Para los falsos patriotas, su "ser
español" se limita al registro civil, porque luego su tarea ha consistido
en saquear el país, llevarse el dinero fuera o exprimir la españolidad como el
más seguro refugio de los canallas.
Jaime Richart
El titular da para escribir un libro, pero lo
despacharé con las siguientes reflexiones: Al renegar yo en un artículo anterior -y
seguro que también millones- de la españolidad, me refiero a esa condición o
cualidad al fin y al cabo meramente administrativas de inscripción de nuestra identidad en los Registros públicos:
la misma condición o cualidad de la que blasonan, como si ellos fuesen los únicos
y legítimos patriotas, tanto esos que desde tiempo inmemorial son dueños de las
tierras, de la historia y del patrimonio de España como esos otros oportunistas
del poder y del dinero, que han medrado a lo largo de cuarenta años
generalmente de un modo fraudulento o
tramposo en esta débil democracia.
Por un lado estamos, como ya dije en
anteriores reflexiones, los que amamos a nuestra tierra, a nuestra gleba,
apasionadamente, primero porque no creo que la naturaleza de ningún otro país,
aun siendo bella en todas partes, iguale la de España en belleza, variedad y
contrastes, y segundo, porque no creo que exista pueblo alguno en el que su
mudable paisaje se refleje con tanta precisión en el temperamento y carácter de
sus gentes, ni país donde, dentro de una misma cultura, su población sea tan
diferente como en éste, compactado por cierto casi siempre a la fuerza y con
jirones. Pues la vivacidad, la chispa, la afabilidad, el ingenio y el genio del
español en general, y no digamos su variopinto y polifacético sentido del
humor, de un lado, y su proverbial desdén por la disciplina, de otro, hacen de
él un espécimen humano que se resiste a la comparación. (Basta echar un vistazo
a sus políticos y a su política de estos últimos diez años).
Pues bien, en unos territorios tan
extraordinarios, donde la baja densidad de población favorece la libertad y el
desahogo, y en una sociedad tan fértil individualmente en la que lo que falla
es, precisa y paradójicamente, la inteligencia colectiva por su escaso interés
por la uniformidad y la perseverancia, unos miles de individuos, inveteradamente,
y a su rebufo otros que van emergiendo en cada generación se encargan de
estropear la fiesta de la cordialidad, del respeto por el bien común y de la
paz, por la que la inmensa mayoría se afana cada día. Y la estropean, porque
aquellos otros, pocos pero muy activos, ni sienten la españolidad como la
mayoría, ni sus condiciones de vida ni su sensibilidad son las mismas que las
de la mayoría. Fingen algunos a veces estar cerca del pueblo, eso sí, por algún
rasgo facilón como la campechanía, pero es para mejor esconder su incompetencia,
sus privilegios y su suerte que en raros casos merecen. Son esos individuos
expertos en un cuidadoso mimetismo dirigido al exclusivo y descorazonador fin
de acaparar dinero, influencia y poder a toda costa, y si ya los tienen, a
retenerlos.
De aquí emanan también los políticos al uso
que, por otra parte, han de ser necesariamente individuos sin entrenamiento y
de nuevo cuño habida cuenta que la experiencia y la historia de la política en
sentido estricto en España, es tan corta como azarosa. Lo que significa que no
se han asentado todavía las condiciones necesarias para que el político
represente con fidelidad al pueblo. Y lo que determina, que en lugar de ser el
político en general un servidor distinguido suyo, sea más bien un advenedizo o
un ventajista que, en el menos agresivo de los casos, ha hecho de la política
un magro medio de vida y luego una plataforma de lanzamiento para retirarse a
cuerpo de rey...
Y de aquí también emana -y vuelvo al argumento
que ha motivado estas reflexiones- el patriotismo del que blasonan. Un
patriotismo que nada tiene que ver con el acendrado amor a nuestras tierras y a
quienes consideramos hermanos que las comparten con nosotros, de los que somos
inmensa mayoría. Pues para ellos, para los falsos patriotas, su "ser
español" se limita al registro civil, porque luego su tarea ha consistido
en saquear el país, llevarse el dinero fuera o exprimir la españolidad como el
más seguro refugio de los canallas, para al final cobijarse a la sombra de la
verdadera bandera universal bajo la que se agrupan todos los depredadores
sociales del mundo: la bandera del dinero fácil de las finanzas o fruto de los
desvalijamientos de toda clase.
En una palabra, somos muchísimos, la inmensa
mayoría, los que sintiéndonos españoles por los cuatro costados y viviendo de
las ganancias que nos procuran nuestro trabajo, nuestros afanes o nuestra
pensión abominamos de esa abundante canalla, y desearíamos que nos tragase la
tierra antes de que el mundo nos tome por ellos. Esa es la razón por la que nos
declaramos enemigos de ellos y de la españolidad que prostituyen y no queremos
compartir con ellos. Pero es por lo mismo que los honrados componentes de una
familia honesta se niegan a soportar a miembros que envilecen a la familia pero
no la abandonan porque parasitan de ella, y prefieren renunciar a su nombre y a
su filiación con tal de que esta sociedad y las sociedades extranjeras no les confundan
con ellos...
DdA, XIII/3403
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