jueves, 8 de diciembre de 2016

EL ÚLTIMO BRIGADISTA CANADIENSE EN PIE




Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
cuando asqueados de la bajeza humana,
cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
En 1961 y en ciudad extraña,
más de un cuarto de siglo
después. Trivial la circunstancia,
forzado tú a pública lectura,
por ella con aquel hombre conversaste:
Un antiguo soldado
en la Brigada Lincoln.
Veinticinco años hace, este hombre,
sin conocer tu tierra, para él lejana
y extraña toda, escogió ir a ella
y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
juzgando que la causa allá puesta al tablero
entonces, digna era
de luchar por la fe que su vida llenaba.
Que aquella causa aparezca perdida,
nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
sólo atendieran a ellos mismos,
importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.
Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias por que me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.

Cree este Lazarillo que nada mejor para ilustrar y adentrarse con palabras en el rostro y la mirada de este centenario brigadista canadiense que el poema de Luis Cernuda.

 
Michel Petrou*
Se llama William Krehm y acaba de cumplir 103 años de edad el mismo mes en que -hace ochenta años- las Brigadas Internacionales iniciaron en España su lucha contra el fascismo. Krehm compara aquella lucha con un amanecer, nublado después por la derrota y definitivamente oscurecido por la segunda Guerra Mundial, que cubrió de tinieblas al continente europeo. Con esa gran tragedia quedó también subsumida la ejecutoria de aquellos voluntarios que combatieronen España en defensa de la segunda República y contra el levantamiento golpista del general Franco, apoyado por las fuerzas armadas de la Alemania nazi y la Italia fascista.

Más de 1.600 voluntarios eran los brigadistas llegados de Canadá, toda una legión de leñadores, trabajadores de campamentos de socorro, mineros, inmigrantes, desempleados y algunos intelectuales como Krehm. Sus vidas habían sido aplastadas por la Gran Depresión y una política inflamada por una marea creciente de fascismo que las democracias occidentales preferían apaciguar o ignorar. Alrededor de 400 canadienses murieron en España, donde quedaron sepultados en tumbas sin seña. De los que sobrevivieron, todos excepto Krehm han hallecido desde entonces.

El último voluntario estadounidense, Delmer Berg, murió a principios de este año, y Stan Hilton, el último veterano británico, murió el pasado mes octubre. De los 35.000 internacionales que se unieron a la lucha de España, puede que no lleguen a los dedos de las manos los que sigan hoy en pie, como es el caso de William Krehm. Si se le pregunta a Krehm por qué fue a España, la respuesta es tan clara para él ahora como cuando vino a nuestro país recién graduado de la Universidad de Toronto hace ochenta años. "Si uno no tenía abierta la mente a lo que estaba sucediendo en países como España, uno era ciego a lo que es la libertad", responde. "España había llegado a un punto que clamaba por la democracia"

Krehm se unió al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), la misma unidad en la que sirvió el escritor británico George Orwell, que resultó herido en el frente de Aragón. Los dos solían charlar en los cafés de Barcelona. Krehm creía que la marca del comunismo propagada por la Unión Soviética y sus aliados en España era poco mejor que la dictadura de Franco pintada de rojo. Soñaba con una revolución radical. Y en algunas partes de España, especialmente en Cataluña, algo parecido a ese sueño surgió en los primeros días de la Guerra Civil. Los trabajadores y los agricultores tomaron el control de sus tierras y se gobernaron a sí mismos. "Todas las ideas de todas las canciones revolucionarias que habían sido escritas parecían haberse hecho realidad en España. Era demasiado bueno para ser verdad ", dijo Krehm en una entrevista en 1965.
 

Abandonado por las democracias occidentales que deberían haber sido sus aliados, el gobierno español se volvió cada vez más dependiente de la Unión Soviética. Prohibió al POUM en junio de 1937. Krehm, que era un propagandista del partido más que un soldado, estaba entre los arrestados. Fue liberado después de tres meses de cárcel, una experiencia a la que algunos de sus camaradas del POUM no sobrevivieron. Krehm dice que está orgulloso de lo que intentó lograr en España. Cree, además, que las revoluciones nunca son derrotadas, al menos no para siempre.

*Traducción resumida del artículo/entrevista publicado en la revista The Walrus por Michael Petrou, becario no residente del Instituto de Montreal para Estudios sobre el Genocidio y los Derechos Humanos.


DdA, XIII/3406

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