Francisco R. Pastoriza
Es difícil entender cómo un escritor que lo tuvo todo en vida: fama,
dinero, reconocimiento internacional… haya sido prácticamente olvidado
cuando aún no han transcurrido noventa años de su muerte. Las obras de
Vicente Blasco Ibáñez apenas son leídas hoy por unas decenas de fieles
seguidores, pese a su irrecusable modernidad, cuando en los primeros
años del siglo XX alcanzaban cifras de venta espectaculares y eran
adaptadas al cine con gran éxito en las pantallas de todo el mundo.
Los últimos intentos de reivindicar su figura se llevaron a cabo en
Valencia, su tierra natal, con la celebración de un simposio
internacional en enero de 1981 y con una exposición sobre su vida y su
obra en 1986. Gozó de un cierto reconocimiento por las nuevas
generaciones a raíz de la adaptación televisiva de algunas de sus
novelas durante los primeros años de la transición. Desde entonces,
silencio.
Ahora que el 29 de enero se cumplen 150 años de su nacimiento en
Valencia en 1867, tal vez sea el momento de reivindicar el rescate de
una obra que se movió entre lo comercial y la gran literatura y que dio a
las letras españolas algunos de sus títulos más señeros.
Una narrativa en el tránsito entre dos siglos
Su éxito literario en España lo alcanzó Blasco Ibáñez con el ciclo de
novelas valencianas (“Arroz y tartana”, “La barraca”, “Entre naranjos”,
“Cañas y barro”, “Flor de mayo”) en el que enfrentaba los valores de
una supuesta Arcadia rural y marinera con la dura realidad del dominio
económico que ejercían la oligarquía financiera y terrateniente y los
poderes caciquiles y reaccionarios de la sociedad finisecular valenciana
del XIX. El costumbrismo regionalista de estas novelas, que tan bien
cronifican la Valencia de la Restauración, obedecía a motivos
ideológicos, ya que Blasco Ibáñez trató de reflejar aquí su
republicanismo federalista.
La crítica literaria del siglo XX situó al primer Blasco Ibáñez entre
la tradición realista de la generación anterior y el naturalismo de Émile Zola, de quien era un rendido admirador. Algunos especialistas (C. Blanco Aguinaga) defienden su inserción en la Generación del 98.
El escritor y el político
Periodista propietario del diario “El Pueblo” y de las revistas
“Bandera Federal” y “España con honra”, donde escribió miles de
artículos, con frecuencia encendidas proclamas republicanas y
anticlericales (su novela “La araña negra” es un manifiesto literario
antijesuítico); editor con editorial propia (Prometeo) en la que publicó
algunas de sus obras, ateo confeso y político muy cercano al pueblo
(tal vez hoy se le calificara de populista), fue elegido diputado por
Unión Republicana en siete legislaturas.
Sufrió una de sus mayores decepciones cuando en 1903 Rodrigo Soriano,
su más fiel colaborador político, lanzó graves acusaciones contra él.
Para rehacer su imagen pública y salvaguardar su carisma de
revolucionario, abordó la redacción de cuatro novelas de tesis, “La
catedral”, “El intruso”, “La bodega” y “La horda”, cuyas tramas situó en
un plano sociopolítico que reforzaba su ideario republicano y
federalista.
En 1909 renunció a su acta de diputado, decepcionado por el devenir
de la política española. Estuvo unos años en Argentina, país en el que
tenía buenos contactos gracias su labor como corresponsal en Madrid del
diario “La Nación” de Buenos Aires. En aquel país fundó las colonias
agrícolas de Corrientes y Nueva Valencia y escribió algunas novelas
sobre la emigración. De regreso a Europa se exilió en París durante la
Dictadura de Primo de Rivera.
Blasco Ibáñez escribió incansablemente y produjo una obra gigantesca
que abarcó géneros diversos, desde el costumbrismo a “Los Borgia” y
“Sonnica la cortesana”, su aportación a la novela arqueológica europea,
de moda durante la segunda mitad del siglo XIX con títulos como “Los
últimos días de Pompeya” de Edward Bulwer Lytton, “Ben-Hur” de Lewis Wallace, “Quo Vadis” de Henryk Sienkiewicz. También experimentó con la novela de introspección sicológica en “La maja desnuda” y “Sangre y arena”.
Su mayor éxito internacional le llegó con una novela sobre la guerra
europea, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, que abría una trilogía
sobre la Primera Guerra Mundial que completó con “Mare Nostrum” y “Los
enemigos de la mujer”. En Estados Unidos “Los cuatro jinetes del
Apocalipsis” vendió cientos de miles de ejemplares y Hollywood la adaptó
al cine con Rodolfo Valentino como primer actor (una segunda versión sería dirigida por Vincente Minnelli).
Su popularidad en aquel país le valió a Blasco Ibáñez su nombramiento
como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Washington.
Después de su éxito internacional regresó a España y se instaló en
Valencia, y más tarde se trasladó a Menton, en la Costa Azul francesa,
donde adquirió un popular chalet al que bautizó con el nombre de Fontana
Rosa, en recuerdo de otro, La Malvarrosa, en su localidad natal, donde
escribiera una parte importante de sus novelas.
Desde esta residencia francesa realizó numerosos viajes, de los que
dejó huella en su trilogía “La vuelta al mundo de un novelista”. En
Menton viviría hasta su muerte en 1928, el día de la víspera de su 60
cumpleaños, cuando escribía “La juventud del mundo”, una novela
autobiográfica. Poco antes había confiado a sus familiares y amigos: “Yo
quisiera que la mejor de mis novelas fuera mi propia vida”. En cierto
modo lo fue.
Periodistas en Español DdA, XIV/3452
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