Ana Cuevas
A lo largo de mi vida he tenido la enorme suerte de cruzarme con
mujeres y hombres que han luchado por una sociedad más justa y libre
para todos. Lo poco que he podido aportar en mis años de activismo a
esta causa ha sido fruto de la inspiración que estos valientes hicieron
germinar en mi corazón. Pero sobre todo entendí que los fines no
justifican siempre los medios. Que si queremos un mundo nuevo no podemos
edificarlo sobre unos cimientos de odio y de violencia. Que no se
necesitan puños ni navajas cuando se tiene coraje y tu mejor arma es tu
voz y tu palabra.
Hace
poco en Murcia, una joven de diecinueve años fue golpeada brutalmente
por un grupo de gente. Un acto cobarde y execrable sin ninguna duda.
Pero lo peor viene después, cuando escarbas en la noticia y se desvela
una historia aún más truculenta.
Según los propios informes
policiales, la víctima es una conocida de las autoridades por su
pertenencia a grupos neonazis y por su supuesta participación en
"cacerías" contra inmigrantes, homosexuales o transeúntes. Lucía "La
intocable" y sus amigos ultras practican el odio como un pasatiempo
cinegético convirtiendo en potencial presa a cualquiera que se
diferencie de su esquema ideológico. Disuadiendo a fuerza de puños
americanos, bates y cuchillos. Contundentes argumentos.
Por
otro lado están los autores de la paliza que recibió Lucía. Dicen
llamarse anti-fascistas. Pero en realidad sus métodos eran y son muy
populares entre los que consideran sus antagonistas. No se puede
defender la libertad a base hostias porque al final te transformas en
la misma mierda que te gustaría erradicar. No hay superioridad moral en
la ´golpiza que recibió Lucía de estos bestias. Tampoco hay superioridad
racial en la panda de tarados que organiza cacerías humanas. Solo queda
un resquemor amargo y triste al ver que algunos jóvenes repiten
antiguos errores que ya deberían estar superados. ¿Va a ser que este
país padece una grave desmemoria histriónica?.
Estos
días se cumplen cuarenta años del asesinato de los cinco de Atocha. La
sangre derramada de estos inocentes, con el objeto de intentar destruir
la incipiente apertura democrática, tuvo un efecto contrario al
esperado. Los españoles de bien, la inmensa mayoría, se horrorizaron.
Pero, lejos de aterrorizarse, se reafirmó más entre la ciudadanía la
necesidad de romper con ese patrón fratricida de las dos Españas que
solo saben resolver sus diferencias empleando la violencia.
Con
los corazones rotos, la respuesta del pueblo fue un mar de rosas y
claveles rojos. Frente a la sinrazón y a la crueldad, la sociedad
española dio una magistral lección de dignidad y madurez.
El
brutal ataque de las browning no iba dirigido únicamente contra los
cuerpos de los laboralistas. Esas balas iban destinadas a las cabezas de
cada uno de los que anhelaban una sociedad civilizada. Ese 24 de enero
cambiaron muchas vidas.
El
otro día mis queridos trolls de las redes, mis más leales lectores, me
acusaron de no haber escrito sobre este suceso por haber sido perpetrado
por un grupo de izquierdistas. Inmediatamente, me puse a ello. Cogí el
teclado, el único arma que empuñaré en mi vida, y escribí este
artículo. Gracias a lo que me enseñaron tantos héroes y heroínas
anónimos, los genuinos artífices de la paz que ahora disfrutamos,
aborrezco la violencia, proceda de donde proceda. No sirve para nada
útil. Solo engendra más rencor y más violencia. La respuesta a lo que
nos ofende está en la desobediencia ciudadana. En la rebeldía pacífica y
constante ante las injusticias. En el ejercicio y defensa de la
libertad de expresión para sustituir definitivamente las balas por
palabras. En convencer, no en vencer. En no perder la memoria. Por eso
me entristece tanto esta noticia. Es una ventana abierta de vuelta a la
caverna. A la España negra.
Nota:
Va por mis más perseverantes seguidores en las redes. Esos que ejercen
su libertad de expresión calificándome de genocida, feminazi o
malfollada. No sabéis lo orgullosa que estoy de defender vuestro derecho
a soltar sapos y culebras. Siempre es mejor eso a que te rompan las
piernas. Además, le dais chispa a mi vida. Oigo los ladridos y sueño
que cabalgo. Muchas, muchas gracias.
Salud y Un fraternal abrazo.
DdA, XIV/3449
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