Jaime Richart
El periodismo que practica esa alimaña
presente noche tras noche en un programa de La Sexta, cuya filiación debemos olvidar a menos que sea para llevarle ante
el juez (pero apellidado Inda... si no es falso también el apellido), es un periodismo increíblemente sospechoso.
En todas las profesiones y oficios hay de
todo... Pero los niveles de bellaquería, de mendacidad, de fabulación y de agresividad ostentosamente públicas de ese rufián, no es posible alcanzarse si no se dispone de un
micrófono o de un plató, además de un permiso de la "superioridad". A los delincuentes más o menos confesos y a los corruptos se les
conoce después de haber
cometido sus fechorías, pues todo
su interés estribó siempre,
justo en no exhibirlas públicamente, no
sea que fuesen apresados, juzgados y encarcelados. Pero este repulsivo charlatán comete las suyas en vivo y en directo. Por
eso es sumamente sospechosa la cuestión.
Partamos de la idea de que hoy día, con tal de escandalizar, cualquiera tiene
acceso a la palabra pública. Por eso
es frecuente tropezar con gentes que se dicen periodistas porque tienen
facundia, es decir, desenvoltura en el hablar, pero no han pasado ni por la
Universidad ni por una Escuela, la de periodismo. Espacios donde, tanto la ética como el rigor y la pulcritud en el
ejercicio de la profesión, son
asignaturas por definición sagradas.
Pues bien, si este bravucón se destaca
por algo, noche tras noche, es precisamente por todo lo contrario: por burlar
obscenamente la ética y el rigor,
poniéndose a la altura de los
vientos de noticias sobre corrupción
pública
(en todos los ámbitos y
direcciones) que vienen soplando desde hace al menos una década en este país. Pero sucede algo que debe destacarse. Y ese algo
es que, como para la comisión de delitos públicos es casi imposible no contar con la
figura de un cooperador necesario por lo menos, el libelo, las mentiras, las
injurias y las calumnias difundidas por este mequetrefe que se postula como
azote de una formación política emergente,
no pueden ser obra exclusiva de un impostor. Han de ser necesariamente los dueños físicos del programa, los dueños financieros del canal
televisivo y los periodistas que forman parte de la nómina de la cadena quienes patrocinan y dan alas a
este canallesco petimetre.
Con su pan se lo coman todos ellos. Pero está muy claro que en este país ya nadie sabe dónde empieza la corrupción que empezó como una plaga y está terminando por producir los mismos efectos
que la peste: si en el poder económico, si en el
poder político o en el
difuso periodístico, como en
tiempos para olvidar poder difuso fue en España el religioso. Pues bien,
individuos como éste son los que
tienen toda las trazas de ser su vector, como las ratas, es decir, su
transmisor.
DdA, XIV/3435
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