños y familiares)
iba cada domingo a la escombrera que había entre el parque de los
jesuitas y el DA2 (antigua prisión provincial). “Subidos en lo alto del
montón veíamos un rincón del patio, y allí se ponía mi padre para que lo
viéramos,… Hasta que llega un día y te dicen que lo sacarán por la
mañana para fusilarlo. Es algo increíble. Aquí no hubo trincheras ni
bombardeos, solo asesinatos: 1.300.
DdA, XIV/3458
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