Juan José Millás
¿Por qué, ante el reciente informe de Oxfam Intermon, no han
sonado las trompetas del Apocalipsis? ¿Por qué no ha caído aún sobre
nuestras cabezas una lluvia de fuego y granizo mezclados con sangre?
¿Por qué no han regresado las almas de los muertos para anunciarnos el
fin de los tiempos?
Pues
porque hay noticias normales y noticias anormales. La noticia por
antonomasia es la anormal (que un niño muerda a un perro). Para las
normales reservamos un hueco junto a la relación de las farmacias de
guardia. Significa que la circunstancia de que ocho personas posean la
misma cantidad de riqueza que la mitad de la población del planeta no
constituye un escándalo. Es normal que esos ocho ricos sean nuestros
dueños, es normal que los ejércitos del mundo permanezcan a su servicio,
y es normal que los políticos sensatos, con independencia de los
programas por los que fueron votados, se pongan a sus órdenes una vez
alcanzado el poder. Es normal asimismo que se facilite a estos
millonarios cauces para eludir impuestos, de forma que el coste de los
servicios públicos caiga sobre los hombros de quienes menos tienen, cuya
sangre, sudor y lágrimas sirven además de combustible para los yates de
los odiosos ocho (cortesía de Tarantino).
Eso es lo normal. Nos referimos a la normalidad revelada por
Rajoy (y asistida por un partido normal como el PSOE), cuando predica
que hay que gobernar como Dios manda, sin extremismos ni ocurrencias,
sin dar una voz más alta que la otra, aunque procurando que cada año
aumente un poco la distancia entre los ricos y los pobres. El orden del
que disfrutamos, como ya vamos viendo, está basado en la moderación. Y
esta es una de las razones por las que la electricidad sube normalmente
cada día.
El País DdA, XIV/3444
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